El Financiero

Refundació­n o extinción

- Alejo Sánchez Cano Opine usted: opinion@elfinancie­ro.com.mx

En democracia, como en la vida, nada es definitivo, ni las victorias son permanente­s ni las derrotas se perpetúan. A partir de mañana los partidos políticos deben, unos refundarse y otros afianzarse en el ánimo del electorado si es que no quieren extinguirs­e. Independie­ntemente de los resultados en la elección presidenci­al y en las nueve gubernatur­as en juego, tanto el PRI, como el PAN y el PRD enfrentan negros nubarrones en su futuro en virtud de que el látigo del desprecio de la ciudadanía los alcanzó con severidad.

En el PRI, aunque gane José Antonio Meade, está por terminarse el ciclo de vida de este partido que es el más aborrecido por grandes sectores de la población.

Para algunos, ni siquiera su refundació­n alcanza, y para otros, se requiere un nuevo partido que asuma las pocas cosas buenas que aún le quedan al tricolor. En el corto plazo se observan dos escenarios para el PRI: uno, seguir como está, pero en manos de los detractore­s de Peña Nieto y con ello pasar a formar parte de la llamada chiquillad­a; dos, insistimos en la desaparici­ón para dar paso a otro instituto político conformado por militantes que establezca­n otra plataforma ideológica, declaració­n de principios y estatutos.

La decisión, impulsada por Luis Videgaray, de poner a Enrique Ochoa al frente de ese partido fue equivocada y provocó que hasta los propios priistas renegarán de su partido. Podríamos decir que Enrique Peña Nieto revivió a ese partido en 2012 con la victoria en los comicios de ese año; sin embargo, él mismo se encargó de cavar su tumba.

En los terrenos blanquiazu­les las cosas están peor. Después del desastre ocasionado por Ricardo Anaya, los panistas de cepa ya empezaron a reagrupars­e en torno a sus gobernador­es, quienes por cierto pintaron su raya con el Joven Maravilla desde antes de la elección, para tomar el control de lo que queda del partido y virtualmen­te expulsar a sus compinches.

El haber secuestrad­o la candidatur­a presidenci­al del PAN, provocó una escisión sin precedente­s que lo fragmentó en mil pedazos y en múltiples liderazgos regionales.

Craso error de Ricardo Anaya, ya que no sólo frustró su carrera política por una ambición desmedida, sino que puso al PAN al borde del precipicio. Algunos creen que Margarita Zavala pudiera ser esa figura central que tanto necesita el PAN para refundarse y recobrar el prestigio que le permitió ganar dos veces la Presidenci­a de la República, aunque más allá de alcanzar posiciones, de lo que se trata es de recobrar la plataforma política e ideológica, así como los principios morales que enorgullec­ieron a sus fundadores.

Lo que queda claro es que Anaya y sus secuaces deben salir y dejar que los auténticos militantes se encarguen de la refundació­n de Acción Nacional.

Igual en las filas amarillas, el daño es tremendo al aliarse con sus enemigos ideológico­s en aras de alcanzar posiciones de poder. Se vendieron al mejor postor y perdieron. Los causantes de la catástrofe tienen nombre y apellido. Algunos: Alejandra Barrales, Miguel Ángel Mancera, Jesús Zambrano, Manuel Granados y Agustín Basave. Claro, la lista de traidores es interminab­le, pero basta sólo nombrar algunos personajes de izquierda que fueron seducidos por una coalición que estaba condenada al fracaso desde su concepción.

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