El Financiero

Empeora el entorno

- Macario Schettino Opine usted: www.macario.mx @macariomx

El fin de semana se llevó a cabo la reunión del G7 en Montreal, Canadá. Ya usted segurament­e ha visto la foto tomada por el servicio de prensa de Angela Merkel, que parecería resumir el clima en que ocurrió el evento. Donald Trump estuvo el menor tiempo posible, con la excusa de volar a Singapur para hablar con Kim Jong Un, pero además se presentó preguntand­o por qué ya no invitan a Rusia a estas reuniones.

Pero si el inicio fue malo, el final fue todavía peor. Ya de salida, Trump fustigó al primer ministro canadiense, Justin Trudeau, de ser débil y tramposo, y ordenó a sus representa­ntes retirar su firma del comunicado conjunto de la reunión.

El G7 se formó en 1973, inicialmen­te por cinco países: Estados Unidos, Alemania, Francia, Reino Unido y Japón, en buena medida como parte del proceso por el que terminó Bretton Woods, que fue el esquema financiero occidental desde 1946 hasta el 15 de agosto de 1971. Ese día, Richard Nixon decidió terminar con ese esquema, y transcurri­eron dos años de negociacio­nes para encontrar cómo reacomodar los tipos de Profesor de la Escuela de Gobierno, Tec de Monterrey cambio. Las discusione­s principale­s ocurrían entre los países mencionado­s. Para 1975, se había incorporad­o Italia al grupo y, al año siguiente, Canadá, dando lugar a la conformaci­ón actual. En los años noventa se invitó a Ru- sia, aunque nunca llegó a formar parte por completo del grupo, que coloquialm­ente se denominaba G7+1. Separaron a Rusia por la invasión a Ucrania.

En el inicio, el G7 representa­ba la mitad del PIB mundial, y tenía enfrente al grupo de países comunistas (que nadie sabía de qué tamaño eran en realidad, pero resultaron ser bastante pobres), y a muchas naciones relativame­nte pequeñas, la mayoría muy nuevas, que formaban desde antes un grupo llamado de “no alineados”. El fin del comunismo, el ascenso de China, la creación de la Unión Europea y, sobre todo, la apertura de mercados y el impulso de la globalizac­ión, hicieron al G7 cada vez menos importante, pero siempre un foro de discusión entre las potencias occidental­es. Parece que ya no más.

Los tuits de Donald Trump y las declaracio­nes de Peter Navarro acerca del premier canadiense no son cosa menor. Un gobernante acusa a otro de débil y marrullero, mientras su asistente le busca un lugar especial en el infierno, por traidor, por apuñalar por la espalda. No me imagino cómo se van a continuar las pláticas para la modernizac­ión del TLCAN en estas circunstan­cias. Del lado europeo, tanto Macron como Merkel consideran que no puede confiarse más en el apoyo estadounid­ense, de forma que Europa tendrá que buscar su propio acomodo. Esto, especialme­nte frente a Rusia, tiene un significad­o profundo. Mientras ocurren estos desencuent­ros, continúan los tambores de guerra comercial, que tendrán como efecto final un empobrecim­iento global. Con bajos niveles de ingreso, la tentación de encontrar enemigos externos para mantener el poder al interior crece, y eso puede ser especialme­nte relevante para China y Rusia. Sin embargo, a diferencia de otras épocas, creo que una reducción en el comercio global no sólo producirá conflictos entre países, sino al interior de los mismos, porque los ganadores y perdedores resultante­s de cambios en los aranceles son fáciles de identifica­r y, por lo mismo, de ser convertido­s en chivos expiatorio­s. Alguna vez comentamos en esta columna que el mayor peligro que entrañaba Trump era la desestabil­ización del mundo occidental. Parece que ha avanzado bastante en ello. No han sido capaces de detenerlo ni los políticos estadounid­enses ni los miembros del G7. Está causando ya una tragedia humanitari­a con los migrantes latinoamer­icanos, por si lo demás fuese poco. El entorno va empeorando.

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