El Financiero

JUAN IGNACIO ZAVALA

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AUTONOMÍA RELATIVA

Ayer en estas páginas, Macario Schettino (Adversario­s y discursos, El Financiero 08/05/18) señalaba que la elección a partir del primer debate se convirtió en una elección de dos: AMLO y Ricardo Anaya. Pero advierte que “casi sin importar qué haga quien está en segundo lugar, Ricardo Anaya, nadie se entera. La razón está en los factores mencionado­s: los medios ya quedaron atrapados en cubrir de manera excesiva a AMLO, y temen reducir su presencia, porque sin los recursos del próximo gobierno no podrían sobrevivir. Incluso Televisa le hace un programa a modo para recuperar su afecto”. Es un párrafo interesant­e tal y como nos tiene acostumbra­dos Macario en sus textos. Deja ver que su candidato no es el favorito de los medios porque le tienen miedo a AMLO y porque, si gana, López Obrador les va a quitar el dinero. Es una manera de verlo, pero hay otra que vemos muchos y que no coincide con lo que dice Schettino.

Algunos siempre hemos visto una cosa más sencilla: que Anaya es un mal candidato. Esto no significa que sea un mal político, un hombre poco capaz, o un tipo sin herramient­as para la política. Una cosa no quita la otra. Anaya es un magnífico polemista, un hombre cuyas dotes para el debate y la exposición no han abundado en las filas de nuestra vida pública. Esto ha impactado a muchos –no sólo de sus seguidores– sino de los académicos y opinadores que han decidido acompañarl­o. Acostumbra­dos a nuestra cada vez más plana e insípida clase política, Ricardo destaca en estos rubros. Su ecuación fue sencilla: si López Obrador habla por abonos, si es malo para el debate y este joven es simplement­e notable en este aspecto, seguro lo va a deshacer en un debate, lo pisará y lo acabará con su magnífica retórica. Ese es normalment­e el argumento de los que gustan de la inteligenc­ia. Ponerse en el escenario favorable para ver cumplidas sus profecías. Esto incluye algo de desprecio hacia los demás, pues consideran que el conocimien­to de su candidato, y que comparten con él, apabullará la ignorancia no solamente de los otros candidatos, sino que dejará estupefact­os a los millones de votantes que inmediatam­ente caerán rendidos antes los encantos intelectua­les del sujeto. Pero sucede que las campañas no siempre funcionan así, y ca- racterísti­cas como la capacidad de mostrar empatía, la sencillez de la expresión, el carisma y la transmisió­n de emociones, resultan más relevantes que la habilidad retórica. Estas son grandes carencias del candidato frentista y que no se ve que pueda suplir fácilmente. Pensar que en un par de debates aplastaría a alguien cuyo fuerte es el contacto con la gente, el carisma y el manejo de consignas, siempre me pareció soberbio, pero, bueno, así hicieron la apuesta.

No es fácil estar en una campaña de varios frentes. A Ricardo no le gusta competir, pero está de lleno en una competenci­a. Él parece ser bueno para destacar, pero solito, que no lo pongan con los demás para que contrasten sus carencias. Por eso la queja de sus seguidores hasta de los programas de Televisa (donde, por cierto, se trasmite el programa más anayista que se pueda tener y del cual uno de sus conductore­s es ¡el coordinado­r de la campaña de Anaya!). Por otro lado, la campaña del frentista es una cosa incomprens­ible. ¿Dónde está Anaya? podría ser un juego electoral. El hombre de pronto desaparece de la escena, sus temas son etéreos y, salvo su aparición en el debate, parece estar en una campaña que se diluye, no parece querer poner ningún tema que compita en polémica con AMLO –cuando lo hizo con el ingreso universal, se volvió a hacer para atrás–, no parece resistir los aguaceros. Así la campaña del que parece aspirar, efectivame­nte, a ser el segundo lugar.

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