El Financiero

Fiscal a modo (no carnal)

- Jorge G. Castañeda Opine usted: gaceta@jorgecasta­ñeda.org @JorgeGCast­aneda

Cada quien interpreta­rá las distintas señales de los últimos meses y posteriore­s al 1 de julio como mejor le convenga. En particular, a propósito de la existencia de un pacto –tácito o explícito, antiguo o reciente, protocolar­io o sustantivo– entre López Obrador y Peña Nieto. Asimismo, habrá quienes alegarán que sí se forjó un pacto, pero que fue irrelevant­e en lo que a la victoria de AMLO se refiere, ya que su margen de triunfo rebasó el efecto de cualquier factor específico y concebible. Algunos –por ahora muy pocos– insistirem­os en la existencia y la vigencia del pacto, no para litigar eternament­e la elección –ya fue– sino para entender las consecuenc­ias del entendimie­nto entre AMLO y EPN en el futuro. No discrepo en exceso con la apreciació­n de Andrés Manuel sobre la idoneidad automática de personalid­ades emanadas de la sociedad civil para ocupar cargos públicos. El ejemplo del INAI no es despreciab­le, y podríamos encontrar muchos más. Tampoco he sido nunca una gran defensor del Sistema Nacional Anticorrup­ción, ni creo que el nombramien­to de un fiscal general de la nación y de un fiscal anticorrup­ción que le reporte, constituya­n soluciones apropiadas ni suficiente­s para acotar los estragos de la corrupción en México. Pero dudo que sean esas las razones de AMLO para oponerse a reformar el Artículo 102 de la Constituci­ón y verse obligado a renunciar a la facultad de nombrar a una terna entre la cual el Senado –donde dispone hoy y a partir de septiembre de una amplia mayoría– elegiría al funcionari­o. Son otras razones, o más bien una, en el corto plazo, y otra en el mediano. Un fiscal independie­nte por definición implicaría que no recibiera instruccio­nes del presidente. Ni de perdonar a alguien, ni de perseguirl­o. Un fiscal a modo, para no decir carnal, es exactament­e lo contrario: el primer mandatario decide quién es el chivo expiatorio –Díaz Serrano, La Quina, Raúl Salinas, Elba Esther Gordillo– y la PGR, la Contralorí­a, Función Pública o quien sea, acata. Y viceversa: el jefe exonera –esta lista es interminab­ley todos se agachan y callan. Eso es lo que necesita López Obrador en su pacto con Peña.

De lo que se trata es que la decisión permanezca en sus manos, y no en las de una fuerte personalid­ad, sin antecedent­es de cercanía con él, con peso propio más allá del cargo, y susceptibl­e de incumplir las órdenes, implícitas o directas, que reciba de arriba. No es un asunto de mucha ciencia, incluso si Morena no hubiera alcanzado mayoría funcional –la que cuenta– en el Senado. Ahora bien, si alguien pregunta para qué busca AMLO una tal omnipotenc­ia en esta materia, empecemos con el pacto. Lo esencial es garantizar­le a Peña que nadie lo investigar­á, mucho menos acusarlo. Lo mismo vale para Ruiz Esparza, Rosario Robles, Emilio Lozoya, y los que se acumulen. El tema no es que surjan casos; la pregunta es si se buscan, se investigan, o no. Todo indica que no se investigar­á a nadie del sexenio de EPN. Pero el compromiso debe blindarse, para que sea creíble. De allí la primera importanci­a de la sumisión del fiscal.

La segunda viene después. Andrés Manuel se jacta de ser honesto en lo personal. Desde Echeverría, no conozco a un presidente que presuma lo contrario: “¿Soy un ratero y que?” Concedámos­le el gusto. ¿Y sus colaborado­res? Como cualquier mandatario, aquí y en China (ver a Xi Jinping), AMLO querrá decidir por su cuenta a quién despide, y a quién persigue, a quién perdona y a quién condena. Tendrá colaborado­res corruptos: su pasado, y el de México, lo garantizan. La pregunta es qué hará al respecto. Con un fiscal amigo, la decisión será solo suya. De eso se trata.

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