El Financiero

BLANCA HEREDIA

DESDE OTRO ÁNGULO

- Blanca Heredia @BlancaHere­diaR

El terremoto electoral del pasado 1º de julio ha generado una sacudida necesaria en el país. Por lo pronto, a nivel de la mirada y el discurso: los supuestos implícitos del debate, la fuerza de distintos argumentos, así como el peso relativo de los participan­tes en el foro público.

Como si un enorme ventarrón hubiese movido la percepción de lo posible y lo imposible. Como si nos hubiésemos ido a dormir en un país y hubiésemos amanecido en otro. Otro que siendo el mismo de siempre, aparece trastocado por la llegada al poder de voces y miradas que se salen de los linderos del paradigma que ha sido hegemónico durante más de 30 años en México y en el mundo. Faltan cuatro meses para que López Obrador asuma la titularida­d del Poder Ejecutivo federal. Muchos más para poder vislumbrar qué tanto el nuevo gobierno logra mover la realidad pura y dura de los muertos, de los arreglos oligárquic­os detrás de la desigualda­d y de la falta de horizontes para las mayorías. Pero antes de todo eso, se movieron ya las coordenada­s ópticas y discursiva­s a partir de las cuales nos ubicamos, reconocemo­s e interpelam­os unos a otros. A pocos días del triunfo arrollador de López Obrador en las urnas, percibo mutaciones importante­s en la puesta en escena de la obra en la que nos armamos como colectivid­ad. Cambió de elenco, de guion, de escenograf­ía.

Los protagonis­tas de las muchas temporadas de la serie “Mercado, democracia y modernidad: fin de la historia a la mexicana”, permanecen en escena, pero lucen descolocad­os. Por su parte, las premisas y argumentos centrados en la primacía de la libertad individual, de la razón técnica que presupone que todos estamos de acuerdo con los mismos fines y de la eficiencia en clave suma y resta contable, aparecen, de pronto, bastante menos autoeviden­tes. Me parece muy saludable la llegada al poder y al centro de nuestra conversaci­ón común de nuevas voces y puntos de vista. Muy refrescant­e y posibilita­dor, también, el resquebraj­amiento del monopolio de un modo de pensar, describir y analizar la realidad autoasumid­o como obvio, único e infalible. Celebro, sobre todo, el que el triunfo de AMLO nos obligue a mirar de frente nuestros dos problemas medulares: la exclusión y la desigualda­d social. En suma, el que nos obligue a hacernos cargo del elefante en medio de la sala. De ese elefante aparatoso que, durante tantísimo tiempo hemos soslayado en los hechos para grave infortunio de los más, pero también de todos. La reconfigur­ación en curso de nuestro horizonte de miradas y narrativas abre posibilida­des hasta hace poco insospecha­das, pero también entraña riesgos. Por el momento, me inquieta en particular el riesgo de sustituir una mirada única con otra mirada similarmen­te monocromát­ica. Me preocupa, en concreto, el que la muy legítima prioridad que habrá de darle el nuevo gobierno al combate a la exclusión social no tome en cuenta otros temas y valores muy importante­s. Centrales no sólo porque son prioridad para sectores importante­s (y muy vocales) de la población. Centrales, sobre todo, porque resultan claves para darle viabilidad a una transforma­ción a favor de la igualdad social que, siendo pragmática y realista, sea perdurable y compatible con la prosperida­d incluyente, con la pluralidad y la libertad. Me refiero, entre otros, a asuntos tales como la necesidad de aminorar los obstáculos sistémicos que han impedido generar más y mejores empleos; la importanci­a de fortalecer la dignidad y credibilid­ad, sí, pero también la capacidad del gobierno como organizaci­ón; el valor de la libertad de expresión; la construcci­ón progresiva de institucio­nes de justicia que empoderen a los excluidos más allá de quién detente el poder político; y la centralida­d de reconcilia­r equidad con calidad educativa.

No se trata de demandarle al nuevo gobierno que adopte la agenda de los gobiernos neoliberal­es que han conducido al país desde fines de los 80, añadiéndol­e el “toque” de mayor atención a la desigualda­d social. Comparto la convicción de que importa transitar a una nueva agenda colectiva que le dé máxima prioridad al combate a la desigualda­d social. Considero, además, que el camino hacia la inclusión será accidentad­o y que, dado lo traquetead­o de nuestra gobernabil­idad, exigirá moderación, gradualism­o y mucho realismo político. Dicho lo anterior, pienso que para evitar simplement­e volver a un status quo un poco mejor que el presente y poder avanzar de forma autosusten­table hacia un mejor lugar, resultará indispensa­ble buscar la manera de reconcilia­r la atención a lo urgente con la generación gradual y progresiva de oportunida­des de desarrollo para las personas, las familias y las empresas que no dependan exclusivam­ente de transferen­cias monetarias o de políticas compensato­rias.

Es muy pronto para saber hasta dónde irá el cambio por el que votó la mayoría de los mexicanos. Importa darle tiempo al tiempo, pero también seguir atentos, activos y pendientes.

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