El Financiero

OPERACIÓN ZARZUELA

- Mauricio Mejía

Noche memorable en Moscú. Rusia da una vuelta de tuerca a su certamen mandando al desuso al barroquism­o español, campeón hace ocho años. El futbol llegó a tierras eslavas para sufrir una sutil y dramática Revolución. Ha dejado atrás la sofisticac­ión y ha encontrado en el colectivo su más poderosa identidad. Fuera Messi, fuera Cristiano y fuera la Maquinaria Alemana, solamente quedaba España, esa receta infinita de pases y de tiempo de posesión, estadístic­as que ya no decían nada, nada. La cháchara del discurso del control de balón ya no cuenta en el césped. Ha llegado la hora de otro relato en el que cuentan el pundonor, la fe y la resistenci­a. Rusia 2018 ha espantado al mito del elogio. Más de mil pases avalaban el esfuerzo hispano, que terminó agotado por el ambiente, por la repetición y por el pleonasmo. Muchos pases, sí. Pero la mayoría de ellos sin efecto. Rusia era una fortaleza que exigía imaginació­n, un rompimient­o de esquemas, de formas. La forma creada por Del Bosque ya no daba porque no había delantero centro, el hombre responsabl­e de convertir tanto paseo en mérito, en objetivo. Con una defensa como la rusa, empecinada en cerrar todos los espacios, que no dejaba pasar ni el aire, había que meter la pelota al área, tirar de lejos y buscar la imposible gambeta. No pudo España con el paquete. No supo salirse del personaje. Cuando llegaron los tiempos extra, ambos cuadros estaban fundidos por la humedad y el trabajo de piernas. Ya era una hazaña para los locales. Desde la caída del sóviet, con la y la Perestroik­a, los rusos se habían conformado con juegos de fase de grupos. Acá no sólo habían dado cara a una favorita, la habían llevado al límite. Oficialmen­te, el empate era una conmoción. Nadie, ni Vladimir Putin -ausente en el estadio Luzhniki-, había imaginado ver al abolengo español tan diezmado y tan inoperante.

Tampoco cabía la suposición de una Rusia tan contundent­e en la zaga. Era la noticia de ocho columnas para los diarios de todo el mundo: España 1, Rusia 1.

En la media hora posterior, el 11 de Hierro intentó salir a flote. Fue como hablarle a la pared. Rusia se defendía como si lo que estuviera en juego fuera Stalingrad­o. El futbol, presionado a lo máximo por la supremacía, por la fama, se volvía modesto: la medianía era una grandeza, una forma de responder a las reglas del mercado. Italia no se clasificó, Alemania despachada en la primera ronda y Argentina dando penas en la segunda. Ahora, sin Glasnost apenas currículum, los rusos ponían en evidencia el final de una era: el tiki taka, ya sobrentend­ido y sobre visto. En los penales, con el estadio lleno de aliento, los rusos dieron sentido a la pluma de Tolstoi: todos los equipos grandes se parecen, todos los menores son distintos y matan de manera parecida.

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