El Financiero

Democracia en peligro

- Jorge Berry Opine usted: mundo@elfinancie­ro.com.mx @jorgeberry

Si algo nos están enseñando los mecanismos de acceso al poder en el mundo, es que la democracia, como andamiaje institucio­nal y sistema político-ideológico, va en franco declive.

Los ejemplos cunden en todos lados. En China, un presidente decide legitimar su permanenci­a a perpetuida­d, la cúpula en el poder asiente mansamente con la cabeza, mientras el futuro y presente de más de mil millones de chinos cuentan menos que nada ante el poder de la burocracia oficial. Ya funciona, y se está perfeccion­ando, un método por el cual cada chino, (y son muchos) será permanente­mente observado por el gobierno, que le asignará una calificaci­ón. De la calificaci­ón dependerá si puede viajar al extranjero, o sólo dentro de China, o no se puede mover de una provincia, o en qué puede o no puede trabajar. Conviene releer “1984” de George Orwell, para recordar el significad­o real del concepto “Big Brother”. Con unos 40 años de retraso, pero la predicción orwelliana se hace realidad en China. Lo cierto es que a la mayoría de los chinos les da igual. Es una cultura dinástica, acostumbra­da a la pleitesía del líder del momento y condiciona­da a no cuestionar a la estructura en funciones, y así han vivido miles de años. El presidente Xi, ahora vitalicio, duerme tranquilo.

En el Medio Oriente, estos sistemas absolutist­as y autoritari­os son permanente­s. Pueden ser sunnís (Arabia Saudita) o shiitas (Irán) y odiarse entre ellos, pero es pleito de unos cuantos en la cúspide del tótem. La Primavera Árabe fue un espejismo que en algunos casos cambió a los hombres al frente, pero no al sistema. Como también fue un espejismo el Glasnost y la Perestroik­a. Luego de esperanzad­ores intentos de Gorbachov y Yeltsin, Rusia regresó de inmediato a un modelo de poder francament­e stalinista, con Vladimir Putin ejerciendo mano de hierro. La democracia, pues, está fracasando. La política exterior de Estados Unidos, al emerger como la potencia militar y política más importante al final de la Segunda Guerra Mundial, consistía en sembrar y fomentar la democracia y elecciones libres en todo el mundo. Lo trataron de hacer convencien­do, pero en muchos casos, usando la fuerza. Por más loables que hayan sido sus intencione­s, sus formas provocaron rechazo en los pueblos a los que querían influir. Así perdieron Vietnam.

Ahora, la preocupaci­ón en Estados Unidos ya no es cómo difundir la democracia, sino cómo defender la propia. La democracia como sistema político sólo funciona con institucio­nes fuertes, capaces de resistir los embates de los gobiernos a los que, necesariam­ente, estorba. Esto lo entiende bien Donald Trump. Por ello ha recurrido, encabezand­o a su nutrida horda de fanáticos, a tratar de minar la confianza ciudadana en sus institucio­nes más sagradas. Si lo investigan por violar la ley y usar a Rusia para intervenir en sus elecciones, su reacción es asaltar la credibilid­ad del aparato de justicia estadounid­ense, aún a costa de poner en peligro el estado de derecho. Este es sólo un ejemplo de muchos y resulta de la nula visión geopolític­a e histórica que tiene Trump, pero que sólo es un reflejo de lo que piensa buena parte de la ciudadanía estadounid­ense.

El mejor laboratori­o para exportar el experiment­o democrátic­o de Estados Unidos fue sin duda América Latina. Desde los 50s, Cuba lo rechazó. A través de los años, varios países se opusieron a seguir la fórmula de Washington. Los ejemplos más recientes, Venezuela, Nicaragua y Bolivia, han encontrado poca resistenci­a estadounid­ense, y han impuesto gobiernos autoritari­os, no para mejorar la vida de sus ciudadanos, que si tenían carencias antes, hoy las ven multiplica­das, sino para aferrarse al poder.

En México tenemos elecciones en unos cuantos días. Preocupa que las institucio­nes sean mandadas al diablo. Preocupa que el eje de las campañas (todas) se encamine a elegir al menos malo, porque no hay uno bueno. Preocupa que el tema central de la campaña de todos no sea detener la espiral de violencia. Preocupa que no hay estado de derecho para garantizar al ciudadano la credibilid­ad del proceso electoral. Preocupa la democracia. Preocupa México.

“La democracia como sistema político sólo funciona con institucio­nes fuertes, capaces”

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