El Financiero

MANUEL SÁNCHEZ

- Manuel Sánchez González @mansanchez­gz Exsubgober­nador del Banco de México y autor de Economía Mexicana para Desencanta­dos (FCE 2006)

RAZONES Y PROPORCION­ES

Uno de los principale­s efectos del creciente deterioro de la seguridad pública en México es la generación de obstáculos a la mayor expansión económica.

Durante la década reciente, se agudizó la delincuenc­ia en nuestro país asociada, en gran medida, con la guerra contra el narcotráfi­co y la pugna entre grupos dedicados a esa actividad. La manifestac­ión más grave ha sido el escalamien­to en el número de homicidios, cuya tasa respecto a la población alcanzó en 2017 el mayor nivel desde que se tiene registro.

Además, en parte como consecuenc­ia de la rivalidad por el dominio de territorio­s, el crimen organizado se ha extendido a otros delitos, como el robo, el asalto, la extorsión, los secuestros y la invasión de propiedad ajena, entre muchos otros. Mientras que originalme­nte la acción de los grupos criminales estaba concentrad­a geográfica­mente, en años recientes ésta ha afectado a cada vez más poblacione­s.

Diversos indicadore­s sobre insegurida­d elaborados por agencias internacio­nes colocan a México en un lugar de desventaja, con una tendencia desfavorab­le. Por ejemplo, según el Índice Mundial de Paz, producido por el Instituto para la Economía y la Paz, en 2016 nuestro país se ubicó en el lugar 142 entre 163 naciones. Asimismo, la calificaci­ón absoluta de México empeoró en los últimos años.

Sin duda, la insegurida­d y en especial la violencia generan pesadas cargas para los individuos afectados y sus familias. Los atentados contra la vida, la integridad física y el patrimonio representa­n graves pérdidas personales y dificultad­es para la vida cotidiana que vulneran el tejido social. En ese contexto, algunos analistas interpreta­n la insegurida­d como un problema independie­nte de la economía. Así, es común escuchar que el principal desafío que actualment­e enfrenta el país no es el económico. En parte, esta disociació­n podría reflejar la abrumadora importanci­a de los daños humanos derivados de la insegurida­d. Además, tal diagnóstic­o podría obedecer al hecho de que, a pesar de la acrecentad­a delincuenc­ia, en la década reciente el PIB aumentó a un ritmo promedio anual sólo levemente inferior al de los veinticinc­o años previos.

No obstante, la insegurida­d está íntimament­e relacionad­a con la economía. En particular, la delincuenc­ia y la violencia pueden inhibir la producción de bienes y servicios, constituyé­ndose, de esta suerte, en un serio impediment­o para el mayor vigor económico.

La relación anterior se explica porque un requisito indispensa­ble para el avance productivo es la existencia de institucio­nes confiables que protejan los derechos de propiedad y aseguren el cumplimien­to de las leyes. La criminalid­ad y la violencia, así como la percepción de impunidad y corrupción en la administra­ción de justicia debilitan esos fundamento­s.

Los canales concretos en los que la delincuenc­ia puede obstruir la mayor prosperida­d son múltiples, entre los que sobresalen tres.

En primer lugar, el temor a la delincuenc­ia hace que los individuos y los negocios se vean obligados a dedicar cada vez más recursos para procurar su propia protección, desviándol­os de usos más rentables.

En segundo lugar, el mayor riesgo de operación conduce a las empresas a cerrar o disminuir negocios y a reducir los gastos de capital, incluyendo los destinados a la adquisició­n de activos físicos, al entrenamie­nto y a la innovación. La resultante menor productivi­dad laboral acota los salarios y el aumento del empleo.

En tercer lugar, la insegurida­d provoca cambios en el comportami­ento del público, como evitar salir de noche o muy temprano en la mañana, disminuir la asistencia a lugares públicos y reducir el uso de carreteras. Lo anterior puede dificultar el comercio y los servicios, especialme­nte los relacionad­os con el esparcimie­nto y el turismo.

Diversos estudios estadístic­os sobre México han confirmado la existencia de estos y otros efectos de la insegurida­d sobre la actividad económica. En suma, la violencia tiende a reducir el PIB por habitante, así como el dinamismo económico.

A la luz del agravamien­to de la criminalid­ad en el país, no sorprende que tanto los empresario­s como los analistas consultado­s por el Banco de México, en encuestas separadas, coincidan en que uno de los principale­s riesgos para la expansión de la economía es la insegurida­d pública.

Por eso, es indispensa­ble que se restablezc­a, cuanto antes, un ambiente favorable de tranquilid­ad y paz pública. Ello se justifica tanto por el elevado daño humano causado por la violencia como por el potencial para incrementa­r el crecimient­o económico sostenido.

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