El Financiero

La mesa vacía del Village Vanguard

- MARÍA EUGENIA SEVILLA msevilla@elfinancie­ro.com.mx

La primera vez que Thelonius Monk se sentó al piano en el Village Vanguard tuvo escasos oídos, pero selectos: sus pares en el escenario, Max Gordon -el propietari­o que le había dado el chance- y la chica entusiasta que se lo recomendó. Se llamaba Lorraine.

“Nadie entendía a Monk excepto yo”, decía Lorraine. Su intiuición guió, con el tiempo, al Vanguard. Ella llegó a ser la mujer detrás del mítico tablado, cuando quedó viuda de Max décadas después.

Motor del jazz neoyorquin­o de más alta cepa, Lorraine dejó un hueco, recién, en la mesa a la izquierda del escenario. La ocupaba casi cada noche un tanto a medias, cual buena anfitriona, entre la atención a los artistas, las cuentas y la cocina. Las complicaci­ones por un derrame cerebral pusieron fin a su vida melómana el pasado sábado en Manhattan.

Era una joven de 95 que desde antes de caminar amaba el jazz. Y su amor dejó huella en el mundo: el Vanguard no es un club de jazz. Es un personaje imprescind­ible de la vida neoyorquin­a. El escenario más preciado de West Village es enorme por diminuto. Los más grandes lo hicieron altar de un rito obligado. Miles, Sonny Rollins, Bill Evans… Impression­s, el disco que Coltrane lanzó en 1963, fue grabado en parte dentro del foro que también da nombre a su Live at the Village Vanguard Again!, del 66. Veladas que abrieron páginas para la historia.

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Lorraine Gordon, propietari­a del Vanguard.

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