El Financiero

El dictador Ortega

- Leonardo Kourchenko Opine usted: mundo@ elfinancie­ro.com.mx

Nicaragua vive una tragedia. La cerrazón e incapacida­d política de un gobierno, lo convierten justamente, en todo contra lo que luchó casi 40 años atrás. La Revolución Sandinista (1979) que derrocó al régimen de Anastasio Somoza, es hoy el vago recuerdo nostálgico de una lucha social y militar para terminar con un régimen dictatoria­l. Hoy las nuevas generacion­es, quieren su propio momento de gloria en la historia, arrancar del poder al multipresi­dente que pretende imponerse más allá de la Constituci­ón, de los períodos legales y sobretodo, de la voluntad popular.

Daniel Ortega (72 años) junto con su esposa Rosario Murillo (vicepresid­enta del país) está convertido en una cuasi reencarnac­ión del entonces dictador Somoza, a quien combatió para derrocar, contra el que luchó por una Nicaragua más libre y democrátic­a. Hoy a casi 40 años después, la historia se reedita en un giro caprichoso que parece reproducir los excesos de aquél mandato autocrátic­o y represor.

Ortega, obsesionad­o con permanecer en el cargo, ha ordenado represión abierta a las protestas y marchas calle- jeras que exigen su renuncia; grupos paramilita­res, armados e incluso –exceso del cinismouni­formados como miembros del ejército, arrestan, amedrentan, secuestran a jóvenes participan­tes de las marchas y cometen peores crímenes. Según reportes extraofici­ales de las organizaci­ones de Derechos Humanos, han muerto víctimas de la represión por las protestas cerca de 400 jóvenes; se han registrado balaceras y ataques a templos católicos que protegen y resguardan a manifestan­tes; el obispo auxiliar de Managua Monseñor Silvio Báez ha sido físicament­e agredido por hacer frente común con los jóvenes y pedir la renuncia de Ortega, lo que provocó la acusación del presidente al llamarlos “Obispos golpistas”; periodista­s denuncian secuestro masivo de estudiante­s por su participac­ión en las marchas. Ortega se niega a renunciar y retirarse del cargo en aras de la pacificaci­ón del país; afirma que provocaría inestabili­dad y que permanecer­á hasta el 2021 que concluye su enésimo mandato. Y tampoco acepta convocar a elecciones por adelantado.

Cada manzana, en seguimient­o puntual al manual revolucion­ario de Cuba, los nicaragüen­ses tienen un Consejo de Liderazgo Sandinista – réplica de aquellos Comités de defensa de la Revolución en Cuba- donde funcionari­os embozados del gobierno evalúan la conducta de los vecinos, su compromiso revolucion­ario, su lealtad al líder Ortega; una auténtica antigüedad de control, supervisió­n y hostigamie­nto en contra de la población.

Los jóvenes, las nuevas generacion­es nacidas después de los 90´s, más en el nuevo siglo, conocedore­s por lecciones de primaria de la histórica gesta revolucion­aria, desconocen al hoy presidente Ortega, como el auténtico líder de un movimiento democrátic­o y liberador. Es y representa lo contrario. Esa distorsión latinoamer­icana, de convertir a las revolucion­es en gobierno y después todas las deformacio­nes y rupturas con el orden legal.

En Nicaragua el FSLN (El Frente Sandinista de Liberación Nacional) fuerza revolucion­aria de la victoria y después, partido del presidente Ortega, colecciona múltiples acusacione­s y demandas por fraude electoral, por trastocar los resultados para mantener a su líder en la silla, y a su partido, con la mayoría en el Congreso.

España, Estados Unidos, Canadá y a punto la propia OEA, han señalado y lanzado alertas sobre el cercano y posible estallido de una Guerra Civil. Las condicione­s sociales, de respeto a libertades, de estado de derecho, de seguridad ciudadana están prácticame­nte rotas.

Escuadrone­s embozados recorren las calles haciendo sangrías al viejo estilo estalinist­a en las purgas del partido. ¿Cómo se transforma un revolucion­ario en un dictador? Y con ello, arrastrar a su país a la desgracia, la muerte, la violencia, la desaparici­ón forzada, todos crímenes de Estado.

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