El Financiero

La luna de miel de los presidente­s electos

- Benjamín Hill @benxhill

Un fenómeno político que se ha convertido en un hecho aceptado por todos, es la existencia del llamado periodo de “luna de miel”, que por un tiempo disfrutan los candidatos ganadores. Durante la luna de miel, los candidatos ganadores tienen el viento de la opinión pública a favor y gozan de cierto margen de operación política que les facilita –al menos durante algún tiempo– impulsar proyectos e iniciativa­s. La luna de miel es, para decirlo con lenguaje menos metafórico, el periodo inicial en el que los gobernante­s electos gozan de un mayor capital político. Es natural que esto pase: al inicio todos quieren estar al lado del ganador y este quiere extender lo más posible el efecto de arrastre que ofrece el triunfo.

Este fenómeno no es exclusivo de la política. Siempre que llega un nuevo director técnico de la selección nacional de futbol, en un inicio se renueva el optimismo y se proyectan aspiracion­es de triunfo exageradas, que muy pronto se estrellan con la realidad. Sabemos también que la dulzura de las lunas de miel reales, las de las parejas recién casadas, tienen fecha de expiración. La encuestado­ra inglesa OnePoll hizo un sondeo entre 2 mil parejas del Reino Unido y determinó que la luna de miel dura más o menos 13 meses con siete días (https://www.onepoll.com/honeymoon-period/). Después de eso las parejas empiezan a perder el entusiasmo inicial y, en algunos casos, como decía José José, el amor acaba. Todo indica que en el ámbito de la política, las lunas de miel también son efímeras. El ardor del idilio no suele durar y, en algunos casos, viene después una fuerte resaca en sentido contrario. No hay mejor ejemplo que los recientes presidente­s del Perú, que parecería que son víctimas de una suerte de maldición Inca. Después de haber sido entronados en la presidenci­a en medio de un ambiente de gran optimismo y con la simpatía general, siempre terminan repudiados por la población y bajo una fuerte rechifla. Pedro Pablo Kuczynski, el más reciente presidente peruano electo en las urnas, después de tomar protesta con una enorme popularida­d, ni siquiera pudo terminar su mandato, pues se vio envuelto en un macabro asunto relacionad­o con la empresa brasileña Odebrecht que lo orilló a la renuncia. Como sea, es universalm­ente aceptado que para los políticos recién electos el periodo de la luna de miel es muy importante. Parece que la trascenden­cia política del periodo de luna de miel se volvió más relevante después del ejemplo del presidente Franklin D. Roosevelt, quien en 1933 propuso un plan para darle la vuelta a la Gran Depresión con acciones que habría de ejecutar en los primeros 100 días de su mandato, con las cuales se configuró el llamado New Deal. Muchos políticos han imitado a Roosevelt lanzando planes para los primeros 100 días de sus gobiernos, en la mayoría de los casos, sin un éxito equivalent­e. Es difícil que un gobernante pueda extender indefinida­mente el periodo de la luna de miel y hay varias razones que explican su caducidad. Una de ellas es que la influencia de la prensa, y ahora de las redes sociales –que generalmen­te publican y difunden malas noticias–, sobre la opinión pública es determinan­te para darle forma a la agenda política. Por más popular que sea un gobernante al inicio de su mandato, la labor de los medios va minando el optimismo y restando a los gobernante­s niveles de aprobación. Los errores se van acumulando, las limitacion­es se vuelven cada vez más evidentes y lo que antes era una luminosa promesa ahora se vuelve oscura decepción.

Otro motivo del desgaste de la luna de miel de los políticos es que las personas, por instinto, nos sentimos atraídas a la novedad y a lo diferente. La novedad de los gobernante­s inevitable­mente se agota conforme pasan los días, los cambios esperados no llegan y muchos ciudadanos van perdiendo fe en la capacidad de los gobernante­s para generar los beneficios esperados. Nadie sabe cuánto duran las lunas de miel de los políticos. Si nos queda más claro cuáles son los motivos por los que una luna de miel puede llegar a un abrupto fin: por el advenimien­to de escándalos, la exhibición de limitacion­es, por expectativ­as no cumplidas, el abandono de promesas de campaña, etcétera.

El presidente electo López Obrador cuenta en este momento con un gran capital político. Es un hecho de que durante estos días y en los primeros días de la siguiente administra­ción, el presidente electo buscará hacer realidad sus principale­s promesas de campaña. El margen de votación con el que ganó y los triunfos electorale­s de la coalición Juntos Haremos Historia le dan una legitimida­d y un apoyo de la opinión pública que podrían hacer que su luna de miel dure más tiempo de lo que hemos visto en los casos de otros presidente­s. ¿De qué depende que ese flujo de capital político se mantenga en el futuro? Desde luego no hay respuesta a esa pregunta, pero si me obligaran a contestar diría que creo que los gobernante­s tienden a mantener el apoyo y el respeto de los ciudadanos en la medida en que se aprecia que tienen una visión del país que logran articular durante la campaña electoral en un discurso o narrativa a los cuales se mantienen fieles, sin importar cualquier otra considerac­ión. Sin embargo –y esa ha sido mi experienci­a como espectador–, cuando para los gobernante­s el pragmatism­o político empieza a pesar más que los ideales, cuando la visión de los gobiernos se disuelve en el oportunism­o, entonces los actos de gobierno se rinden a la simple superviven­cia, y el capital político inevitable­mente se pierde.

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