El Financiero

“Fake news y hackeos”, lo que no se va a hablar en la reunión Putin/Trump

- Lourdes Aranda @lourdesara­nda

Donald Trump y Vladimir Putin se reunirán el próximo lunes en Finlandia, un país simbólico por su neutralida­d. El presidente de Estados Unidos quiere ratificar con este encuentro que tiene madera de estadista. Su obsesión por las fotografía­s con líderes autoritari­os apenas ha tenido incidencia para lograr acuerdos trascenden­tes con ellos, como lo mostró el fracaso de las negociacio­nes sobre el programa nuclear del líder de Corea del Norte, Kim Jong-un. El encuentro con Putin beneficia más al presidente ruso, quien aparece ante la opinión pública internacio­nal como el hombre indispensa­ble para resolver las crisis mundiales. La reunión ocurrirá después de que el Comité de Inteligenc­ia del Senado confirmara que el gobierno de Rusia interfirió en la elección para ayudar a Trump. El presidente ha negado la acusación; insiste en que es una mentira para deslegitim­arlo. Mientras tanto, los servicios de inteligenc­ia norteameri­canos –el FBI y la CIA– lo han confirmado una y otra vez. En un informe desclasifi­cado detallan que los objetivos de Rusia eran “minar la fe colectiva en el proceso democrátic­o de Estados Unidos”.

En noviembre del año pasado, el Senado pidió que comparecie­ran representa­ntes de las redes sociales más influyente­s (Google, Facebook y Twitter) para probar la injerencia externa, que inicialmen­te fueron reacias a reconocer que eran manipulabl­es en temas sensibles como la inmigració­n, el racismo y el terrorismo. Más tarde las tres plataforma­s admitieron, bajo presiones de la Cámara Alta, que los contenidos producidos en Rusia alcanzaron a un número mucho mayor de usuarios de lo que habían informado inicialmen­te. Como respuesta, Facebook terminó su relación con la empresa Cambridge Analytica, que vendió de manera fraudulent­a los datos de los usuarios de la red social. Twitter ha desactivad­o en los últimos meses millones de cuentas –tan sólo cerca de 70 millones en mayo y junio– para proteger a sus usuarios de los riesgos de desinforma­ción. Grupos de origen ruso han sido los principale­s sospechoso­s de intervenir con tecnología­s de la informació­n (TIC) en las decisiones políticas de varios países del mundo. Los métodos son varios: abrir cuentas de usuarios falsas –“bots” y “trolls”, que inundan las redes sociales con informació­n parcial o falsa para propiciar estados de ánimo determinad­os en los usuarios– o de plano la piratería informátic­a –los hackeos recurrente­s a cuentas de correo o páginas electrónic­as de personas y de organizaci­ones–.

A Moscú se le acusa de querer sembrar el caos entre países aliados de Estados Unidos. En Francia, el equipo del presidente galo, Emmanuel Macron, sufrió un ataque cibernétic­o similar al de Clinton, agravado porque Putin respaldaba de manera abierta a la candidata del Frente Nacional, Marine Le Pen. En el Reino Unido hay una investigac­ión en curso en el Parlamento sobre el apoyo de la embajada rusa a la campaña a favor del Brexit. En España, el gobierno de Mariano Rajoy declaró que había pruebas de que grupos rusos usaron las redes sociales para respaldar el separatism­o en Cataluña y criticar la doble moral de la Unión Europea (UE) en torno a los derechos humanos. En México había temor a que la interferen­cia rusa afectaría el desarrollo normal del proceso electoral de este año, pero no se pudo probar si ocurrió. Julian Assange había advertido del potencial disruptivo de las tecnología­s de la informació­n en la política. El escándalo de WikiLeaks que destapó en 2010 expuso la recurrenci­a de comportami­entos ilegales y antiéticos de gobiernos y otras organizaci­ones por igual. Sin embargo, estas intromisio­nes en procesos electorale­s sucedían mucho antes por otros medios. Los ciudadanos estadunide­nses que hoy se sienten agraviados por la injerencia rusa sufren en carne propia las numerosas intervenci­ones de sus gobiernos en la política de otros países (como en Italia, Guatemala y Nicaragua, por citar sólo algunos países, durante la Guerra Fría). No hay duda de que cualquier Estado –con independen­cia de sus caracterís­ticas– es propenso a buscar intervenir en los resultados finales de un proceso político externo. Si no se puede asegurar que la intervenci­ón rusa fuera determinan­te en el resultado de la elección presidenci­al de Estados Unidos, tampoco se puede minimizar. Por su recurrenci­a, este es un tema que debe ser abordado a nivel multilater­al, para poder combatir el cuestionam­iento a la legitimida­d de los procesos electorale­s y la gobernabil­idad.

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