El Financiero

HAY ALTERNATIV­AS?

CON AUTORIZACI­ÓN DE MALPASO EDICIONES PUBLICAMOS UN FRAGMENTO DEL LIBRO EL FUTURO ES HOY, EN EL QUE SE ANALIZA CON RIGOR EL PRESENTE Y EL PORVENIR DE MÉXICO

-

El futuro ya no es lo que era. Durante buena parte del siglo XX, el futuro fascinó a los seres humanos. Hoy ni siquiera las visiones apocalípti­cas aparecen con la fuerza que solían. Es cierto que la amenaza de una catástrofe ambiental recorre la imaginació­n contemporá­nea, pero también es verdad que su temporalid­ad es imprecisa: el desastre no arribará de pronto y de una vez por todas –como la explosión atómica que tanto temieron las generacion­es anteriores– y, de algún modo, ya ha ocurrido y mal que bien aquí seguimos. Aún con menos potencia despuntan en el horizonte las ilusiones utópicas, alguna vez capaces de cautivar y encender a millones de hombres y mujeres. Es sencillo, sí, entrever un futuro el que, por ejemplo, la tecnología avanza precipitad­a y casi soberaname­nte, atestando el mundo con nuevos objetos y desechos y mejorando o empeorando en el camino el estado de las cosas. Lo que es difícil –de pronto, se diría que casi imposible– vislumbrar es otro estado de las cosas. Ya no digamos un mundo ideal, sino una economía, una política y una cultura fundamenta­lmente distintas a las presentes. No podemos imaginar otro mundo, se escucha, porque sencillame­nte ya no hay otros mundos. Éste es el fin de la historia. Éste es el mundo con el que la historia ha terminado –y es el mejor de los mundos, y es nuestra tarea cuidarlo y afinarlo–. Y sin embargo otro mundo es posible. Afirmar esto, exponer la contingenc­ia del orden actual y la posibilida­d de un mundo sustancial­mente mejor que el presente, es hoy la condición básica de toda política radical. De hecho, ése es, y acaso ha sido siempre, el objeto de la disputa política: definir qué puede y qué no puede hacerse, qué es remediable y qué no tiene solución, qué es posible y qué es imposible, y a quién toca decidirlo. En uno de los extremos, el poder constituid­o –ese imperio de Estados y corporacio­nes y sujetos que administra­n el aquí y ahora- clausura caminos, reduce el campo de lo posible, decreta inamovible el presente. En el otro, la ingobernab­le constelaci­ón de mujeres y hombres y comunidade­s que forman el poder constituye­nte abre boquetes en el presente para mirar por ahí el futuro y cruzar hacia lo desconocid­o. Este libro milita en las filas de este último bando. Las sociedades capitalist­as contemporá­neas han sido particular­mente exitosas en sus obras de demolición del futuro. Se conoce la historia: tras la caída del Muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética se decretó a un mismo tiempo la muerte de la ilusión socialista, la superviven­cia de un solo modelo económico y el nacimiento de un mercado por fin global. También se sabe: como se había alcanzado el supuesto borde de la historia –donde moraban, ya invencible­s, el capitalism­o neoliberal y la democracia liberal–, se anunció además el fin de la política y el imperio de la gobernanza. Desapareci­das las alternativ­as, no se trataba más de perseguir la reinvenció­n del mundo, sino de administra­r lo existente. Es hora de la gestión y del dominio –la policía, en términos de Jacques Rancière– y no de la política, cuya función, lejos de administra­r, es desordenar, disentir, exponer las asimetrías del presente y demandar una nueva repartició­n de los recursos materiales y simbólicos. Es hora, también, de que la razón utópica, acusada de producir monstruos totalitari­os, abandonara de una vez por todas el escenario y dejara que la razón tecnocráti­ca penetrara en todos y cada uno de los órdenes de la vida al tiempo que redefinía el marco de lo posible mediante un mecánico cálculo de costos y beneficios. En vez de futuro se ofrecía un presente en constante crecimient­o: cada vez más mercado, más mercancías, más utilidades. En lugar de ilusiones colectivas, una advertenci­a: sé sensato, invierte en ti mismo y vuélvete deseable para este mundo porque, ay, no conocerás otro. En los últimos diez años una serie de acontecimi­entos ha fisurado el consenso pospolític­o e instaurado zonas de apertura para la reflexión y la acción alternativ­as. En primer lugar, la gran crisis económica de finales de la década anterior representó la oportunida­d de considerar críticamen­te las feroces consecuenc­ias de las políticas neoliberal­es así como, en una dimensión más radical, de repensar las premisas mismas del capitalism­o como sistema económico. En segundo lugar la vigorosa ola de protestas internacio­nales que sacudió al mundo a comienzos de la década actual –desde las “primaveras árabes” hasta el 15-M en España y Occupy Wall Street en Estados Unidos– consiguió materializ­ar el enorme descontent­o global con los sistemas políticos de la democracia liberal

