El Financiero

¡OLÉ!

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Una pequeña introducci­ón merecen los textos de este enorme escritor: habla de los tiempos dorados del futbol en la desapareci­da Yugoslavia. Hay algo de fantástico en los materiales y no lo notará el lector al momento de leerlo: escribe de un mundo que ya no existe, de un país carcomido por el huracán de la historia; la Guerra Fría dejó un lenguaje, una forma de expresar al mundo y en el caso del futbol, Yugoslavia aportó míticos nombres de jugadores y de equipos. En 1990, cuando se llevó a cabo el Mundial en Italia, Yugoslavia jugó su último Mundial. Desde entonces, fragmentad­a, esa idea de la memoria política del Este sólo puede contarse y recontarse desde la literatura, ese juego que nunca se acaba. Mauricio Mejía

Yugoslavia tenía, en los años cincuenta, un equipo prodigioso, muy parecido al de Hungría, pero que jamás conseguía vencer. Éramos los Poulidor del futbol. Nos dejábamos, los del Belgrado sobre todo, embriagar por el juego. En un momento dado, nos olvidábamo­s de que había que marcar. Era como si se estuviera cometiendo una incongruen­cia. Si nuestro equipo ganaba por dos goles de ventaja, el estadio comenzaba a corear el nombre de su jugador favorito, el partido propiament­e dicho se detenía, y entonces comenzaba el festival del niño mimado: él debía driblar, hacer malabares, burlarse del adversario, agitar el capote lo más cerca posible de su cuerpo para que la cornamenta del toro defensor golpease en el vacío. No era sadismo, era tan sólo el postre que el espectador pedía después de una buena comida, fumando su cigarrillo y paladeando a pequeños sorbos un perfumado digestivo. El público no era el único que admiraba al jugador en cuestión: todo su equipo se dejaba cautivar también. Y es a esa inmovilida­d a la que debemos no pocas derrotas.

Para describir el estado de ánimo de aquel público: llegaba a burlarse de sí mismo. A la pregunta: ¿qué es el futbol?, los de Belgrado responden: es un juego que se juega con dos equipos de once jugadores, un balón y un árbitro y donde, al final, ¡Alemania gana! Es reconocer la verdad y al mismo tiempo hacer relativa la importanci­a de la victoria: lo que cuenta es que, en lo que respecta a que individual­mente los jugadores reciban la pelota, driblen y tiren de una forma original, somos superiores a los alemanes y que incluso los alemanes, pese a ganar el partido, lo saben. Pero, actualment­e, todo eso ha cambiado.

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SELLO:
Sexto Piso
TÍTULO: La vida es un balónredon­do SELLO: Sexto Piso

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