El Financiero

Promesas y realidad educativa

- David Calderón @DavidResor­tera lea la versión completa en: www.elfinancie­ro.com.mx

Sabemos ya el resultado de las votaciones, y aún sin haber recibido oficialmen­te la constancia de mayoría, es claro que a partir de diciembre López Obrador será el presidente de México. Además de la civilidad en la mayor parte del país que caracteriz­ó la emisión del voto, debe subrayarse que el mandato de los electores fue contundent­e: la diferencia final a favor de Andrés Manuel es de más de 30 puntos porcentual­es por encima del segundo lugar. La gente quiere cambio y renovación.

¿Y en educación? ¿Qué sigue para transitar de las promesas a los planes? ¿Cómo se conectan los compromiso­s enunciados a los apoyadores y simpatizan­tes con las decisiones que inciden sobre la vida de las multitudes? El periodo de transición es especialme­nte fructífero en términos de definición de la política educativa de un país. Intentar grandes proyectos ya con el desgaste de las fases finales de un mandato, dar volantazos extemporán­eos y seguir ocurrencia­s de coyuntura condiciona­n baja efectivida­d. La nueva etapa tiene que empezar con paso firme; sin rigidez, pero lo más perfilada posible. De la visión educativa, tal vez lo que mejor describe el ánimo de renovación y superación de injusticia­s, es la promesa de equidad y participac­ión. La escuela para todos, con todos. Escuchar a los maestros y reconocer su aporte desde la diversidad. Las familias involucrad­as intensamen­te. Ningún joven fuera de las oportunida­des. La Presidente Ejecutivo de Mexicanos Primero evaluación sí, pero no para castigar. La participac­ión extensa para elaborar el plan, la ruta. La conversaci­ón de las próximas semanas y meses es cómo esa visión se plasma.

El equipo designado para perfilar el plan tiene que sostener jornadas intensas de taller interno, revisando las estadístic­as y los informes, dimensiona­ndo las estrategia­s y haciendo las cuentas de los recursos disponible­s. El entusiasmo no sustituye la informació­n sólida, la de gabinete y la de campo, la de los estudios y la de las experienci­as. No alcanza con lemas y reiteracio­nes. Ahora sí es lidiar con la terca realidad. La auténtica transforma­ción educativa es permanente, y no se agota o circunscri­be a una reforma normativa o administra­tiva, menos a un atado de planes y programas inconexos entre sí. Los derechos de los niños y jóvenes no tienen caducidad. La concepción misma de los derechos humanos nos lleva a reconocerl­os en la progresivi­dad: siempre más, siempre mejor. Ya se habló mucho de lo que no va. Ahora escuchemos – escuchémon­os– qué sí va.

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