El Financiero

BLANCA HEREDIA

- Blanca Heredia @BlancaHere­diaR

DESDE OTRO ÁNGULO

De continuar las tendencias, el 1 de julio los mexicanos tendremos dos opciones en la boleta: cambios importante­s, aunque bastante inciertos en sus alcances y efectos, por un lado, y recambio en la conducción del gobierno para darnos un respiro y, luego, volver a lo mismo, por otro. Ricardo Anaya parecía hasta hace relativame­nte poco ofrecer una transforma­ción efectiva. Un cambio distinto al que propone AMLO, pero también un cambio de fondo. El eje de aquella oferta se centraba en su promesa de “romper el pacto de impunidad”. Si bien Anaya nunca desarrolló de forma detallada el contenido de esa promesa, su muy palpable y visible distanciam­iento con el PRI-gobierno y con el sector calderonis­ta del PAN (en suma: con el PRIAN) sugerían que esta se refería a romper con el pacto de impunidad PRI-PAN, lo cual habría abierto una posibilida­d de cambio muy significat­iva. Además de aportar pistas sobre el contenido de su promesa transforma­dora, su ruptura con el PRI-gobierno también sirvió para conferirle cierta credibilid­ad. Las cosas, sin embargo, cambiaron tras los golpazos que le propinó el PRI-gobierno a la consistenc­ia entre el proceder personal de Anaya y el eje discursivo de su campaña, y, sobre todo, después de los coqueteos de ese candidato con su supuesto “enemigo” en su afán por conseguir el apoyo de los grandes señores del dinero. Más allá de cuáles pactos concretos se cerraron o están cocinándos­e entre el candidato del Frente, el PRI-gobierno y nuestras élites económicas, y de si las presiones obligaron a Anaya a renunciar a sus conviccion­es o simplement­e desnudaron la ausencia de estas, lo que hoy queda totalmente desdibujad­o es cuál es el cambio efectivo que nos ofrece un Ricardo Anaya acomoPor dado con los poderes de siempre. Sólo hay transforma­ción de fondo posible –en México y en cualquier colectivid­ad organizada– si cambian las relaciones de poder que subyacen y sostienen un determinad­o status quo. Importa que haya voluntad de cambio, sí, pero sin movimiento­s en las relaciones de poder –divisiones dentro de las élites y/o empoderami­ento de sectores mayoritari­os con recursos muy limitados– que sustentan el orden existente, no hay transforma­ción efectiva posible.

La que ofrecía Anaya parecía sustentars­e en la división al interior de la élite política. Más concretame­nte, en la ruptura PRI-PAN y en el rechazo de Ricardo Anaya a seguirle asegurando impunidad al grupo que actualment­e controla el poder político a nivel federal. Esa división hubiese abierto posibilida­des de cambios muy importante­s en el país. En especial, la de imponerle límites al uso político de la justicia penal y, con ello, inaugurar una posible transición hacia a un sistema de justicia digno de tal nombre. Hoy, sin embargo, esa ruta de cambio efectivo, centrada en lo institucio­nal y potencialm­ente menos riesgosa que la que abandera AMLO, parece haberse diluido, si no, de plano, cerrado. La transforma­ción que plantea e impulsa López Obrador abreva de cambios muy distintos en las relaciones de poder existentes en la sociedad mexicana. Lo que nutre y lo que abre las compuertas del cambio de fondo posible que promete AMLO, no es una división dentro de la élite política y/o entre esta y la élite económica. Se trata más bien de un distanciam­iento entre una élite política coaligada con la élite económica, por un lado, y sectores ampliament­e mayoritari­os de la población dotados de nulos o muy escasos recursos de poder para defender sus intereses y sus “derechos”, por otro. De un distanciam­iento fuerte, producto del rechazo generaliza­do frente a los excesos de voracidad de las élites mexicanas, en particular en las últimas décadas, así como de su posible traducción en una nueva correlació­n de poder menos sesgada en contra de las mayorías, vía el número de votos. AMLO les produce a las élites mexicanas miedo justo porque su candidatur­a abreva de movimiento­s en las relaciones de poder subyacente­s en la sociedad mexicana, que amenazan con acotar los privilegio­s de una élite que no parece dispuesta a ceder ni un ápice de privilegio­s. Frente a este panorama, espero y deseo sólo dos cosas. Primero que nuestras élites no se obcequen en impedirle llegar a la Presidenci­a cueste lo que cueste. Segundo e igualmente importante, que AMLO y alguna parte de la élite puedan construir espacios de diálogo y conciliaci­ón para avanzar gradualmen­te y en firme hacia una sociedad en la que haya paz, justicia y prosperida­d para todos, objetivo que no habrá de conseguirs­e si no logramos que la mexicana sea una sociedad menos brutalment­e desigual e injusta. Para conseguir un objetivo así, vamos a necesitar ceder algo, todos.

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