Debates y elecciones
Este domingo ocurrirá el segundo debate entre candidatos a la Presidencia. Después del éxito del primero (mucho más ágil que en otras ocasiones, el más visto según los ratings), tenemos razones para ser optimistas. En esta ocasión el formato será aún más novedoso, un poco como los que en Estados Unidos se llaman “Town Hall”, que incluyen la participación de público (previamente seleccionado). Nuevamente lo conducirán periodistas muy reconocidos.
Razones para no ser tan optimistas también existen. La primera es el horario: nueve y media de la noche, tiempo de centro del país, en domingo. No sé cuántos aguanten hasta esa hora, especialmente porque antes de ello ocurrirá la final del futbol. Una más podría ser la que comentó Juan Ignacio Zavala hace unos días: no importan mucho los debates, porque palidecen frente al carisma popular de algún candidato.
Creo que esta segunda razón no es muy válida. No cabe duda de que cada uno de los candidatos tiene características que los hacen más o menos exitosos en Profesor de la Escuela de Gobierno, Tec de Monterrey diferentes ambientes. En particular, tanto José Antonio Meade como Ricardo Anaya son buenos polemistas, mientras que López Obrador no lo es. A cambio, éste ha mostrado por años una faceta carismática que ninguno de sus oponentes tiene. Sin embargo, de ahí no puede deducirse que el carisma mate el debate en todos los casos.
En esta campaña, un elemento fundamental ha sido el conocimiento de los candidatos. López Obrador, después de casi dos décadas de campañas, es conocido por todos. No únicamente conocen su nombre y su figura, conocen lo que ha planteado, su carácter, literalmente lo conocen de cuerpo entero. En un lejano segundo lugar en términos de conocimiento estaba Margarita Zavala, después de seis años como esposa del presidente. Su nombre y rostro eran conocidos por tres cuartas partes de los mexicanos al inicio de las campañas, pero dudo que tuviesen idea de lo que ella propone, o de sus características personales. Sin embargo, los otros dos competidores eran prácticamente desconocidos, salvo para quienes nos dedicamos a seguir noticias políticas. José Antonio Meade, después de doce años como muy alto funcionario, no era reconocido por la mayoría. Ricardo Anaya, con apenas tres o cuatro años en puestos de proyección nacional, menos. Para ellos, el debate fue la primera ocasión en que podían ser vistos por millones de mexicanos, que podrían con ello asociar su nombre, su rostro, sus propuestas e incluso vislumbrar su carácter. Por eso la insistencia de Meade en decir su nombre, por ejemplo. Me parece que ésta es la razón por la cual el debate sí tuvo un efecto en las preferencias, según miden las encuestas. López Obrador no perdió nada, pero Anaya sí logró subir entre 3 y 5 puntos, dependiendo de la medición que se utilice. Más interesante aún, a partir de entonces, las preferencias regresaron a su tendencia, según el tracking de Massive Caller. Ignoro si este segundo debate tendrá un efecto similar (cerrar unos puntos la distancia entre dos candidatos), o si el efecto conocimiento ya no existe.
En un proceso electoral como el actual, en el que un candidato tiene gran ventaja sobre los demás por su trayectoria, me parece que los debates pueden ser mucho más importantes. No hay que menospreciar las dificultades que Meade y Anaya tienen con el filtro de los medios, ni el éxito de las estructuras de redes sociales de AMLO.
En cualquier caso, estamos cerca del final. En un mes empieza el Mundial de futbol. Si alguien quiere ganarle a AMLO, deberá estar en margen de error para entonces. Tienen dos debates y 30 días.