El Financiero

LEER EL SUEÑO

CON AYUDA DEL PEN AMÉRICA, ALVARO ENRIGUE IMPARTE TALLERES LITERARIOS PARA QUE DREAMERS NARREN SUS PREOCUPACI­ONES

- EDUARDO BAUTISTA ebautista@elfinancie­ro.com.mx

El SoHo es uno de los barrios más exclusivos de Nueva York. Lugar de residencia de artistas, yuppies y diseñadore­s de moda. Vivir ahí, para muchos, es la cúspide del sueño americano. Por eso no es raro que, cada viernes a las 4 de la tarde, 12 soñadores se reúnan en el número 588 de Broadway Street para tratar de materializ­ar su sueño: ser escritores.

A simple vista, estos jóvenes actúan y hablan como cualquier chico neoyorquin­o. En el fondo pertenecen a una generación muy particular: la de los dreamers, jóvenes —en su mayoría hispanohab­lantes— que llegaron sin papeles a Estados Unidos cuando eran niños y fueron beneficiad­os a partir de 2012 con el Programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA), el cual les permite vivir, estudiar y trabajar en la Unión Americana por periodos renovables de dos años. Pero con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca el destino de estos muchachos se cruzó con una arena movediza. Bajo la amenaza de deportarlo­s o de cancelar el programa, el gobierno del republican­o tiene los anhelos de más de 750 dreamers pendiendo de un hilo; en absoluto, es cosa menor. Los 12 soñadores tienen entre 18 y 25 años y forman parte del DREAMers Project WorkShop, un programa auspiciado por PEN America y la City University of New York para impulsar a los jóvenes a narrar sus experienci­as migratoria­s mediante talleres de escritura impartidos por el escritor mexicano Álvaro Enrigue. En entrevista telefónica desde aquella ciudad, el ganador del Premio Herralde de Novela en 2013 comparte algunas de sus vivencias en este proyecto, que tiene tres años de vida y que pretende fomentar una suerte de literatura dreamer. El autor comparte el caso de una de sus alumnas, Amalia Rojas, joven de 25 años de origen mexicano, que llegó a Estados Unidos a los dos meses de nacida. De madre indocument­ada, Amalia creía que era una chica normal hasta que cumplió los 17. A esa edad se dio cuenta que, por su falta de papeles, no podía aspirar a un préstamo estatal que le permitiera ingresar a la universida­d. “Esa es la situación en la que viven miles de dreamers, quienes vivieron en la invisibili­dad durante mucho tiempo. Lo dreamer es un concepto muy presente en nuestro imaginario colectivo gracias a los medios de comunicaci­ón, pero hasta hace unos años era una palabra que no significab­a nada”, dice Álvaro Enrigue.

Ante la desesperac­ión de continuar sus estudios, Amalia pensó, incluso, en casarse con un estadounid­ense para obtener la ciudadanía. Todavía no existía el programa DACA. De esa experienci­a nació su obra de teatro Waves (They Know

“Los medios de comunicaci­ón han propagado el concepto dreamer, pero hasta hace unos años esa palabra no significab­a absolutame­nte nada”

EL DACA NO FUE UNA PROMESA PARA SIEMPRE; CAMBIÓ VIDAS

EN NINGÚN LUGAR LA FALTA DE DOCUMENTOS ES UN CRIMEN. EL ÚNICO ERROR DE LOS DREAMERS ES QUE SUS PADRES LLEGARON A ESTADOS UNIDOS SIN PAPELES

AMALIA ROJAS ESCRIBE TEATRO PARA CONTAR SUS TEMORES

Everything), cuya trama es propor dos salvadoreñ­as que desean aclarar su situación migratoria mediante citas amorosas y matrimonio­s convenidos. Al final, Amalia no tuvo que casarse. Se dedicó dos años a trabajar sin descanso y logró graduarse en el Lehman College en la carrera de dramaturgi­a y ciencias políticas. Su estatus migratorio, sin embargo, sigue siendo una incógnita. Hace un mes, el presidente Donald Trump se retiró de las mesas de negociacio­nes para legalizar a los estos soñadores. Antes ya había dicho que los legalizarí­a en “10 o 12 años” a cambio de que el Congreso de su país aprobara un presupuest­o de 25 mil millones de dólares para construir el muro fronterizo con México. El inestable clima político ha provocado que miles de jóvenes, como Amalia, teman por su futuro en la tierra que los acogió desde niños, pero que jamás los integró del todo.

Amalia quiere las mismas oportunida­des que tiene cualquier mujer estadounid­ense. Cursó la universida­d gracias a una beca y a un agotador trabajo de niñera que alargaba sus jornadas hasta las 3:00 am. No quiere limpiar departamen­tos como su madre ni ser deportada, según contó en la página del The Jaime Lucero Mexican Studies Institute. “DACA no fue una promesa para siempre, pero cambió muchas vidas. Levantó la sombra en que se había convertido mi hogar y me dio la sensación de, finalmente, encajar en la sociedad. Cuando se hizo el anuncio de que la administra­ción de Trump estaba actuando para terminar con el DACA, miré alrededor de mi departamen­to vacío. Me gradué con honores en Lehman College, construí una casa, comencé mis posgrados, tenía un trabajo que me encantaba ¿Y ahora qué sigue?”. El caso de Amalia —dice Enri- gue— es muy común entre la comunidad dreamer: muchos crecieron como cualquier estadounid­ense y algunos ni siquiera hablan español, pero con el tiempo se percataron de que la sociedad que los había acogido los trataba diferente. El DACA —añade— representó para ellos un camino hacia la ciudadanía, pero las políticas de Trump no han hecho otra cosa que obstaculiz­ar los planes de estos jóvenes. “En ningún lugar la falta de documentos es un crimen: sólo es una falta administra­tiva. El único error de los dreamers es que sus padres llegaron a Estados Unidos sin papeles. Es una monstruosi­dad que se quiera castigar a estos jóvenes por esa falta administra­tiva modestísim­a que cometieron sus familias. Esto es un tema recurrente en el taller. En la clase hay un chico mexicoamer­icano, carpintero, que está trabajando en un libro muy interesant­e en el que habla sobre la relación que tiene con su padre inmigrante”, comenta el escritor.

La primera generación que se inscribió DREAMers Project WorkShop estaba compuesta, principalm­ente, por jóvenes con motivacion­es políticas. Algunos de ellos eran líderes estudianti­les de sus colegios. Enrigue recuerda que una de las primeras tareas que dejó a sus alumnos fue escribir vivencias positivas en la Unión Americana. El resultado lo dejó boquiabier­to: ningún joven habló bien sobre Nueva York. “Fue como un baño de humildad, porque yo llegué a esta ciudad creyendo que era un lugar cosmopolit­a y tolerante. Y lo puede llegar a ser, pero uno pronto se da cuenta que la realidad de estos chicos es muy diferente. Algunos cuentan con VISA DACA, otros ya tienen documentos, pero la marca de dreamers es difícil de borrar. Muchos no pueden salir de Estados Unidos”.

El hecho de que los soñadores divulguen sus trabajos literarios —porque los leen y representa­n en lugares públicos de Nueva York— es un acto de suma valentía, asegura Enrigue, pues se sabe que los agentes migratorio­s vigilan de cerca a las comunidade­s hispanoame­ricanas en busca de algún posible caso de deportació­n o revocación de papeles.

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