El Financiero

FINAL INÉDITA EN MOSCÚ

FRANCIA DISPUTARÁ EL TÍTULO CON CROACIA, QUE DEBUTA COMO FINALISTA DEL MUNDIAL.

- Mauricio Mejía

Rusia ha dado muchas cachetadas al futbol. Echó a las favoritas preestable­cidas desde la primera ronda sin sufrir un rasguño en el espectácul­o. Confirmó que los astros valen menos que las galaxias y que el oficio, la tierra, el llano valen más que la juventud, el entusiasmo y el abolengo. Aunque pierda el domingo en Moscú ante la Francia que la echó de las semifinale­s hace 20 años, esta Croacia reivindica los ingredient­es primarios del juego más lindo, divertimen­to de la pobreza, del barrio, de las zonas marginales.

Hace 28 años, tras el derrumbe de Yugoslavia, la tierra de los eslavos del sur, los Balcanes ventilaron la carnicería, el infierno, la barbarie a la que podía llegar el ser humano aun después de las vistas en la Segunda Guerra Mundial y Vietnam. Las calles desoladas de Belgrado, Zagreb, Sarajevo, entre cientos de ciudades, se bañaron de lágrimas de dolor, sufrimient­o y arrepentim­iento tras la atroz guerra. Los muchachos que llegan hoy a la final crecieron entre los derrumbes de los muros de la Historia y dan a la región el primero y genuino motivo de felicidad. El futbol es maravillos­o por eso: porque devuelve a los pobres de espíritu su pobreza misma: 11 hombres acompañado­s por el artefacto más humano y más antiguo de todos: la rueda.

Ningún sentimient­o

colectivo produce tanta comunión, tanto lazo, tanta fraternida­d. Mucho corazón el croata. Tres partidos de extra tiempo en tres fechas seguidas. Dos de ellas en penales y siempre a contra corriente. Mucho pulmón, pues, el eslavo que se impuso a Inglaterra después de perder 0-1 ante una escuadra plagada de fortaleza física, de juventud temprana y de nostalgia por una Copa cada vez más lejana. El tiempo pasa. Cuando llegó el tanto de Perisic, siempre entregado, como inagotable dínamo, los jóvenes del pop británico perdieron el rumbo de la fragata que tan bien habían dirigido. Desde antes de que se iniciara el segundo, Croacia entendió que no era el tú a tú el remedio para salir ilesa de la contienda. Su rival tenía el mal de la juventud. Y había que curarla con la edad. Entonces comenzó a tener la pelota, a controlarl­a y a compartirl­a. Poco a poco relucía el origen de este pasatiempo: la el baldío, la cáscara, las tablas. Fue mucha experienci­a para los muchachos de Southgate. Dijo Esquilo que la juventud es un mal que se cura con el tiempo. Croacia misma, hace cuatro años, tuvo que tragarse las lecciones del establo. Madura, supo ganar su ritmo. La otra cara de la medalla era imposible para los ingleses que perdieron el instructiv­o cuando el juego llegaba al final del tiempo regular.

En el postre, los blancos quisieron

imprimir, de nueva cuenta, la velocidad. Tenían más oxígeno en el tanque. Los croatas daban muestra de flaqueza. Surgieron los dolores en las piernas. Pero su corazón estaba intacto. Los grandes cracks del barrio son aquellos que aparecen cuando menos se les busca; son esos factores kafkianos que premian el trabajo de la palomilla. Fue Mandzukic, el exiliado a Alemania después del conflicto, el que salió a dar la cara por la cuadra. Inglaterra estaba vencida. Agotada. Y abatida. Croacia es un par de... pulmones.

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