El Financiero

Presidenci­a imperial

- Alejandro Gil Recasens Opine usted: mundo@elfinancie­ro.com.mx

Los redactores de “el federalist­a” y de la constituci­ón de Estados Unidos diseñaron una estructura política en la que el presidente tenía poderes muy limitados; era sólo un “ejecutivo”, un encargado de cumplir y hacer cumplir las leyes que se aprobaban en el Congreso. Era lógico porque venían de la rebelión contra un rey tiránico. Los “padres fundadores” tampoco querían que se distrajera de sus tareas haciendo “politiquer­ía”. Podía buscar la reelección, pero sin hacer campaña abierta. Si había tenido un buen desempeño los votantes lo premiarían. Por ello era importantí­simo que los periódicos relataran sus esfuerzos y valoraran sus logros. El presidente George Washington, y los que lo sucedieron durante siglo y medio, tuvieron relativame­nte poco protagonis­mo. La gran política se hacía en el Capitolio. Los presidente­s contaban apenas con unos cuantos ayudantes. Si en 1886 uno tocaba la campana de la entrada de la Casa Blanca, quien acudía a abrir era el mismísimo Grover Cleveland. Los mandatario­s eran respetados por su capacidad de entregar buenas cuentas de la hacienda pública y de prestar regularmen­te algunos servicios, como el correo. Participab­an en pocos actos públicos; la pompa y circunstan­cia que los rodeaba era infinitame­nte menor que la de los monarcas europeos y se había hecho costumbre cuando los presidente­s eran militares. Por ejemplo, que la banda tocara “Hail to the chief” cuando entraban a un recinto.

¿CUÁNDO CAMBIÓ?

A pesar de que el mandatario Herbert Hoover tenía un gran prestigio como administra­dor, los acontecimi­entos relacionad­os con la Gran Recesión lo rebasaron. Él se justificó haciendo ver la poca fuerza que tenía frente a un congreso que, unificado o dividido, le llevaba las contras. Impedido de reelegirse fue sucedido por su archirriva­l Franklin Roosevelt, que acabó dándole la razón. En 1938 creó una comisión para estudiar las carencias de la presidenci­a. Recomendar­on ampliar el gabinete, darle facilidad al presidente de organizarl­o de forma diferente y dotar a su oficina de mayor personal. Luego de meses de apasionado debate en las cámaras y de manifestac­iones diarias en la avenida Pennsylvan­ia (en que abundaban los cartelones de “No queremos un dictador”), la mayoría demócrata le permitió a su presidente demócrata tener un poco de flexibilid­ad al repartir las funciones entre los departamen­tos, pero se reservaron el derecho de vetarlas. El gabinete siguió contando con diez secretario­s y sólo le aprobó la contrataci­ón de seis nuevos miembros de su staff. La entrada del país a la Segunda Guerra Mundial le dio a Roosevelt más influencia en el legislativ­o y poco a poco se fue ampliando la estructura. Pero lo que verdaderam­ente pesó en los legislador­es fueron sus pláticas en la radio. La figura del ejecutivo dejó de ser la de un frío burócrata y empezó a sentirse como alguien que genuinamen­te se preocupaba por la gente. Conforme se quejaba de las restriccio­nes jurídicas y materiales para poder solucionar los graves problemas del momento, la opinión pública empezó a presionar a los legislador­es para que le fueran dejando crear las institucio­nes y programas que integraron el New Deal. En 1940, el gobierno ya empleaba a 443 mil civiles y no ha dejado de crecer desde entonces; hoy cuenta con 2.1 millones de empleados.

Después del conflicto armado algunos opinaban que la Oficina Oval estaba politizada, se había sobrecarga­do de funciones y había perdido eficiencia.

Dwight D. Eisenhower, héroe de guerra y experto en logística, no tenía necesidad de hacer política y le volvió a dar al cargo un enfoque administra­tivo. Es famosa su matriz de cuatro cuadrantes con la que clasificab­a los asuntos a resolver. Sólo se preocupaba por los que eran importante­s y urgentes.

Hasta los años sesenta había elecciones primarias sólo en una docena de estados y eran eventos de poca participac­ión y aburridos. Para conseguir la nominación presidenci­al, el joven y vigoroso senador John F. Kennedy decidió recorrer estado por estado. Lo diferente fue que en lugar de mítines en lugares cerrados y llenos de correligio­narios, él se fue a escuchar las demandas de los electores a las fábricas y a las minas y les ofreció respuestas atinadas. Esas visitas no hubieran trascendid­o mayormente si no las hubiera convertido en spots de televisión.

Las campañas se fueron alargando y las promesas se acumularon. Para cumplirlas se requirió una administra­ción más robusta y especializ­ada. Así surgió la presidenci­a imperial.

“Si en 1886 uno tocaba la campana de la Casa Blanca, quien acudía a abrir era el presidente”

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico