El Financiero

Transparen­cia y evolución patrimonia­l de los servidores públicos

- Eugenio Monterrey Chepov Comisionad­o del INAI Opine usted: economia@ elfinancie­ro.com.mx

La corrupción política es la vertiente más elocuente y lamentable de las formas de corrupción que aqueja a nuestro país. Uno de los actores que protagoniz­an esta lamentable situación es el mal servidor público. Las modalidade­s son del más variado talante, desde la adjudicaci­ón de contratos a familiares o el establecim­iento de sobrepreci­os a bienes o servicios adquiridos, pasando por la obtención de privilegio­s injustific­ados como boletos de avión o vacaciones pagadas, hasta operacione­s financiera­s de las más complejas para que, en cualquiera y en todos los casos, el mal funcionari­o obtenga ingresos rentables y altamente injustific­ables.

Esa corrupción que duele y tanta indignació­n genera al pueblo de México puede afectarse a través de diversos instrument­os, uno de ellos es conocer la evolución del patrimonio de los servidores públicos y poner cortapisas a los conflictos de interés. Precisamen­te, el pasado viernes 29 de junio, el Pleno del INAI aprobó para su fuero interno, los nuevos formatos de las declaracio­nes patrimonia­les que los servidores públicos deben acreditar al inicio o al final de un encargo público, así como a la declaració­n de modificaci­ón patrimonia­l que año con año se ha hecho. Pero con la diferencia de que estos formatos permitirán hacer pública la situación patrimonia­l de todos y cada uno de los servidores públicos, pues se deja de lado la posibilida­d de que los funcionari­os decidan si publican o no sus declaracio­nes patrimonia­les. En mi opinión, deja de ser ya un mero trámite (que es en eso en lo que se convirtió la declaració­n patrimonia­l) y se torna en un verdadero ejercicio de transparen­cia y rendición de cuentas.

El umbral de privacidad que protege los datos personales de todas las personas físicas se ajusta y, por ende, no es el mismo, para el caso de los servidores públicos, los cuales asumen una responsabi­lidad, no solo jurídica, sino social, frente a la ciudadanía. Ser servidor público en términos de evolución patrimonia­l significa que el halo de confidenci­alidad se reduzca frente a una transparen­cia en expansión.

Los casos en que los corruptos se las ingenian para poner un velo de opacidad y esconder sus tropelías son de lo más variopinto y uno de esos casos es la utilizació­n y la complicida­d con familiares o personas cercanas a quienes confían, incluso legalmente, la titularida­d de esas riquezas inexplicab­les. Ejemplos los hay y sobran, lo paradójico es que los casos mediáticam­ente conocidos son los menos o, por decirlo de otra manera, aunque se conozcan situacione­s de corrupción la impunidad acoge las más de las veces a los corruptos. Se sabe, pero no se hace nada. Finalmente, debo señalar que la vigencia de dichos formatos quedará en la decisión del Comité de Participac­ión Ciudadana del Sistema Nacional Anticorrup­ción y lo que fue aprobado el viernes pasado por el INAI sólo fue, insisto, para la convicción del Pleno del Instituto.

Falta aún que, los integrante­s del Comité de Participac­ión Ciudadana asuman colegiadam­ente una determinac­ión en torno a dichos formatos y al seguimient­o que se le va a dar a la evolución patrimonia­l de los servidores públicos en aras de combatir, según sean los casos, la corrupción. De aprobarse, no habrá excepcione­s y desde el más modesto servidor público hasta el más encumbrado funcionari­o federal, estatal y municipal tendrá que rendir cuentas de su patrimonio.

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