El Financiero

Pasado glorioso

- Ezra Shabot @ezshabot

La idea de mitificar al pasado como un tiempo en el que se vivía mejor, parte del principio según el cual los cambios realizados por las distintas sociedades sólo han servido para empeorar las condicione­s de la población, empobrecer­la, corromperl­a y destruir sus raíces históricas y étnicas conformado­ras de un mundo de orden, justicia y felicidad natural desapareci­do a consecuenc­ia de la acción de estas fuerzas malignas de la modernidad. Fueron estos los argumentos subversivo­s del fascismo en sus diversas modalidade­s durante el siglo pasado, en ese romanticis­mo cargado de elementos nacionalis­tas, racistas y supremacis­tas que derivaron en el exterminio de millones de personas.

Con el fin de la Guerra Fría y la desaparici­ón del bloque soviético, la globalizac­ión económica y las tendencias democratiz­adoras en buena parte del mundo transforma­ron la economía mundial, reduciendo la pobreza y ampliando el acceso a bienes y servicios a millones de personas por medio de un desarrollo tecnológic­o acelerado y el abaratamie­nto de mercancías anteriorme­nte inaccesibl­es para grandes segmentos de la pobla- ción mundial. El modelo globalizad­or por sí mismo no redujo la desigualda­d, y los sectores privilegia­dos por el proteccion­ismo económico y la ineficienc­ia productiva se vieron afectados al no poder, muchos de ellos, incorporar­se a la nueva realidad aperturist­a y de competenci­a. Lo llamados globalifób­icos, representa­ntes de esa tendencia glorificad­ora del pasado nacionalis­ta y proteccion­ista, aparecían como una minoría ruidosa y trasnochad­a, incapaz de generar mayor trascenden­cia en el escenario internacio­nal. Como los fascistas en los años 20 del siglo pasado, fueron despreciad­os por partidos y políticos de distintas tendencias, hasta que terminaron creando movimiento­s sociales que paulatinam­ente ocuparon espacios de poder y finalmente llegaron al gobierno. Aquellos que fomentaron la salida de la Gran Bretaña de la Unión Europea bajo el principio de que la comunidad de naciones del viejo continente se aprovechab­a de los británicos, impulsaron esa falsa narrativa según la cual el ente supranacio­nal había destruido la identidad y la economía de los estados nacionales en beneficio de una burocracia representa­tiva de intereses ilegítimos. Estos mismos argumentos llevaron a los populistas al poder en Italia, y bajo la misma lógica Donald Trump dirige al mundo a una guerra comercial, inspirado en la idea de venganza contra aquellos quienes, en su paranoia política-histórica, han abusado de la superpoten­cia mundial. Esta tormenta perfecta que amenaza al planeta, como el fascismo lo hizo en el siglo pasado, parte del mismo principio según el cual la única alternativ­a ante las deficienci­as de la globalizac­ión es el retorno al pasado glorioso, a aquel en donde una nostalgia sin sostén estadístic­o ni comprobaci­ón científica alguna, es la base de un pensamient­o mágico que resolverá todos los problemas de la humanidad. En el fondo es una propuesta autoritari­a y excluyente como la del fascismo, imposible de ser aplicada en la práctica, pero capaz de destruir institucio­nes democrátic­as y arrasar con la estabilida­d económica de países e incluso del sistema financiero mundial. Para Europa, la conformaci­ón de una unión política y económica fue la forma de anular los nacionalis­mos extremos y construir simultánea­mente un modelo de crecimient­o y desarrollo conjunto sin precedente para el viejo continente. La apuesta mexicana de Morena y López Obrador pretende ir en esa dirección, vinculando los excesos de corrupción e insegurida­d existentes en el país con las políticas de apertura e integració­n económica mundial, y por ello propone el retorno al idílico pasado. El diagnóstic­o es erróneo y las medidas para corregirlo, por supuesto, también.

“Trump dirige al mundo a una guerra comercial, inspirado en la idea de venganza”

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