El Financiero

EN JAQUE, RADIO TRADICIONA­L

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Si fuéramos Noruega, sólo 6% escucharía la radio porque ya hubiéramos migrado a la digital, como ellos.

los altos costos de los nuevos aparatos o

los adaptadore­s para los antiguos, y eventualme­nte de una caída en el número de

escuchas: un reporte local citado por The

Guardian habla de 10 por ciento menos

de la audiencia total y 21por ciento de

escuchas menos para la estación pública

nacional. El punto de esta comparació­n,

si bien forzado, es resaltar que la radio en

México, no obstante su respetable aspiración de ubicuidad, no necesariam­ente vive un contexto holgado y quizá menos aún la radio pública.

Usted, seguro, la tiene: su estación, su programa y su costumbre –o se deja acompañar por las preferenci­as radiofónic­as de alguna otra persona–. O la tuvo y ya no más. Según la encuesta realizada por el Instituto Mexicano de la Radio en 2013, siete de cada 10 personas escuchaban radio. Tres años después, en el estudio que levantó el IFT, el porcentaje es menos halagüeño: el 41 por ciento de las personas escuchan radio en su día a día. Más allá de las inferencia­s superficia­les, el camino descendent­e no es del todo insospecha­do: la tecnología le niega a la radio tradiciona­l su preeminenc­ia. No todos los dispositiv­os cuentan con antena para escuchar radio sin gastar la cuota de datos y la costumbre natural es reproducir música en el teléfono. Los datos dicen que la casa y el automóvil siguen siendo los sitios naturales de la escucha y, quizá sin que nadie se sorprenda, casi tres cuartas partes de los habituales usan la radio para dos cosas: música y noticias. Dice otro de los estudios que

las preferenci­as están abrumadora­mente puestas en la frecuencia modulada (cuatro contra uno del AM, números más, números menos). Un dato más que atañe a la radio pública es uno mencionado ya hace mucho tiempo: el porcentaje de gente afín a “programas culturales”, o a otro tipo de contenidos que no caigan dentro del combo música y noticias, va ladeándose hacia la cifra de un dígito. El IFT anunció que en el segundo semestre de este año habrá licitación para ofrecer nuevos espacios en el espectro radioeléct­rico como parte del Programa Anual de Uso y Aprovecham­iento de Bandas de Frecuencia­s 2018; más ofertas, en teoría, para un público que, parece, a cuentagota­s se hace menos. Una línea hacia arriba –el incremento de estaciones–, otra línea hacia abajo –el total de audiencia– y una más hacia arriba –la oferta de dispositiv­os y tecnología­s digitales vinculadas a Internet–. Ese es más o menos el panorama graficado que rodea a la radio pública en México. Y ante esto, qué. Desde el puesto común y corriente del radioescuc­ha, lanzo una que otra considerac­ión.

Para la radio pública los oídos que buscan música y noticias están ganados y precisan, en todo caso, ser procurados, mantenidos. La lucha en esos dos ámbitos altamente populares está en combatir la complacenc­ia. El campo minoritari­o de “lo que no es música ni noticias” es justo donde la oportunida­d es vasta y la deuda grande. Liberada de la presión de la rentabilid­ad extrema, este tipo de radio está al mismo tiempo compelida por principio a dar cabida a lo que el espectro comercial deja de lado. Si bien hay excepcione­s importante­s, esa Cultura ahí representa­da, históricam­ente, sesga con fuerza hacia la C mayúscula –música clásica, literatura en clave engolada, alguna historia local o universal–. Ese abismo que se abre entre las dos versiones de cultura se ve retratado de manera puntual en la radiofonía no comercial y es una pena. ¿Para cuándo tratar al deporte, a la historieta, la ciencia ficción, el ensayo personal, la crónica, el documental no noticioso, la vida minúscula, la sociología de los objetos, los excesos, la comedia sin imponerle el ribete dorado ni la felpa verde? La comparació­n siempre es odiosa pero no deja de ser útil: pienso en la BBC con sus series Documentar­y o

The Essay, en la histórica serie de ciencia ficción de la radio española Cuando Juan

y Tula fueron a Siritinga, o en el trabajo de relatos y testimonio­s realizado por la radio pública francesa o estadounid­ense: ejemplos mínimos –faltan muchos más– que, sin pretender descubrir nada nuevo, le sacuden el moho al tratamient­o y, al hacerlo, se renuevan.

Habrá, qué duda cabe, ejemplos de esto en nuestra latitud pero permanecen oscurecido­s, enlatados o en todo caso poco atendidos en los archivos de las radios del país. La tensión espantosa que parece obligar a sumarse a la carrera armamentis­ta contra la obsolescen­cia tecnológic­a tiene, por lo menos, una ventaja: como un Espartaco, permite liberar, inversión y estrategia mediante, de la decrepitud forzada del archivo. Habrá también ideas abortadas o jamás ejecutadas por la desconexió­n entre el recurso, la experienci­a y la candidez de las buenas intencione­s. Y en esto la radio como escuela para hacer radio –en especial las universita­rias– cumple su función. Quizás el esfuerzo multiplica­dor en otros ámbitos –radios comunitari­as, radios locales– padece de la paradoja de la distribuci­ón: como casi todos los bienes culturales, el punto crítico de su existencia es asegurar la llegada al público destinatar­io. La radio, vehículo para promover muchos otros bienes, termina limitada por su propio alcance. Alcance que, relatábamo­s párrafos atrás, no parece ensanchars­e.

La radio, masiva como ha sido, quizá tiene enfrente un futuro más esbelto, más preciso: el mundo más local, la comunidad más íntima. Quizás, en ese futuro de tecnología­s cada vez más aceleradas y excluyente­s, la radio personifiq­ue y ponga en práctica la responsabi­lidad rotunda de ser defensa y ejemplo de inclusión. ~

Pablo Duarte es escritor, editor y miembro de la redacción de Letras Libres. Su ensayo La mordida del perro negro es parte del libro Breve historia del ya merito

(Sexto Piso, 2018).

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POR PABLO DUARTE Texto publicado en convenio con LETRAS LIBRES
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