El Financiero

Genius: entre la picardía y la obviedad

- Daniel Krauze Opine usted: culturas@elfinancie­ro.com.mx

Genius, la antología biográfica de National Geographic que cada temporada aborda a un genio distinto, no es particular­mente sutil. Su opinión sobre la genialidad, como bendición, responsabi­lidad y lastre, es más o menos lo que uno esperaría de una serie producida por Ron Howard, el director de A Beautiful Mind. Einstein y Picasso, las figuras centrales de la primera y segunda temporadas respectiva­mente, son padres lejanos y amantes egoístas, dispuestos a sacrificar todo por lograr el éxito y obtener el reconocimi­ento de sus pares. Ambos se oponen a injusticia­s globales –la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Civil española–, pero les importan poco las injusticia­s que ellos cometen en la intimidad. La serie, no obstante, los admira tanto que apenas deja espacio para criticar sus facetas negativas.

En el caso de Einstein, este desliz no acarreaba mayor problema, sobre todo gracias a las actuacione­s de Johnny Flynn y Geoffrey Rush, como el joven y el viejo Einstein. Ambos les inyectaron una buena dosis de picardía a sus personajes, colocando un contrapeso necesario a la solemnidad de un guion que insistía en el valor de pensar diferente, como eventualme­nte diría la famosa campaña de Apple con el rostro de Albert Einstein en ella.

El conflicto central de la serie –cómo el celo profesiona­l de estos superdotad­os ahuyenta a quienes más los quieren– queda establecid­o cuando vemos cómo Einstein disfruta su trabajo. Las sutilezas que el guion no consigue están en el entusiasmo con el que Flynn y Rush hablan de la teoría de la relativida­d y contemplan sus ecuaciones en el pizarrón. Solo necesitamo­s observar su mirada para entender que nada en la vida les apasiona más que su oficio.

La segunda temporada, sin embargo, deja este acierto fuera del lienzo. Tal y como lo interpreta­n Alex Rich y Antonio Banderas, Pablo Picasso es un tipo torturado por su arte, al que entiende como una suerte de maldición divina. El brinco de un genio alegre a uno sombrío podría rendir variacione­s interesant­es entre la primera y la segunda temporadas. Por desgracia, lo que resulta es el retrato de un hombre que desprecia

a su familia en aras de un trabajo que parece padecer. A diferencia de Einstein, el afán artístico de Picasso no es contagioso. Tampoco ayuda que, para ahorrarse problemas, la cámara apenas nos muestre a Rich y a Banderas dibujando, más bien optando por tomas repetitiva­s en las que los vemos mover el pincel, con rostro de concentrac­ión febril (de nuevo: no es sutil).

Es una pena que una serie que busca ahondar en la naturaleza de la genialidad acabe enganchand­o por motivos más bien superficia­les: sus sets, sus locaciones. Picasso, un hombre complicadí­simo, pero también un artista de insondable­s complejida­des, no estaría orgulloso.

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