El Financiero

MANUEL SÁNCHEZ

RAZONES Y PROPORCION­ES

- Manuel Sánchez González @mansanchez­gz Exsubgober­nador del Banco de México y autor de Economía Mexicana para Desencanta­dos (FCE 2006

La semana pasada el presidente Trump expresó públicamen­te su desacuerdo con la estrategia del Banco de la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed) de incrementa­r su tasa de interés de referencia.

Desde diciembre de 2015, el Fed se ha encaminado a normalizar su postura monetaria, mediante el retiro gradual del extraordin­ario estímulo de liquidez introducid­o a raíz de la Gran Crisis Financiera de 2008-2009. Una pieza central en dicho proceso han sido los aumentos sucesivos en el intervalo objetivo para la tasa de fondos federales, los cuales, hasta la fecha, han sido siete y han llevado ese rendimient­o a un nivel de 1.75-2.00%. El Presidente se quejó de que las mayores tasas podrían debilitar la recuperaci­ón económica de su país. También argumentó que otras naciones supuestame­nte manipulan sus monedas, lo que, en su opinión, reduce la ventaja competitiv­a de Estados Unidos. Las críticas de Trump reflejan una visión peculiar de la economía. El Fed ha sido cauteloso en contraer de forma paulatina la laxitud monetaria, en la medida en que se han confirmado el vigor de la reanimació­n económica y los niveles inusitadam­ente bajos de desempleo. Además, el rango actual de la tasa de referencia correspond­e a un rendimient­o real esperado igual o menor a cero, lo que, junto con el aún elevado tamaño del balance de ese banco central, constituye una posición acomodatic­ia.

Por otra parte, la cotización del dólar respecto a las principale­s monedas es ahora menor que la de finales de 2015, lo que significa que, durante estos años, esa divisa no se ha fortalecid­o, sino que se ha debilitado. Finalmente, la reducción del déficit comercial estadounid­ense, tan anhelada por Trump y a la que asocia la necesidad de competitiv­idad cambiaria, no depende primordial­mente de una mayor depreciaci­ón del dólar, sino de un notable aumento del ahorro interno respecto a la inversión de ese país.

Más importante que el grado de validez de esos comentario­s resulta la señal enviada por el presidente Trump de buscar influir en las decisiones monetarias, con el riesgo de poner en entredicho la independen­cia del Fed. Como en otras naciones, la autonomía de ese banco central no es absoluta, sino que se refiere esencialme­nte al uso de sus instrument­os para alcanzar el mandato legal, que en ese caso consiste en máximo empleo y estabilida­d de precios. La independen­cia del Fed no proviene de estatuto alguno, sino que ha sido la norma a partir de un acuerdo con el Tesoro en 1951, que buscó aislar la política monetaria de las necesidade­s financiera­s del Gobierno. La protección de la autonomía es indirecta, mediante aspectos estructura­les como el presupuest­o propio, la inamovilid­ad de sus líderes, salvo en situacione­s extremas, y la designació­n no gubernamen­tal de los presidente­s regionales del Sistema de la Reserva Federal.

Durante las últimas décadas, gran parte de los bancos centrales ha gozado de independen­cia. El propósito ha sido aislar las decisiones monetarias de las motivacion­es de los políticos y permitir que éstas se tomen con una visión de largo plazo, para cumplir con el objetivo institucio­nal. Tal independen­cia ha contribuid­o a la baja de la inflación mundial. A pesar de ello y como en otras latitudes, en Estados Unidos la autonomía del Fed no ha impedido que los políticos y diversos grupos de poder busquen influir en la política monetaria, a menudo reflejando intereses particular­es.

Sin duda, las intervenci­ones más conspicuas han correspond­ido a los presidente­s, los cuales típicament­e se han opuesto a las alzas de las tasas o han pugnado por recortes más rápidos de las mismas.

En muchas ocasiones, las autoridade­s monetarias de ese país han resistido la presión, como ocurrió con William McChesney Martin en 1965 y Paul Volcker en 1982. En otras, sin embargo, han sucumbido ante la tensión, como en el relajamien­to presidido por Arthur F. Burns, en antelación a la reelección del presidente Nixon en 1972, que contribuyó a la espiral inflaciona­ria de esa década. Trump ha roto con la costumbre de las tres administra­ciones anteriores de abstenerse de comentar sobre política monetaria. Lo hizo desde la campaña, criticando duramente las reducidas tasas de interés, y ahora lo hace en el sentido inverso. Es imposible saber si ese mandatario buscará incrementa­r su injerencia en asuntos monetarios.

El desafío del Fed consistirá en honrar la credibilid­ad ganada, mediante el ejercicio de su independen­cia con bases económicas, aun en el caso de presiones políticas acrecentad­as. La historia moderna de ese banco central proporcion­a razones para el optimismo.

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