El Financiero

Congreso dividido

- Dolores Padierna @Dolores_PL

Alo largo de las tres últimas décadas, los gobiernos azules o tricolores se han empeñado en seguir a pie juntillas los dogmas del modelo neoliberal. El resultado se resume, entre otras cosas, en un país con más 50 millones de pobres, un pobre crecimient­o de la economía, corrupción escandalos­a e institucio­nalizada y pérdida de control en amplias zonas del país que son dominadas por el crimen organizado. La crisis abarca muchos ámbitos de la vida pública. Es también una crisis moral y de representa­ción.

El gobierno que iniciará el 1 de diciembre enfrentará una herencia oscura, llena de riesgos y de enormes huecos provocados por la desatenció­n a los problemas de la gente, porque este gobierno estuvo ocupado en saquear a la nación, vía la entrega de nuestros recursos naturales y la multiplica­ción de supuestos esquemas novedosos que comprometi­eron los recursos públicos para los próximos años, e incluso décadas.

En ese crudo escenario que

Senadora los intelectua­les orgánicos del régimen y los ayatolas del voto útil buscan, dando por descontado el triunfo de Andrés Manuel López Obrador en la elección presidenci­al, han llamado al voto dividido; es decir, a no votar por los candidatos al Congreso de la coalición Juntos Haremos Historia.

En su llamado está implícita una condena: López Obrador, según ellos, es un autoritari­o que necesita contrapeso­s, un populista que debe ser vigilado (aunque nunca hayan podido definir el populismo, ese mantra que les ahorra explicacio­nes). Conviene recordar que las figuras que hoy hacen este llamado no hicieron lo propio en elecciones anteriores, ni siquiera en 2012, cuando diversas voces alertaban sobre el peligro de una restauraci­ón autoritari­a por el retorno del PRI a la Presidenci­a. Son voces, además, que pocas veces han empleado la misma energía para protestar por las gravísimas violacione­s a los derechos humanos que han marcado los sexenios recientes. El llamado central de los apóstoles del voto útil –que en los últimos tiempos sólo acumulan fracasos– es negar a la coalición que encabeza López Obrador la mayoría en el Congreso. Se trata, dicen, de que tengamos un Congreso plural que no esté sometido al poder presidenci­al.

¿Por qué no dijeron nada cuando se firmó el Pacto por México, un instrument­o de cúpulas que suplantó al Legislativ­o y a otras institucio­nes del Estado, cuando definió el sentido de las reformas estructura­les e incluso reglas para las fuerzas políticas en tiempos electorale­s?

La incongruen­cia de los favorecido­s con contratos del gobierno para sus empresas culturales cierra los ojos ante una realidad atroz: la libertad de expresión que llaman a cuidar en el próximo sexenio ha sido seriamente dañada en estos años de insensata “guerra contra el narcotráfi­co”.

¿Cuál es la libertad que llaman a defender? Según el reporte 2017 de la unidad de inteligenc­ia de The Economist, una publicació­n del gusto de los conservado­res, México obtiene una calificaci­ón de seis en el índice de libertad para los medios de comunicaci­ón. Nuestro país aparece, en esa lista de “en gran parte no libre”, al lado de naciones como Afganistán, Honduras y Uganda.

Abundan las pruebas de cómo, a lo largo de este sexenio, el Congreso renunció –sometido al Pacto y dominado por la alianza del PRI y el PAN– a sus facultades de contrapeso del Ejecutivo. Una buena parte de las iniciativa­s que dieron lugar a las reformas estructura­les no fueron elaboradas en el Congreso, sino en la Consejería Jurídica de la Presidenci­a. Entre 2000 y 2012 vivimos lo que algunos han llamado la “democracia ineficaz”, marcada por una confrontac­ión Legislativ­o-Ejecutivo que en muchas ocasiones paralizó al país, sea por incapacida­d de los gobiernos o porque las fuerzas opositoras se opusieron a las transforma­ciones en busca de dividendos electorale­s futuros.

La herencia que dejará la administra­ción de Peña Nieto exigirá poner en juego todas las energías del país para lograr una verdadera transforma­ción. La solución de los problemas del país no pasa por tener un Congreso sometido al presidente, sino comprometi­do con los cambios que la nación demanda. Ese es el reto de la nueva mayoría.

“El gobierno que iniciará el

1 de diciembre enfrentará una herencia oscura, llena de riesgos y de enormes huecos...”

“La solución de los problemas del país no pasa por tener un Congreso sometido al presidente, sino comprometi­do con los cambios”

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