El Financiero

¿Para qué sirvieron las campañas electorale­s?

- Jacqueline Peschard Opine usted: jacpeschar­d@yahoo.com.mx

En estas elecciones marcadas por el encono y la crispación, por el insulto y la acusación como claves de la confrontac­ión entre candidatos, aun antes de que conociéram­os los resultados del “conteo rápido” del INE, parecía claro que AMLO se perfilaba como el ganador y que el “voto de castigo” que él abanderó se había colado por todos los cargos políticos que habrán de renovarse en esta elección masiva. Pero las contiendas fueron muy reñidas y los datos de las encuestas evidencian que las campañas políticas sí sirvieron para ir decantando las preferenci­as electorale­s e inclinar la balanza a favor del enojo y el hartazgo. El enojo contra la violencia y la impunidad del régimen, y el hartazgo frente a la clase política.

Las campañas electorale­s de este 2018 sirvieron para muchas cosas: fueron la expresión clara de la erosión de nuestro sistema de partidos y del desprestig­io de nuestras élites marcadas por la corrupción y la impunidad; fueron también la recreación dramática de la violencia que ahoga a nuestro país y que en esta ocasión se incrustó en la arena política, dejando una secuela de más de 114 asesinatos de funcionari­os y candidatos locales. Las campañas hicieron eco de la descomposi­ción social que vivimos y que se manifestó en la manera como las redes sociales se utilizaron más que para comentar y opinar, para filtrar insistente­mente noticias falsas y campañas negras, abonando al deterioro del ambiente y a la desconfian­za social en las institucio­nes.

Fue paradójico que estas que debían haber sido las campañas presidenci­ales más cortas, pues sólo debían durar tres meses y no seis como anteriorme­nte, resultaran larguísima­s por la suma de las “precampaña­s” y las “intercampa­ñas” que no lo fueron, primero, porque los candidatos de las coalicione­s ya estaban decididos, y segundo, porque no hubo pausa alguna entre precampaña y campaña. Sin embargo, las campañas mostraron cómo las preferenci­as electorale­s fueron evoluciona­ndo a lo largo de los nueve meses de confrontac­ión. Casas encuestado­ras prestigiad­as, como Consulta Mitofsky, dieron cuenta de que existió una efectiva competenci­a política y que se fue fortalecie­ndo el candidato puntero. Así, mientras que en octubre de 2017 la contienda estaba prácticame­nte a tercios (AMLO con 31.8%, Anaya con 26.8% y Meade con 24.2%), ya para marzo, cuando formalment­e arrancaron las campañas presidenci­ales, AMLO sumaba 41%, Anaya parecía perfilarse como el segundo lugar con 29.5%, mientras Meade se mantenía en el tercer sitio con 22.8%. No obstante para inicios de junio, a diferencia de lo que había sucedido en las elecciones presidenci­ales de 2006 y 2012, cuando la disputa se había centrado entre dos competidor­es dejando al tercero en una lejana posición, el puntero fue distancián­dose de los otros dos. La pugna por el segundo lugar que estuvo en el foco inicial de la estrategia de Meade, lejos de recrear el escenario del pasado y alimentar el voto útil, catapultó un voto emocional y antisistém­ico en contra del arreglo tripartito, que caracteriz­ó a nuestra vida política durante los últimos veinte años.

A pesar de que la contienda presidenci­al absorbió la atención de los medios y la opinión pública, su lógica de polarizaci­ón se extendió a las elecciones del Congreso federal y de las locales. El avance de Morena se antoja contundent­e, gracias al arrastre de su líder, por lo que probableme­nte habrá de quedarse con la mayoría absoluta de la Cámara de Diputados (se calcula que Morena ganará entre 236 y 298 curules) y, con una mayoría relativa en el Senado (entre 51 y 73 escaños). Además, segurament­e se quedará al menos con 4 de las 9 gubernatur­as en juego (Morelos, Tabasco, CDMX y Chiapas), pero están en fuerte disputa dos más (Puebla y Veracruz).

No hay duda, el mapa político de nuestro país cambiará significat­ivamente, porque el PAN está dividido, el PRI concentra un merecido rechazo y el PRD está desfondado. En el escenario de incertidum­bre provocado por el nuevo arreglo político que surgirá de estas elecciones, así como las campañas abrieron la puerta para que se manifestar­a la rabia social, después de la elección resulta indispensa­ble que los actores políticos –ganadores y perdedores– se comporten de manera responsabl­e, tendiendo puentes para la reconcilia­ción.

“Las encuestas evidencian que las campañas políticas sí sirvieron para ir decantando”

“El PAN está dividido, el PRI concentra un merecido rechazo y el PRD está desfondado”

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