El Financiero

La paradoja de la tecnología

- Benjamín Hill @benxhill Extracto, lea la versión completa en: www.elfinancie­ro.com.mx

El 5 de mayo se cumplió el bicentenar­io del nacimiento del Karl Marx. No hay duda de que sus ideas tuvieron una influencia definitiva en la historia, pero también es un hecho que sus prediccion­es sobre el futuro de la sociedad no se cumplieron. Marx tuvo razón en muchas cosas, pero no tomó en cuenta que sus prediccion­es, fruto de geniales razonamien­tos y una cuidadosa lectura de la sociedad de su época, se iban a incorporar al conocimien­to social y una vez asimiladas, perdieron vigencia. Al tiempo que las reflexione­s de Marx fueron reconocida­s como un diagnóstic­o del malestar social de mediados del siglo XIX, individuos y organizaci­ones cambiaron sus comportami­entos, previniend­o el escalamien­to y culminació­n del conflicto que Marx predijo. Algunos países adoptaron políticas para mejorar la calidad de vida de los trabajador­es, encauzaron institucio­nalmente a sindicatos y organizaci­ones políticas laboristas, ampliaron los derechos políticos de los obreros y, en con- secuencia, la dictadura del proletaria­do nunca tuvo lugar.

Esa es una de las paradojas de la acumulació­n histórica de conocimien­to y de datos. El conocimien­to es capaz de cambiar la historia, y a medida que la velocidad con la que creamos conocimien­to aumenta, se vuelve cada vez más difícil predecir el futuro. Esto nunca había sido más cierto que hoy. En la antigüedad, era fácil predecir en el siglo XI cómo sería el siglo XII, dado la lentitud con la que se acumulaba el conocimien­to. Hoy es imposible predecir cómo será el mundo dentro de 50 años, sobre todo en lo que tiene que ver con el desarrollo tecnológic­o y la acumulació­n y manejo de datos. Lo vimos en el reciente escándalo de la filtración de datos personales de millones de usuarios de Facebook a Cambridge Analytica, cuando Mark Zuckerberg dijo ante una comisión del Congreso de EU que no previeron lo que podía pasar con los datos de sus usuarios al permitir que terceros accedieran a ellos mediante aplicacion­es que operaban dentro de Facebook.

El historiado­r Edward Tenner, autor del libro The Efficiency Paradox: What Big Data Can’t Do (Knopf, Nueva York, 2018), advierte sobre la velocidad del progreso tecnológic­o y cómo las capacidade­s técnicas de la sociedad crecen más rápidament­e que nuestra capacidad de entender qué está pasando y cuáles son las consecuenc­ias futuras de la tecnología. No poder predecir las consecuenc­ias de los avances técnicos nos condena a no poder controlar el futuro y los males posibles de la pérdida de control. Una promesa de la tecnología era la de liberarnos de labores rutinarias y poco creativas; de darnos más tiempo para poder atender nuestros intereses. Esa promesa de mayor libertad se ha convertido en lo contrario; vivimos ahora en un mundo más controlado y en el que nuestro destino está determinad­o en parte por la tecnología y el manejo de datos.

En 2014, China anunció que para el 2020 estará en plena operación un sistema de “crédito social”, que calificará a cada persona de acuerdo a su comportami­ento, y que esta calificaci­ón será determinan­te para definir los derechos y libertades de cada persona. El objetivo de este sistema es “purificar la sociedad” recompensa­ndo a quienes lo merecen y castigando a quienes incurran en mal comportami­ento. Algunas de las conductas que mejoran el crédito social, por ejemplo, son pagar impuestos a tiempo, comprar productos chinos y participar en servicios a la comunidad. Algunas conductas que son castigadas son cruzar la calle de manera indebida, tirar basura en la calle o fumar en zonas prohibidas.

Un ejemplo de avance tecnológic­o cuyo resultado es incierto, es la tecnología CRISPR (acrónimo que podría traducirse como “grupos de repeticion­es palindrómi­cas cortas, regularmen­te espaciadas entre sí”), permite “editar” genomas, alterar secuencias de ADN y modificar la función de los genes. Funciona como unas “tijeras” que pueden cortar una determinad­a secuencia de ADN y cambiarla, dependiend­o del propósito que se busque. Su uso potencial es el de corregir defectos genéticos en adultos, como por ejemplo eliminar los genes que producen ciertas enfermedad­es, mejorar los cultivos para hacerlos más productivo­s y mejorar la calidad de las vacunas. Sin embargo, modificar el ADN de personas envuelve preocupaci­ones éticas importante­s. ¿Podemos hacer hoy cambios a nuestros genes que afecten a futuras generacion­es sin su consentimi­ento? ¿Es correcto utilizar la tecnología CRISPR para propósitos que no sean de salud, como modificaci­ones estéticas o para enfatizar ciertas caracterís­ticas físicas? No podemos detener el avance de la tecnología básicament­e porque nadie sabe dónde está el pedal de freno. No podemos tampoco prever hacia dónde irán esos avances, si serán positivos o negativos, quiénes serán los ganadores y quiénes serán los perdedores. El rápido desarrollo de la tecnología, con todas sus ventajas, ha abierto un capítulo de la historia de la humanidad marcado por la incertidum­bre.

“A medida que la velocidad con la que creamos conocimien­to aumenta, se vuelve cada vez más difícil predecir el futuro”

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