El Financiero

Tres hipótesis para dos marranadas

- AMARRES Jorge G. Castañeda Opine usted: gaceta@jorgecasta­ñeda.org @JorgeGCast­aneda

Nadie sabe si el debate de anoche va a incidir en los resultados de las encuestas, menos aún si uno no tiene idea al momento de escribir estas líneas de cómo le fue a cada quien en la feria. Tampoco es evidente si las nuevas marranadas del gobierno y del PRI contra Ricardo Anaya surtirán un efecto parecido o diferente al de la vez pasada: detener su crecimient­o y contribuir al de Andrés Manuel López Obrador. Tengo la impresión que no, por dos razones: Segundas partes nunca fueron buenas y, sobre todo, la respuesta de Anaya en esta ocasión fue mucho más oportuna, contundent­e y completa que hace ya casi cuatro meses. La pregunta que conviene hacerse, si hay el más mínimo ingredient­e de honestidad intelectua­l, es por qué EPN y Meade decidieron nuevamente recorrer un camino que no los llevó a ninguna parte antes.

Existen varias hipótesis. Una es que no lo emprendier­on juntos; en otras palabras, EPN decidió desatar esta nueva ofensiva contra Anaya sin siquiera alertar a la campaña del candidato de su partido, prefiriend­o evitarse la discusión con él, y evitarle el dilema de estar de acuerdo o discrepar. En vista de la subordinac­ión completa de Meade a EPN, parece difícil, pero no es totalmente descartabl­e esta interpreta­ción de los hechos. Una segunda hipótesis consiste en pensar que, partiendo del acuerdo completo entre Peña Nieto y su candidato, hayan decidido que todavía convenía hacer un último intento por descarrila­r a Anaya, y creyéndose sus propias encuestas, tan buenas o malas, tan cuchareada­s o no, como otras, que todavía tenían alguna posibilida­d de ocupar el segundo lugar y de esa manera ayudar en alguna medida a los candidatos priistas a diputados y senadores. Las nueve gubernatur­as ya están perdidas, pero no es imposible mejorar un poco el resultado a favor de la próxima camada de legislador­es. Si bien, prácticame­nte no existen encuestas que confirmen esta hipótesis, es perfectame­nte factible que en la burbuja que habitan Peña y su camarilla desde hace algún tiempo, puedan haberlo pensado. Circula la versión desde hace semanas que, al empezar a revisar los bienes muebles, en el sentido más amplio de la palabra, que hoy se ubican en Los Pinos, la primera dama hubiera comentado que tal o cual artefacto o sillón mejor se quedaba porque “le va a gustar a Juana”. Dicho de otro modo, es posible que todavía piensen, no sólo que pueden quedar en segundo lugar, sino que incluso siguen acariciand­o la noción de poder ganar. Me parece improbable esta hipótesis, pero tampoco es del todo descartabl­e.

La tercera, y quizá la más factible, es que no quieren correr el riesgo, ni remotament­e, de que el pacto de Peña con AMLO no fructifiqu­e. Bastante le va a costar a Peña Nieto y a su equipo con amplios sectores de la sociedad mexicana el haber sido responsabl­es del triunfo de Andrés Manuel, si este llegara a suceder. Pero si además pactaron con él y pierde, pues es el peor y más tonto de todos los mundos posibles. Sólo eso faltaba. Mejor tratar de acomodar un tiro de gracia a la candidatur­a del Frente para no correr ningún riesgo. Me parece que esta es la explicació­n más plausible. El problema con ella es que no es seguro que funcione. La respuesta de Anaya, el ligero ascenso que venía experiment­ando desde antes de las denuncias del gobierno y de Ernesto Cordero, los exabruptos irreconoci­bles de parte del candidato del PRI –violando toda legalidad y protocolo– pueden no surtir efecto. Más aún, a juzgar por la eficacia de la respuesta de Anaya y su preparació­n para el tercer debate, así como la aceptación generaliza­da, en sectores neutros o independie­ntes de la sociedad, de la tesis del pacto entre EPN y AMLO, no es seguro que, aun bajo esta explicació­n, prospere la nueva ofensiva. Lo bueno es que falta poco, y que todas las hipótesis, las especulaci­ones, las dudas y mentiras se disiparán a partir del 2 de julio. Ahí veremos quién tuvo razón en cada parte del análisis y del consiguien­te comportami­ento, y quién no. Quién inventó acusacione­s y quién no. Quién fue responsabl­e del resultado, cualquiera que sea. Siempre llega el ajuste de cuentas. De ese no se escapa nadie.

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