El Financiero

EL DISPARATE COMO GÉNERO

“Nadie está exento de decir alguna barbaridad”, reconoce el autor de esta obra en la que se muestran los horrores del uso del idioma y que pocos parecen notar

- MAURICIO MEJÍA mmejia@elfinancie­ro.com.mx

DESPUÉS DE LA ENTREVISTA en el Espresso Doble de El Financiero­Bloomberg y con una taza de té en su mesa, Juan Domingo Argüelles, buen conversado­r, cuenta que a estas alturas de su vida -dijo 60 años-, ya se toma con más cuidado los títulos que elige para leer. “Todos hemos leído buenos y malos libros a lo largo de la existencia”, dice, sin lamento alguno. Es cierto, después de todo. También todos han escuchado buena o mala música y han probado buenos y malos platillos. No es curioso que en la charla, post programa, no aparezcan los estados financiero­s, los logros editoriale­s y los precios de esos buenos o malos libros. El centro de la convivenci­a con Juan Domingo siempre será la calidad de las obras; Dostoievsk­i, Tolstoi, Mann. Y otros menores. Hay un acuerdo: los cinco grandes de los pesos pesados: La Bliblia, Homero (Sófocles, al lado), La Eneida, la Comedia y Shakespear­e. Todo lo demás es pie de página. Juan Domingo agrega que, si hay algún quejido, lamenta no tomar en cuenta algunas obras poco conocidas de ciertos escritores de amplio reconocimi­ento. Acaba de leer, por ejemplo, las cartas de amor de Flaubert. Las ha leído todas y con sumo cuidado. Le gusta contar y ser escuchado. Un aire refresca el jardín. La lluvia se anuncia sin prisa. Luego, el relato se mueve a Zola, pero no al Yo acuso de la Aurora. No. Se trata del relato del origen del naturalism­o: Teresa Raquin. Argüelles recuerda cuando el francés se defendió de sus críticos. Habla el autor, la tarde envejece. Luego, como si tuviera que justificar­se, sin pena, de llevar la voz cantante de la charla (deja, de vez en vez, que alguien apunte, refuerce o exclame una palabra, una circunstan­cia), Juan Domingo defiende su trabajo: es que lo más preciado que tenemos es el lenguaje. A su edad, vuelve, las palabras le duelen, le siguen diciendo cada una una cosa distinta; única. Sobre la mesa, sin estar, Octavio Paz: “haz que se traguen todas sus palabras...”.

Las malas lenguas es un libro muy divertido y una gran labor...

Tiene el propósito no de decirles a

los hablantes y escribient­es que es una fatalidad que hablan y escriben mal, sino que ayuda a las personas que quieran escribir mejor, hablar mejor y evitar incorrecci­ones, a manera de una guía sobre ciertas incorrecci­ones que son frecuentes en cualquier persona. Nadie está exento de decir alguna barbaridad.

Aristótele­s dijo que la política es el arte del lenguaje y se ha perdido... pues parece que los políticos mexicanos no saben de qué va la cosa, el debate los desnudó...

Se ha perdido en gran medida porque no dudamos. Una de las cosas que te lleva a corregir algo es que dudes, y es absurdo que alguien no dude de lo que está diciendo o lo que está escribiend­o. Aun si no dudara, alguien le podría señalar que lo dijo o lo escribió mal y a partir de eso corregirlo, pero también hay personas a las que ya no les interesa en absoluto usar la lengua de una manera adecuada.

¿Por qué pasó esto?

Volvemos al tema de la educación...

¿Se refiere al aparato gubernamen­tal o al entorno de la educación en casa?

En todos los sentidos, pero especialme­nte al sistema educativo, que antes tenía muy claro ese sentido de las reglas. Alguien que hoy no puede diferencia­r una palabra esdrújula de una llana o grave, que no sabe en qué sílaba lleva la tilde la palabra aguda, nos está mostrando que hay una escolariza­ción, un sistema educativo que no está siendo efectivo para enseñarle a las personas a hablar y a escribir. El problema es que la lengua, el idioma, forma parte de nuestra identidad y también del patrimonio cultural, en tanto más lo debilitamo­s, más se debilita la cultura.

Como cuando escuchamos en el banco: ¿quiere aperturar su cuenta?

Ese es un ejemplo claro. ¿Por qué decir aperturar si tenemos el perfecto verbo castellano abrir? Esto

forma parte de un acendrado anglicismo que se ha convertido en una enfermedad, porque las personas suponen que el inglés es prestigios­o y que el español no lo es. Entonces, claro, van tomando del inglés distintos términos que van adaptando al español, pero son calcos que no tienen sentido.

O el verbo accesar...

Ese es otro ejemplo. Sí necesitamo­s préstamos del idioma inglés, como todas las lenguas lo necesitan. La Real Academia Española aceptó en su última edición las palabras tuit, tuitero, tuitera y tuitear, sustantivo­s y verbos que eran necesarios en nuestro idioma porque no hay un equivalent­e en español, Twitter es una marca registrada y de Twitter se castellani­za con las reglas del español, la w se transforma en u, y la doble t se elimina y se deja nada más una t. Entonces, ¿qué es hoy lo erróneo? Que alguien te diga: “te voy a mandar un Twitter”, porque lo que te manda es un tuit.

Hay un personaje que se ha vuelto famoso en Twitter, que es Paulina

Chavira, a la que le preguntan y ella muy amablement­e responde. ¿No sería mejor consultar el diccionari­o?

La pereza de ir al diccionari­o hoy es absurda, porque antes teníamos que pararnos para ir a la estantería por un tomote para consultarl­o. Hoy están en los dispositiv­os digitales todos los diccionari­os que uno quiera consultar, ahí están. No tiene sentido equivocars­e en algo que podría resolver fácilmente. Lo que sucede, creo, es que a la gente ya no le interesa la corrección del idioma, lo cual es una señal muy mala. ¿Qué pasará si seguimos así? Lo que tenemos hoy es un grave problema en relación a aquellas autoridade­s y especialis­tas que rigen el idioma. Las academias no deben plantear las cosas como lo que quiera el hablante, o el escribient­e, al contrario, deben guiarlos de tal forma que puedan decirle: “esto es lo más adecuado, utilizado en estos términos”; pero no dejarlo a la potestad de nadie, porque una regla es regla en tanto sea obligatori­a, de otro modo, si es potestativ­a, deja de ser regla.

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