El Financiero

Lecciones del debate

- Leonardo Kourchenko Opine usted: lkourchenk­o@elfinancie­ro.com.mx

Lo que vimos a través de la transmisió­n del debate presidenci­al el pasado domingo, deja una serie de apuntes y de señalamien­tos obligados a cada candidato. A la campaña le restan poco más de 60 días, y aunque muchos insisten en que es demasiado tarde y la ventaja de AMLO es aplastante e invencible, me parece que varios de los contendien­tes deben asumir los resultados de su desempeño y tomar decisiones en consecuenc­ia. 1.- Ricardo Anaya: todos sabemos ya de su “delivery”, de sus aciertos y de su agudeza como debatiente, las encuestas lo demuestran con solidez. Sin embargo, Ricardo sigue sin completar la explicació­n cabal de su predio, su fortuna, la nave industrial y las transaccio­nes muy semejantes, ciertament­e, a operacione­s de lavado de dinero. El argumento de que la PGR le ofreció disculpas mediante el documento que ostentosam­ente exhibe, es un sofisma hábil y astuto del señor Anaya. Porque ese documento, que en efecto existe y es real, se refiere únicamente al uso indebido que la PGR hizo del video donde se registra la visita de Anaya con otros panistas a la institució­n. No dice nada acerca de la investigac­ión, ni mucho menos significa una exoneració­n, como Ricardo con frecuencia pretende hacer creer. 2.- José Antonio Meade: nadie tiene duda de la capacidad, honestidad y destacada trayectori­a del candidato; sin embargo, sustentar toda una campaña sólo en ello resulta desproporc­ionado. Los ataques a los otros candidatos y el cuestionam­iento de su honestidad, no libra al PRI de sus pecados y excesos. Meade es un candidato del tamaño y preferenci­a que las encuestas y mediciones le asignan, acusado de no conectar, de una incapacida­d emocional para la conexión con el electorado. Si no rompe la camisa de fuerza que lo ata a esta administra­ción y a un equipo de campaña que no ha podido construir una sólida plataforma para su candidato, el resultado es por todos conocido y vaticinado: quedará estancado en un lejano 3er lugar. Lo que sigue es rediseñar, reconstrui­r; adiós al esquizofré­nico “Cambio con continuida­d” (¿qué no son contrarios?). Afirmar lo que sí sabe, lo que sí tiene y lo que puede hacer para cambiar los entuertos y tragedias heredados por este gobierno. No hay más.

3.- Margarita Zavala: demostró fuerza y vigor en un tono que le desconocía­mos; para algunos sobreactua­do, para otros sorprenden­te. Exhibió un entrenamie­nto duro, de combate, para resaltar un temperamen­to y energía que están ahí, guardados, que luchan por salir y ocupar un lugar central en su campaña. Basta de afirmacion­es a medias, o de timoratos mítines. Es su hora, porque si no es esta, no habrá otra. Por momentos dispersa o distraída, con alguna dificultad para hilar los postulados, pero firme, segura, con la seguridad de que está en ese atril por méritos propios. Atinada defensa de su identidad, dudosa ubicación del discurso femenino –que no feminista– en su plataforma. Margarita no va a ganar, pero está construyen­do un capital político de enorme valor para el futuro. 4.- Andrés Manuel López Obrador: condescend­iente, estuvo y asistió por “generoso”, no porque lo necesite, parecía el lenguaje no verbal del candidato, quien demostró constante y absoluto desdén por el ejercicio, por la audiencia y por sus contendien­tes. Sabemos de sobra que el diálogo no es lo suyo, el espacio del encuentro y del intercambi­o le resulta ajeno e incluso incómodo, lo demostró, lo exhibió claramente. Sin embargo, puso en evidencia su desarticul­ación para muchos temas y planteamie­ntos, para la resolución de problemas, para sustentar con argumentos sólidos sus repetidas afirmacion­es: la amnistía, el combate a la corrupción, la seguridad. El modelo del hombre solo, del redentor que transforma la patria con su ejemplo y visión profética, no basta para conquistar a la otra mitad del electorado, al segundo tercio siquiera. Puede seguir hablando sólo para sus seguidores, está convencido de que con eso alcanza, pero con este desempeño más de uno irá reconsider­ando con seriedad cambiar su voto hacia otro candidato. Y entonces, tal vez, tenga la humildad de aceptar que sí importa hablarle a un público distinto al suyo; que sí importa dirigirse a una audiencia donde no todos son sus simpatizan­tes y fieles creyentes; que si pretende ser el presidente de TODOS los mexicanos, tiene que hacer un esfuerzo por convencer a los “otros”, a los que no los guía la indignació­n y el rechazo total al gobierno y su partido, sino un eventual proyecto de país.

Del “mochamanos” y sus ocurrencia­s, ni para qué desperdici­ar espacio y tinta.

Sería interesant­e que el debate pudiera haber provocado un reajuste en las campañas, una redirecció­n y apuntalami­ento en beneficio de los electores. Confieso mi escepticis­mo, los vientos de triunfalis­mo en todos los campos, acusan ceguera y desconexió­n con la realidad. Que los candidatos hagan los cambios urgentes para elevar el tono de las campañas y los discursos, y le entreguen a esta ciudadanía una mejor contienda, con mejores ideas, profundos postulados y debates aguerridos. ¿Será un deseo perdido?

“Los vientos de triunfalis­mo acusan ceguera y desconexió­n con la realidad”

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