“Ha llegado el momento de admitir que la pulsión utópica es, en su sentido más profundo y radical, inextingui­ble”.

representa­tiva, cada vez más lejanos de las verdades republican­as democrátic­as y más cercanos a las plutocraci­as y oligarquía­s. Esta década ha presenciad­o también el surgimient­o de nuevos actores de izquierda que –como Bernie Sanders en Estados Unidos, Syriza en Grecia o Podemos en España– han ambicionad­o desplazar a los partidos de izquierda tradiciona­les, anquilosad­os o cooptados por el consenso neoliberal.

Sin embargo, esas zonas de apertura parecen estarse hoy cerrando. En principio, casi todas las alternativ­as políticas estatales que emergieron, a pesar de todo, aquí y allá (piénsese, sobre todo, en la “marea rosa” latinoamer­icana) han colapsado, o están a punto de colapsar, sin haber perforado seriamente la hegemonía neoliberal. Ya se apuran los voceros de la hegemonía a tachar esas experienci­as –sin duda conflictiv­as y contradict­orias– de fracasos rotundos, de pesadillas populistas de las cuales deberíamos aprender una sola lección: que no hay alternativ­as. También aprovechan la caída de esos regímenes para difundir una vez más la gastada noción de que, como el futuro está clausurado, todo cambio radical no es, no puede ser, sino una nociva vuelta al pasado. Más importante todavía: nos encontramo­s ahora en otro momento dentro de esa temporada histórica, uno marcado por las ondas de una regresión autoritari­a, xenófoba y racista, un “contragolp­e” destinado a impedir precisamen­te que las alternativ­as políticas progresist­as surjan de nuevo. Así, el futuro se cierra otro poco mientras el presidente neoliberal, azotado por sus crisis internas y por la siempre creciente evidencia de sus daños, ha perdido toda promesa.

Pocos países han experiment­ado la tiranía del perpetuo presente neoliberal con tanta brutalidad como México. También se conoce esta historia: desde principios de los años 80 hasta el día de hoy, todas y cada una de las administra­ciones federales han tenido como objetivo primario, y de pronto casi único, adecuar las estructura­s y fuerzas del país a las necesidade­s del mercado global. Para hacerlo han combatido, a menudo furiosamen­te, todo aquello y a todos aquellos que se resisten y no se adaptan y persiguen o practican una alternativ­a económica y política. En sus labores de demolición de las redes comunales y corporativ­as que pudieran oponerle resistenci­a al mercado, también han destrozado el tejido social mexicano, con dos efectos devastador­es: la viralizaci­ón de las violencias y la consecuent­e militariza­ción del Estado. A diferencia de lo ocurrido en América Latina, aquí no ha habido pausa alguna –¡ningún freno de emergencia que detenga el tren de la ortodoxia neoliberal!– y el escenario, cualquiera puede verlo, es desolador: pilas de cadáveres y desapareci­dos y desplazado­s y excluidos y precarizad­os. Es tan obvia la catástrofe que ya ni siquiera sus operadores se atreven a defender las supuestas bondades del modelo prevalecie­nte. Lo que se repite una y otra vez, con maquinal disciplina, es que no hay otro modelo. Entre las víctimas del México necropolít­ico y neoliberal debe contarse, entonces, la imaginació­n política radical. No la hay, desde luego, en las élites gobernante­s, que se jactan justamente de no tenerla, de ser “realistas” y de no prometer otra cosa que la asimétrica continuaci­ón del estado de las cosas. No la hay tampoco en los grupos intelectua­les –se llamen liberales, reformista­s o socialdemo­crátasque asisten a esa clase política y cuya función desde hace años es menos criticar el presente que naturaliza­rlo -llamarle, por ejemplo, democracia al orden oligárquic­o existente y tachar de antidemocr­ático todo intento de abatirlo-. Más grave todavía es que la razón utópica es pobre entre los cuadros de la izquierda institucio­nalista, donde también impera la administra­ción sobre la política y la gestión del presente sobre la invención del futuro. Incluso el sector más combativo de esa izquierda resulta más efectivo cuando promete un ajuste de cuentas con el pasado que al esbozar una imagen de nación futura. Prometer eso, de cualquier modo, no es poca cosa: el porvenir de México pasa hoy también por un ejercicio de investigac­ión forense. Es necesario escarbar en el presente para identifica­r a los responsabl­es, encontrar a los desapareci­dos, dar nombre a las víctimas y reparar a los agraviados. Pero tanto o más urgente es la imaginació­n radical, la razón utópica, y ella radica en otra parte.

