LIBERTAD BAJO EL PINCEL Seminario de Cultura Mexicana. Masaryk 526, Planta Baja, Polanco. Lunes a viernes, 9:00 a 15:00; sábado, 11:00 a 18:00 horas. Entrada libre.
El Espacio Cultural y de Artes Plásticas del Reclusorio Norte abre una alternativa a los internos a través de la creación
La vida es un cúmulo de decisiones.
En la cárcel, la única libertad que
existe es la de utilizar el tiempo. Y
Josh ha decidido ya no delinquir
más. Abandonar la idea del dinero fácil y aprovechar sus días para
hacer lo que siempre le ha apasionado: pintar.
Él es uno de los más de 11 mil internos que conforman la población
del Reclusorio Norte. Hace tiempo
que dejó de contar las noches. Tras
los barrotes, el tiempo es relativo.
Los días de la semana se difumi
nan entre malas comidas y rutinas
violentas. Pero hay algo que el reo nunca olvida: su condena. A Josh le faltan cinco años para quedar en libertad. Su delito: tentativa de homicidio.
Lo recuerda como si hubiese sido ayer: “Fue en marzo de 2013. Mi ex esposa me presionaba mucho en la cuestión del dinero y yo era muy irresponsable. Decidí robar. A una señora. De pronto algo salió mal. Comenzamos a forcejear y cuando me di cuenta ya le había metido dos piquetes en el brazo. Todo fue muy rápido”.
Josh fue detenido dos calles después. Cuando la policía le preguntó a qué se dedicaba, dijo que era desempleado. Su contrato como técnico de cirugías de mínima invasión en el IMSS había terminado semanas atrás. No supo explicar
por qué había robado: “la verdad es que no tenía necesidad, sólo que me gustaba la buena vida. Ganaba 15 mil pesos mensuales, pero nunca tuve la cultura de ahorrar”. Josh ahora es integrante del Espacio Cultural y de Artes Plásticas del Reclusorio Norte. De 9 de la mañana a 6 de la tarde, su libertad consiste en un lienzo y un pincel. Antes de ingresar a prisión ya era un apasionado del grafiti. Como buen hijo de la calle creía que la pintura de caballete limitaba la creatividad del pintor. Antes de ingresar a la cárcel era otra persona: “creía que había que tener dinero y pareja para ser alguien en la vida, pero ya no. Aquí adentro pierdes todo. Y una vez que todo está perdido tienes dos opciones: dejarte morir o volver a nacer”. La encargada del Espacio Cultural y de Artes Plásticas del Reclusorio Norte es la maestra Lulú Puig. Bajo el nombre de Kolëctiv.feat, 16 internos trabajan, desde marzo de 2017, en un taller de expresión artística que tiene dos objetivos principales: la catarsis emocional y la conciencia sobre los alcances sociales de las artes plásticas, asegura Puig. De esta manera –dice– el taller se ha convertido en una incubadora de artistas que busca ofrecer una alternativa profesional a los internos.
La Galería 526 del Seminario de Cultura Mexicana ha abierto sus puertas para Serie Libertad, una exposición que reúne 33 obras de 14 artistas en reclusión y seis que recién han sido puestos en libertad. “Somos como una familia. Estar frente a un lienzo en blanco es como estar frente a tu vida: debes tener ideas para construir algo”, comenta Josh, quien ha encontrado en la pintura una alternativa para cubrir sus gastos. Su primo le ayuda a vender sus cuadros a través de una cuenta de Facebook (Josh Zarza). Hay que pagar para tener agua caliente, papel higiénico o un plato de comida decente.
“La libertad sólo es un concepto. Aunque estoy preso, me queda claro que yo sólo perdí la libertad física, porque conservo lo más importante: la libertad de expresar lo que siento”, dice Josh, quien además es integrante de Comando Cimarrón, una banda de punk que toca intramuros. “Cuando salga quiero hacer grafitis y escuchar a los Dead Kennedys”, comenta este hombre de 34 años, originario de El Vergel, en Iztapalapa.
UNA NUEVA OPORTUNIDAD
Para muchos internos, el Kolëctiv. feat es la puerta a una nueva vida. A sus 47 años, Pablo ha elegido perdonarse. Recuerda con claridad la vez que fue detenido por intentar asesinar a su amante. “Sí, le hice daño, estoy muy arrepentido”, dice con voz entrecortada. Lleva seis años y nueve meses en la cárcel. La cuenta de los días nunca se le olvida. Su condena es de 10 años. “Ya me dedicaba a la pintura desde antes. No tenía historial criminal ni nada. Es sorprendente cómo un error puede conducir a la catástrofe. Cómo la irresponsabilidad o los arranques emocionales pueden llevar a esto. Quizás por eso el taller me ha ayudado mucho: porque me ha enseñado a trabajar en mi inteligencia emocional y mi intelectualidad, dos factores esenciales para crecer como personas”, dice. Cuando salga de la cárcel estudiará sicología. La mente humana, afirma, es un laberinto que no siempre tiene salida. Pero él ya quiere escapar de lo que lo puso detrás de los barrotes. “Quiero reparar mi error y encontrarme a mí mismo. Cuando me encerraron creí que todo estaba perdido, pero ahora volteo hacia atrás y veo que incluso terminé la prepa aquí adentro”. Su momento más doloroso ocurrió hace poco, cuando se enteró que su madre había muerto. “No pude verla morir. Hablé por teléfono con ella en su lecho de muerte. Casi no podía respirar. No quiero perderme todo estos momentos. Sólo regresar con mi esposa y con mi hija”.