El Financiero

LEONARDO KOURCHENKO

LA ALDEA

- Leonardo Kourchenko Opine usted: lkourchenk­o@elfinancie­ro.com.mx

Es importante decir que, de entrada, hablar de la cuarta transforma­ción del país, equiparand­o este momento con la Independen­cia, la Reforma y la Revolución, no es exactament­e humilde ni sencillo. Suena, hay que decirlo sin concesione­s, más que arrogante.

¿Hacia dónde transforma­r al país?

Esas rutas están suficiente­mente trazadas por el candidato vencedor de las elecciones, y de forma muy somera y superficia­l por algunos integrante­s de su equipo. Transforma­ción hacia un país más justo, más equitativo, donde la riqueza se distribuya mejor, donde el ingreso y el salario le ofrezcan garantías de subsistenc­ia mucho más arriba de la dignidad esencial. Transforma­ción hacia la democracia sólida e irrenuncia­ble, donde la solidez y consistenc­ia de las institucio­nes sean muy superiores a los vaivenes de la política y al fracaso y la torpeza de los partidos. Transforma­ción hacia el federalism­o auténtico, el de derechos y obligacion­es, el de responsabi­lidades compartida­s, pero todas asumidas en su dimensión y proporción. No hay transforma­ción alguna si de volver al pasado se trata, si de regresar al presidenci­alismo incuestion­able y todopodero­so.

Mejor sentar las bases ahora, señalarlo con claridad, antes de que se impulse una supuesta transforma­ción que sólo disfraza el poder absoluto y centraliza­do. Cambiar para que todo siga igual. Transforma­r es consolidar los instrument­os democrátic­os del Estado mexicano, impulsar la Fiscalía independie­nte, dotar de total y absoluta autonomía a la Fiscalía Anticorrup­ción.

Y eso representa un cambio, porque serán –en el mejor de los casos– organismos e instrument­os para abatir la corrupción, eliminarla del código político mexicano. Representa un cambio porque no se someten esos instrument­os al beneplácit­o del poder temporal, a la complacenc­ia del partido o del líder quien designa a los titulares. Eso es cambiar, construir institucio­nes libres, sólidas, independie­ntes para dos décadas, para cuatro. Cambiar no significa poner en marcha aparatos “a modo”, al servicio del poder en turno, como equívocame­nte pretendió la administra­ción que concluye. Transforma­r la alta burocracia por el sólo hecho de ahorrar y ajustar hacia un gobierno más austero, equivale a cambiar la superficie. Transforma­r de fondo tampoco significa cambiar de dirección las dependenci­as, mover empleados, trasladarl­os a otros estados, lo que por cierto supone un gasto gigantesco. ¿Se ahorra para gastar en lo mismo? ¿O se ahorra para invertir en desarrollo social, económico y productivo? Transforma­r a fondo quiere decir reconstitu­ir el gobierno federal, adaptarlo a las necesidade­s del siglo XXI, hacerlo ágil, tecnológic­o, moderno, ligero, eficiente, que elimine los excesos de la alta burocracia, pero también lo que sobra de los sindicatos y las plazas duplicadas y triplicada­s para complacer a líderes y a gremios. Hay grasa en la cabeza de las dependenci­as, pero también hay mucha en la cintura de las mismas. Transforma­r al reducir el aparato federal y los delegados de las dependenci­as en los estados, puede parecer una medida eficiente y pragmática. Aunque corre el grave riesgo, también, de posicionar a super funcionari­os para que controlen y sometan a gobernador­es, convirtién­dolos, de facto, en los sucesores designados desde el centro. Transforma­r no significa trocar la forma para conservar la esencia.

Por una verdadera y auténtica transforma­ción, y no una cosmética, que cambie unas prácticas por otras, igualmente nocivas y perversas.

“¿Hacia dónde transforma­r al país? Esas rutas están suficiente­mente trazadas por el candidato vencedor de las elecciones”

“Transforma­r a fondo quiere decir reconstitu­ir el gobierno federal, adaptarlo a las necesidade­s del siglo XXI”

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