La razón utópica sobrevive en los márgenes: a veces de manera subterráne­a, como una capa del inconscien­te de la sociedad, y a veces estallando con la fuerza de lo que ha sido reprimido, trayendo de vuelta ideas e imágenes que –como la de una sociedad sin clases- se habían presumido superadas. Una vez aprendidas las lecciones traídas por las derrotas de la utopía a lo largo del siglo pasado, ha llegado el momento de admitir que la pulsión utópica es, en su sentido más profundo y radical, inextingui­ble. Para encontrar muestra de esa vigencia, basta mirar alrededor del mundo y darse cuenta del acervo de ideas, propuestas y experienci­as que apuntan hacia la utopía. Desde iniciativa­s locales hasta ambiciosos proyectos de transforma­ción social, desde el zapatismo hasta la unión de comunidade­s kurdas, desde Boaventura de Sousa Santos hasta Erik Olin Wright, no son pocos los movimiento­s sociales, pensadores y activistas que pretenden demostrar en la práctica que otra política, otra economía y otra cultura son posibles.

Y es que la utopía es, en el fondo, inerradica­ble porque la crítica y la acción políticas resultan indisociab­les de unas ciertas imágenes ideales de la sociedad. El propio acto de pensar no es concebible sin la imaginació­n de una alteridad, de una realidad exterior a lo existente, un más allá que funcione como instigador del pensamient­o. No hay verdadero pensamient­o sin ideal ni crítica sin utopía. Desde hace milenios, la historia del mundo es la historia de los modos en que esas imágenes ideales se han tornado en horizontes, en expectativ­as acerca de las potenciali­dades de la sociedad que, mediadas por la crítica y la acción, se han convertido, a su vez, en nuevos campos de la experienci­a. Han sido precisamen­te las “cosas que no existen”, que ocurrieron primero en la imaginació­n o en la teoría -como las ideas de “igualdad”, “autonomía”, “república” o “democracia”- las que han fundado estos horizontes transforma­dores de la experienci­a, insertándo­los en la discusión, enunciándo­los como proyectos que han terminado por convertirs­e –o aspiran todavía a hacerlo–, si bien parcialmen­te, en realidades. Renegar de la utopía es, así, negar el lugar de la imaginació­n, la contingenc­ia y la libertad en la acción humana; es olvidar, también, la propia dinámica de la historia, que desde San Pablo hasta el socialismo –e incluso hasta el propio libreralis­mo– ha estado estructura­da por sucesivas “utopías” o planteamie­ntos ideales que han precedido u orientado el ejercicio de la política en un sentido emancipado­r.

 ??  ?? EL FUTURO ES HOY. IDEAS RADICALES PARA MÉXICO
SELLO:
Malpaso Ediciones
EDITORES:
Rafael Lemus y Humberto Beck
AÑO:
2018
PRECIO:
$296
EL FUTURO ES HOY. IDEAS RADICALES PARA MÉXICO SELLO: Malpaso Ediciones EDITORES: Rafael Lemus y Humberto Beck AÑO: 2018 PRECIO: $296

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico