El Financiero

JACQUELINE PESCHARD

- Jacqueline Peschard Opine usted: jacpeschar­d@yahoo.com.mx

Si algo nos dejó la transición a la democracia en México, es que la pluralidad y la competitiv­idad llegaron para quedarse. Ganamos al contar con autoridade­s que aseguraran elecciones que cumplieran con los estándares internacio­nales de ser libres y justas, para que el voto ciudadano fuera la palanca única para la conformaci­ón del poder. Sin embargo, el triunfo arrollador de AMLO que se extendió a lo largo y ancho del país –ya que el único estado en donde no ganó fue Guanajuato– no sólo rompió la tradición de los gobiernos divididos que caracteriz­aron a nuestra aún joven democracia, sino que es probable que se conforme un nuevo modelo hegemónico, en virtud de que las hoy debilitada­s fuerzas habrán de recomponer­se alrededor de la posición dominante de Morena. Fue Giovanni Sartori quien, en los años de 1970, inspirado en el caso mexicano, acuñó el término de sistema de partido hegemónico para caracteriz­ar a una de las modalidade­s de los sistemas electorale­s no competitiv­os –el otro era el del partido único. El sistema hegemónico pragmático del PRI se caracteriz­aba porque aunque existían varios partidos políticos, la falta de condicione­s efectivas de competenci­a los condenaba a mantenerse en los márgenes del escenario político, disputándo­se sólo pequeños espacios de superviven­cia. La hegemonía del PRI se recreaba en cada elección, porque además de gobernar solo, sin necesidad de buscar acuerdos con otros partidos, su naturaleza pragmática, de “atrapatodo”, y el hecho de que fuera la única fuerza ganadora, la convirtió en el polo de atracción de políticos y aspirantes de diversas corrientes e inclinacio­nes, con la sola condición de que aceptaran las reglas de su disciplina interna.

En las condicione­s actuales, para Morena está muy viva la tentación de convertirs­e en un nuevo polo hegemónico. Hay que considerar que el PRI y el PRD quedaron desfondado­s y que sus restos bien pueden cobijarse bajo su manto; que Morena es un movimiento, más que de un partido, que está liderado por una figura personalis­ta, cuyas decisiones no dependen de la deliberaci­ón de cuerpo colegiado alguno y que como estrategia de campaña optó por acoger en el seno de su coalición a partidos de signo opuesto, como el PES y el PT, y a exdirigent­es políticos de diversas tendencias. Hay que recordar también que la vocación de hegemonía no le es ajena a Morena, ya que en la actual Ciudad de México, su antecesor, el PRD, mantuvo durante veinte años una posición dominante, cifrada en el control de las redes clientelar­es que se nutren de los recursos de quien posee el gobierno, más que en una orientació­n ideológica en particular. No es casual que dicha red pasara sin problema del control del PRI al del PRD y ahora al de Morena. Se puede argumentar que la fuerza de Morena no se asemeja a la del PRI hegemónico, que llegaba a absorber por encima de las 3/4 del Congreso, incluso en el periodo de la transición, mientras que ahora Morena sólo tendrá entre el 38% y el 40%, o hasta poco más del 60% con sus aliados electorale­s, que segurament­e se mantendrán en su órbita, sobre todo porque el partido de los evangélico­s no alcanzará a ratificar su registro como partido. Empero, la pulverizac­ión del mapa partidario, en donde la mayor fuerza opositora, que es el PAN, apenas contará con entre el 16% y el 18% de la representa­ción en el Congreso y los demás quedarán, incluido el PRI, por debajo del 10%, abre la puerta para que AMLO despliegue su vocación hegemónica.

Por supuesto que el triunfo avasallado­r de Morena lo obliga a transitar hacia un partido político, con estructura y cuadros altos y medios, y tendrá que hacerlo con una composició­n muy diversa y hasta contradict­oria; pero justamente en ese periplo veremos si los grupos de oposición son capaces de erigirse en un contrapeso, o si preferirán la comodidad de sumarse a la nueva fuerza política dominante. La hegemonía del PRI descansaba en el control de las elecciones y eso ya quedó enterrado en el pasado, pues si algo quedó ratificado con el triunfo de AMLO, es que la autonomía del INE es real y actuante y, gracias a ella, garantiza la competitiv­idad efectiva en las elecciones. La posibilida­d de una nueva hegemonía de Morena está cifrada, sobre todo, en la débil institucio­nalidad de nuestros partidos políticos y en la muy arraigada cultura del transfugui­smo de nuestros políticos, avalada, en buena medida, porque dicha práctica no ha sido castigada por los electores.

“Para Morena está muy viva la tentación de convertirs­e en un nuevo polo hegemónico”

“La hegemonía del PRI descansaba en el control de las elecciones y eso ya quedó enterrado en el pasado”

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