Democracia en peligro
Si algo nos están enseñando los mecanismos de acceso al poder en el mundo, es que la democracia, como andamiaje institucional y sistema político-ideológico, va en franco declive.
Los ejemplos cunden en todos lados. En China, un presidente decide legitimar su permanencia a perpetuidad, la cúpula en el poder asiente mansamente con la cabeza, mientras el futuro y presente de más de mil millones de chinos cuentan menos que nada ante el poder de la burocracia oficial. Ya funciona, y se está perfeccionando, un método por el cual cada chino, (y son muchos) será permanentemente observado por el gobierno, que le asignará una calificación. De la calificación dependerá si puede viajar al extranjero, o sólo dentro de China, o no se puede mover de una provincia, o en qué puede o no puede trabajar. Conviene releer “1984” de George Orwell, para recordar el significado real del concepto “Big Brother”. Con unos 40 años de retraso, pero la predicción orwelliana se hace realidad en China. Lo cierto es que a la mayoría de los chinos les da igual. Es una cultura dinástica, acostumbrada a la pleitesía del líder del momento y condicionada a no cuestionar a la estructura en funciones, y así han vivido miles de años. El presidente Xi, ahora vitalicio, duerme tranquilo.
En el Medio Oriente, estos sistemas absolutistas y autoritarios son permanentes. Pueden ser sunnís (Arabia Saudita) o shiitas (Irán) y odiarse entre ellos, pero es pleito de unos cuantos en la cúspide del tótem. La Primavera Árabe fue un espejismo que en algunos casos cambió a los hombres al frente, pero no al sistema. Como también fue un espejismo el Glasnost y la Perestroika. Luego de esperanzadores intentos de Gorbachov y Yeltsin, Rusia regresó de inmediato a un modelo de poder francamente stalinista, con Vladimir Putin ejerciendo mano de hierro. La democracia, pues, está fracasando. La política exterior de Estados Unidos, al emerger como la potencia militar y política más importante al final de la Segunda Guerra Mundial, consistía en sembrar y fomentar la democracia y elecciones libres en todo el mundo. Lo trataron de hacer convenciendo, pero en muchos casos, usando la fuerza. Por más loables que hayan sido sus intenciones, sus formas provocaron rechazo en los pueblos a los que querían influir. Así perdieron Vietnam.
Ahora, la preocupación en Estados Unidos ya no es cómo difundir la democracia, sino cómo defender la propia. La democracia como sistema político sólo funciona con instituciones fuertes, capaces de resistir los embates de los gobiernos a los que, necesariamente, estorba. Esto lo entiende bien Donald Trump. Por ello ha recurrido, encabezando a su nutrida horda de fanáticos, a tratar de minar la confianza ciudadana en sus instituciones más sagradas. Si lo investigan por violar la ley y usar a Rusia para intervenir en sus elecciones, su reacción es asaltar la credibilidad del aparato de justicia estadounidense, aún a costa de poner en peligro el estado de derecho. Este es sólo un ejemplo de muchos y resulta de la nula visión geopolítica e histórica que tiene Trump, pero que sólo es un reflejo de lo que piensa buena parte de la ciudadanía estadounidense.
El mejor laboratorio para exportar el experimento democrático de Estados Unidos fue sin duda América Latina. Desde los 50s, Cuba lo rechazó. A través de los años, varios países se opusieron a seguir la fórmula de Washington. Los ejemplos más recientes, Venezuela, Nicaragua y Bolivia, han encontrado poca resistencia estadounidense, y han impuesto gobiernos autoritarios, no para mejorar la vida de sus ciudadanos, que si tenían carencias antes, hoy las ven multiplicadas, sino para aferrarse al poder.
En México tenemos elecciones en unos cuantos días. Preocupa que las instituciones sean mandadas al diablo. Preocupa que el eje de las campañas (todas) se encamine a elegir al menos malo, porque no hay uno bueno. Preocupa que el tema central de la campaña de todos no sea detener la espiral de violencia. Preocupa que no hay estado de derecho para garantizar al ciudadano la credibilidad del proceso electoral. Preocupa la democracia. Preocupa México.
“La democracia como sistema político sólo funciona con instituciones fuertes, capaces”