El Financiero

La mano que mecía la cuna en el PRI

- Alejo Sánchez Cano Opine usted: opinion@elfinancie­ro.com.mx

Tuvieron que pasar seis meses para que a José Antonio Meade le cayera el veinte de ponerse la camiseta del PRI, en lugar de hacerlo a un lado.

De movilizar primero a las bases y con ello a la sociedad. De hacer a un lado a los corruptos del PRI y quedarse con los honrados y con aquellos que tienen la vocación y determinac­ión de trabajar por un México mejor. Con aquellos que los cautivó su plataforma ideológica y de principios. Ese PRI se sentía traicionad­o por Enrique Ochoa Reza, quien llegó con la consigna de gradualmen­te alinear al partido a un proyecto transexena­l que comanda no Enrique Peña Nieto, sino Luis Videgaray.

Desde que llegó a la dirigencia nacional Enrique Ochoa Reza se empezó a escribir una histo- ria negra, en la cual se pretendía refundarlo con nuevos cuadros que respondier­an a sus intereses, acabando con liderazgos regionales y estatales en donde, por ejemplo, los actuales senadores y diputados tienen una positiva ascendenci­a.

Con el destape de un no priista, de un candidato ciudadano, el PRI terminó de perder el rumbo y no por culpa de Meade, sino de sus asesores y de la mano que mueve la cuna, que le recomendar­on desvincula­rse del Revolucion­ario Institucio­nal si pretendía ganar.

Claro, el lastre que representa ese partido en el imaginario colectivo es muy pesado; sin embargo, con ese deslinde se traicionó a cientos de miles de priistas en todo el país que creen en esa opción política y que dedican una buena parte de su tiempo a actividade­s proselitis­tas y a aliviar los males de algunos sectores de la población, que están abandonado­s por los gobiernos estatales y municipale­s. Esos priistas que aun con el gobierno de Enrique Peña Nieto no recibieron ni siquiera una palmada de aliento o de gratitud, fueron olvidados después de cumplir con el cometido de llevarlo a la Presidenci­a de la República.

En 2016, con la derrota que sufrió el partido en el poder en 7 gubernatur­as, salió del partido Manlio Fabio Beltrones, empujado al precipicio por Luis Videgaray y por el fuego amigo para encumbrar a Enrique Ochoa Reza, un improvisad­o de la política.

Cierto que se ganó el Estado de México y Coahuila. Sin embargo, hay que decirlo, no fue mérito de la cúpula priista, sino de los aliados políticos como Nueva Alianza y el PVEM, que le dieron ese margen para evitar que Alfredo del Mazo sufriera una derrota estrepitos­a. En Coahuila, Rubén Moreira fue el padre de esa cerrada victoria que se resolvió en tribunales. Cuando Meade es el ungido, sus brillantes estrategas le recomienda­n deslindars­e del PRI, además de insistir hasta el cansancio sobre su etiqueta de candidato ciudadano y no priista. Esa decisión, aunada al maltrato que daba Ochoa a sus correligio­narios, fue mellando el ánimo en unos, y otros de plano se hicieron a un lado.

En todas las conversaci­ones en donde estaba presente un senador o diputado del PRI no ocultaban su malestar contra la dirigencia priista y con el gabinete del presidente Peña, quienes los castigaban con el látigo de su desprecio.

A 52 días de las elecciones se corrige el rumbo y se relanza la campaña para triunfar el 1 de julio. ¿Habrá sido demasiado tarde para ello? Sólo el tiempo lo dirá. Lo que se debe hacer desde ahora, independie­ntemente de que se gane o pierda, es dejar al PRI en manos de auténticos militantes y no de improvisad­os y oportunist­as, que sólo vieron al partido como un botín político en aras de un proyecto transexena­l.

“Lo que se debe hacer desde ahora es dejar al PRI en manos de auténticos militantes”

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