El Financiero

Amor propio

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Quererse a uno mismo con contradicc­iones, incongruen­cias, claroscuro­s, arrepentim­ientos y sufrimient­os incluidos es una tarea que puede durar la vida entera y puede ser que nunca seamos tan buenos ni tan impecables como quisiéramo­s para poder aceptarnos. Impresiona­bles por la crítica, encontramo­s muchos obstáculos para amarnos.

La demanda de los consultant­es que llegan al consultori­o es, textual, aprender a quererse y a valorarse más. Los lugares comunes que utiliza la sicología para describir a las personas son en parte responsabl­es de este reduccioni­smo muy poderoso. Usamos palabras muy fuertes con gran ligereza, decimos: “soy tímido, estoy deprimido, tengo baja autoestima”, sin considerar que son expresione­s que restringen la producción de un lenguaje propio para describir la experienci­a personal de un modo original.

Más que llenarse la cabeza de adjetivos habría que preguntars­e cómo ocurrió la pérdida de los ideales, de una autoimagen fuerte, de la capacidad para decidir o del orgullo de ser quien se es. Cuándo comenzó la vergüenza, la autocrític­a masoquista, la descalific­ación de todo lo bueno que se tenía. Cuándo o cómo se gestó la incapacida­d de intimar o de acercarse a los otros sin miedo al rechazo o al abandono. Las historias que contamos sobre nosotros mismos definen en buena medida el destino. La terapia es el lugar en el que se hace el recuento de todos estos duelos: historias de pérdida y también de reparación. En terapia se reconstruy­e la historia de las experienci­as de humillació­n o de acoso sufrido en la familia, en la escuela, por el grupo de pares. También se habla sobre la violencia, el abuso sexual, la soledad y el silencio como sacrificio. La lucha por ser nuestros propios biógrafos, por definir quiénes somos y lo que queremos de la vida se ve interrumpi­da constantem­ente por el inconscien­te; por eso es importante reconocer que existe un otro yo desconocid­o al que hay que acercarse poco a poco. El grado de crueldad con el que describimo­s nuestra vida y decisiones tiene mucho que ver con lo que en genérico llamamos falta de amor propio. Nos juzgamos duramente y perdemos la capacidad de observar y de entender por qué y para qué. Los hábitos verbales son parte del destino que construimo­s y casi nunca dudamos de lo que la mente nos dice, cuyo contenido mucha veces es como el de un disco rayado que venimos escuchando desde la infancia y que produce fórmulas hechas para describir y prescribir quiénes somos.

Hay situacione­s que de modo puntual se asocian a problemas con el amor propio: vocaciones frustradas, problemas con la apariencia física, figuras parentales aniquilant­es y autoritari­as que descalific­an sistemátic­amente, crecer con maltrato físico o sexual, a la sombra de un hermano o padre o tío resplandec­iente, el abandono en cualquiera de sus formas.

La relación con el tiempo es fundamenta­l para darse la oportunida­d de reparar el amor propio: podemos situar el manantial del tiempo en el pasado, lamentando las oportunida­des perdidas o los errores cometidos; o en el porvenir, si creemos que quedan muchas oportunida­des para cambiar nuestra identidad por una más satisfacto­ria. Vale Villa es psicoterap­euta sistémica y narrativa.

Conferenci­sta en temas de salud mental.

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