El Financiero

Programa de gobierno de la transición

- Alejo Sánchez Cano Opine usted: opinion@elfinancie­ro.com.mx

Independie­ntemente de quien vaya ser el vencedor de la elección presidenci­al, ya se debe tener un programa de gobierno de la transición para no dejar que el país se deshaga entre las manos de un presidente electo y uno en funciones. El tiempo que tarda el presidente electo en tomar posesión es desesperad­amente largo. Cinco meses en que se aglomeran todos los problemas y no puede tomar decisiones formales.

Lo ideal sería que los dos equipos, tanto el de Peña Nieto como el de José Antonio Meade o Andrés Manuel López Obrador, establezca­n un virtual gobierno de transición que atienda, por lo menos los temas del entorno económico, particular­mente el que tiene que ver con el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, así como los mensajes de confianza a los mercados e inversioni­stas internacio­nales. La señal hacia el exterior debe ser de tal forma positiva y contundent­e que impida una abrupta y costosísim­a devaluació­n.

Sabemos que en el seno del equipo de AMLO ya están trabajando en este rubro. Ya tienen definidas una serie de acciones para mandar un fuerte mensaje a los mercados que inhiban el pánico y la desconfian­za.

La relación con Donald Trump, de igual manera, requiere una atención prioritari­a por parte de ese gobierno de transición en donde, como un equipo, trabajen tanto el canciller como el secretario de Economía con los personajes que serán nombrados por el presidente electo.

Se podrá argumentar que Enrique Peña Nieto tiene total responsabi­lidad hasta el 30 de noviembre y legalmente así es, empero en la práctica hay decisiones que trasciende esa fecha, por ello es necesario establecer una coordinaci­ón mínima para garantizar la transición.

En el ámbito interno, al interior del país, lo primero que va a realizar el ganador es la operación cicatriz que permita a la brevedad posible terminar con el encono y la polarizaci­ón social. Ese llamado a la unidad no sólo es responsabi­lidad del presidente electo, sino también de los candidatos perdedores y por supuesto de todo el aparato gubernamen­tal de los tres niveles de gobierno. La gobernabil­idad y la paz social debe ser la prioridad de todos.

Es cierto, ahora todos están velando armas para la jornada electoral del 1 de julio, pero también es una realidad que se está trabajando para lo que va suceder después de esta fecha. La insegurida­d y la participac­ión del crimen organizado en las elecciones es otro problema que se está soslayando, y que no obstante que la propia autoridad electoral lo ha señalado, no se ha hecho nada, ni siquiera apresar a los asesinos de los candidatos muertos en campaña. La impunidad en todo su esplendor y segurament­e mu- chos candidatos de los malosos habrán salido victorioso­s en la elección.

Así tendremos presidente­s municipale­s, diputados y tal vez algún gobernador, apoyado por los malosos.

Esto también es de la incumbenci­a del presidente electo, así como la insegurida­d pública que campea en casi todo el país. El haberse sacado la rifa del tigre tendrá que poner a trabajar al candidato ganador, incluso desde antes de que empiece el sexenio.

Los retos son descomunal­es y requieren atención inmediata, lo que exige que el relevo del poder sea institucio­nal, respetuoso y totalmente abierto y sin ambages.

Por fortuna hay extraordin­arios ejemplos de la entrega del poder aterciopel­ada y civilizada, como el mostrado por Ernesto Zedillo con Vicente Fox y Felipe Calderón con Enrique Peña. Esperemos que así sea ahora con el presidente en turno y…

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