Lecciones del debate
Lo que vimos a través de la transmisión del debate presidencial el pasado domingo, deja una serie de apuntes y de señalamientos obligados a cada candidato. A la campaña le restan poco más de 60 días, y aunque muchos insisten en que es demasiado tarde y la ventaja de AMLO es aplastante e invencible, me parece que varios de los contendientes deben asumir los resultados de su desempeño y tomar decisiones en consecuencia. 1.- Ricardo Anaya: todos sabemos ya de su “delivery”, de sus aciertos y de su agudeza como debatiente, las encuestas lo demuestran con solidez. Sin embargo, Ricardo sigue sin completar la explicación cabal de su predio, su fortuna, la nave industrial y las transacciones muy semejantes, ciertamente, a operaciones de lavado de dinero. El argumento de que la PGR le ofreció disculpas mediante el documento que ostentosamente exhibe, es un sofisma hábil y astuto del señor Anaya. Porque ese documento, que en efecto existe y es real, se refiere únicamente al uso indebido que la PGR hizo del video donde se registra la visita de Anaya con otros panistas a la institución. No dice nada acerca de la investigación, ni mucho menos significa una exoneración, como Ricardo con frecuencia pretende hacer creer. 2.- José Antonio Meade: nadie tiene duda de la capacidad, honestidad y destacada trayectoria del candidato; sin embargo, sustentar toda una campaña sólo en ello resulta desproporcionado. Los ataques a los otros candidatos y el cuestionamiento de su honestidad, no libra al PRI de sus pecados y excesos. Meade es un candidato del tamaño y preferencia que las encuestas y mediciones le asignan, acusado de no conectar, de una incapacidad emocional para la conexión con el electorado. Si no rompe la camisa de fuerza que lo ata a esta administración y a un equipo de campaña que no ha podido construir una sólida plataforma para su candidato, el resultado es por todos conocido y vaticinado: quedará estancado en un lejano 3er lugar. Lo que sigue es rediseñar, reconstruir; adiós al esquizofrénico “Cambio con continuidad” (¿qué no son contrarios?). Afirmar lo que sí sabe, lo que sí tiene y lo que puede hacer para cambiar los entuertos y tragedias heredados por este gobierno. No hay más.
3.- Margarita Zavala: demostró fuerza y vigor en un tono que le desconocíamos; para algunos sobreactuado, para otros sorprendente. Exhibió un entrenamiento duro, de combate, para resaltar un temperamento y energía que están ahí, guardados, que luchan por salir y ocupar un lugar central en su campaña. Basta de afirmaciones a medias, o de timoratos mítines. Es su hora, porque si no es esta, no habrá otra. Por momentos dispersa o distraída, con alguna dificultad para hilar los postulados, pero firme, segura, con la seguridad de que está en ese atril por méritos propios. Atinada defensa de su identidad, dudosa ubicación del discurso femenino –que no feminista– en su plataforma. Margarita no va a ganar, pero está construyendo un capital político de enorme valor para el futuro. 4.- Andrés Manuel López Obrador: condescendiente, estuvo y asistió por “generoso”, no porque lo necesite, parecía el lenguaje no verbal del candidato, quien demostró constante y absoluto desdén por el ejercicio, por la audiencia y por sus contendientes. Sabemos de sobra que el diálogo no es lo suyo, el espacio del encuentro y del intercambio le resulta ajeno e incluso incómodo, lo demostró, lo exhibió claramente. Sin embargo, puso en evidencia su desarticulación para muchos temas y planteamientos, para la resolución de problemas, para sustentar con argumentos sólidos sus repetidas afirmaciones: la amnistía, el combate a la corrupción, la seguridad. El modelo del hombre solo, del redentor que transforma la patria con su ejemplo y visión profética, no basta para conquistar a la otra mitad del electorado, al segundo tercio siquiera. Puede seguir hablando sólo para sus seguidores, está convencido de que con eso alcanza, pero con este desempeño más de uno irá reconsiderando con seriedad cambiar su voto hacia otro candidato. Y entonces, tal vez, tenga la humildad de aceptar que sí importa hablarle a un público distinto al suyo; que sí importa dirigirse a una audiencia donde no todos son sus simpatizantes y fieles creyentes; que si pretende ser el presidente de TODOS los mexicanos, tiene que hacer un esfuerzo por convencer a los “otros”, a los que no los guía la indignación y el rechazo total al gobierno y su partido, sino un eventual proyecto de país.
Del “mochamanos” y sus ocurrencias, ni para qué desperdiciar espacio y tinta.
Sería interesante que el debate pudiera haber provocado un reajuste en las campañas, una redirección y apuntalamiento en beneficio de los electores. Confieso mi escepticismo, los vientos de triunfalismo en todos los campos, acusan ceguera y desconexión con la realidad. Que los candidatos hagan los cambios urgentes para elevar el tono de las campañas y los discursos, y le entreguen a esta ciudadanía una mejor contienda, con mejores ideas, profundos postulados y debates aguerridos. ¿Será un deseo perdido?
“Los vientos de triunfalismo acusan ceguera y desconexión con la realidad”