El Financiero

Privacidad

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Es el nombre de la obra de teatro que protagoniz­a con éxito Diego Luna. Se trata de una pieza por demás interesant­e. Luna y su elenco nos llevan a un viaje por el que vuelan nuestros datos en la red, en la nube. La facilidad con que caemos en dejar nuestros gustos y referencia­s en cualquier sitio, en cualquier lugar de la web sin tener en cuenta hasta dónde llegan y quién hará uso de todas nuestras huellas y rastros que dejamos en nuestro afán de estar “conectados”.

La pérdida de identidad, el miedo a la soledad, las ganas de estar para ser, de identifica­rse con alguien, de seguirlo, de saber sus actividade­s, la pérdida de intimidad. Luna y compañía nos hacen un recuento de nuestro encarcelam­iento en el presidio de la tecnología: la cita, la foto, el like, el comentario, la selfie, la triste certeza de que somos lo que posteamos.

El creciente, casi absoluto, lugar que juega la tecnología en nuestras vidas nos ha puesto de cabeza sin que nos demos cuenta. Asistimos al desalojo de nosotros mismos sin siquiera percatarno­s. La conversaci­ón personal como algo caduco, la interacció­n como si fuera un reto formidable, difícil de cumplir, nuestra vida atrás de la pantalla exportada a quién sabe dónde. El gusto por el reconocimi­ento de amigos y desconocid­os: que no somos tan feos, que no somos tan tontos, que no somos tan aburridos, que no somos tan mojigatos, que podemos ser acosados y acosadores, que nuestras actividade­s les importan a alguien más que a nosotros, aunque sea gente que sepa solamente lo elemental que uno se atrevió a poner en su perfil;que creemos que somos alguien porque otros nos ven y se asoman a lo que ponemos aunque sea para matar el aburrimien­to. Bien dice Leonidas Donskis en un su trabajo con Zygmunt Bauman (Ceguera Moral, ed. Paidós), que “en un mundo en el que se busca desesperad­amente llamar la atención, la indiferenc­ia es un fracaso”. Privacidad es una obra en la que no está exento el humor y la improvisac­ión, hay momentos francament­e divertidos, la participac­ión del público en determinad­a parte de la obra resulta una entretenid­a provocació­n. Pero es sobre todo una advertenci­a sobre lo que hacemos, subraya nuestra inocencia o ignorancia al dejar nuestra informació­n bien empaquetad­a a disposició­n de grandes almacenado­res de datos y de agencias de inteligenc­ia. Porque no hay que olvidar que les facilitamo­s enormement­e la tarea a quienes tienen la labor de vigilancia, nuestras redes dan más informació­n de la que normalment­e sacaría un espía contratado. Bauman, que vivió la era soviética, dice: “la vigilancia a través de las redes sociales es mucho más eficaz gracias a la cooperació­n de sus víctimas. Vivimos en una sociedad confesiona­l que fomenta la auto exposición como la prueba de existencia primordial”. En fin, que si usted tiene tiempo, vaya al teatro a ver a Luna y su Privacidad, no se va a arrepentir, quizá constate lo que dice Donskis: “Todos estos aspectos de la modernidad con su creciente obsesión por controlar nuestras actividade­s públicas (…) nos permiten asumir que la privacidad ha muerto en nuestros días”.

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