Corazón por encima de la razón
Si fuera por lo segundo el pronóstico resultaría devastador por la simple y sencilla razón de que el diagnóstico así nos obliga: La Selección de Osorio no se ve bien. Tiene serías carencias en defensa: no es solvente ni coordinada, y a pesar de que lo más interesante del once parece estar en la delantera, la carencia de gol es alarmante. Y qué paradójico resulta decir que México tiene, como nunca, argumentos ofensivos para trascender.
El presente nos restriega en la cara una vez más que tanto cambio desconcierta, desestabiliza, desorienta y descompone; hay demasiadas teorías que sustentan la hipótesis y una de ellas es que nuestro futbol no produce lo suficiente como para establecer un debate que soporte 15 nombres cuando hablamos de un cuadro titular: ¡no alcanza! Hagamos un ejercicio serio para darnos cuenta de que no encontraremos alternativas en todas las posiciones.
Tanto cambio ha generado incertidumbre. Aquella alegre y atrevida reflexión que defiende las rotaciones estableciendo que de esa manera todos tienen la confianza del entrenador ha resultado contraproducente.
Los jugadores se conocen perfectamente fuera de la cancha, pero no dentro de ella, y hay muchas cosas como ritmo, coordinación, entendimiento y empatía futbolística que el equipo no transmite, porque una cosa es conocer las capacidades de tu compañero y otra muy diferente es que ambas se pongan en la misma sintonía.
Y podríamos seguir para demostrar que la fórmula no es la adecuada y se malgastan los recursos con los que cuenta el técnico.
El deporte en equipo se compone de titulares y suplentes. No hay más, no hay hilo negro por descubrir.
No creo en el sistema, creo en los jugadores y en el corazón del mexicano, ese que late más fuerte mientras más difícil es la prueba.