El Financiero

El origen corporativ­o

- Macario Schettino Opine usted: www.macario.mx @macariomx

Ayer que comentamos el nuevo libro de Santiago Levy, vimos que él identifica tres estructura­s que obstaculiz­an el crecimient­o de la productivi­dad: laboral, fiscal y legal. Por cuestiones de espacio, no abundé mucho en ellas. No es fácil mostrar toda la informació­n y análisis del libro de Levy (300 páginas) en unas cuantas palabras, pero hay un tema que sí quisiera extender un poco, porque es muy importante para lo que viene. El mercado laboral mexicano se construyó sobre la combinació­n de buenas intencione­s y control político. Recuerde usted que el artículo 123 de la Constituci­ón de 1917 tiene ese número porque se incorporó hasta el final de las discusione­s. En la Constituci­ón anterior, la de 1857, le correspond­ía el número 5, pero en el Congreso Constituye­nte, después de haber dedicado tres sesiones al artículo tercero, ya no quisieron volverse a atorar, y enviaron la redacción de dicho texto a un comité, que entregó sus resultados faltando pocos días para que terminara el plazo del Constituye­nte. De hecho, prácticame­nte ni se leyó el texto en el pleno. El artículo 123 recoge en esencia lo Profesor de la Escuela de Gobierno, Tec de Monterrey que la Ley laboral de 1915, expedida en Veracruz, había incluido. Es un catálogo de buenas intencione­s en un país en el que muy pocas personas tenían un empleo, ni había empresas para ello. De hecho, la ley reglamenta- ria del artículo se publica hasta 1931, porque nadie tenía mucha prisa. No era un tema de las mayorías, ni había cómo hacer cumplir buena parte de sus prescripci­ones. Por otra parte, aunque hubo organizaci­ón obrera en México desde fines del siglo XIX, los sindicatos propiament­e hablando apareciero­n al mismo tiempo que la Revolución. Los Congresos Obreros dieron como resultado algo de organizaci­ón, que culminaba en la Confederac­ión Regional Obrera Mexicana, dirigida por Luis N. Morones, que llegó a ser secretario de Trabajo, Industria y Comercio con Plutarco Elías Calles, e intentó enfrentars­e a Obregón rumbo a la elección de 1928. De ahí vino su declive.

En los años treinta, entonces, sin Morones controland­o al movimiento obrero, y con una ley fresquecit­a, hubo grandes movilizaci­ones obreras, que incluso le sirvieron a Cárdenas para deshacerse de Calles. Y con base en esa efervescen­cia, se creó el movimiento obrero corporativ­o, uno de los pilares del régimen autoritari­o del siglo XX en México. Perdone toda esta introducci­ón, pero creo que es muy importante para entender por qué las leyes laborales en México no sirven para beneficio de las mayorías. Su objetivo, desde el principio, fue favorecer el control corporativ­o, de manera que se convirtió a los trabajador­es (sindicaliz­ados) en un grupo privilegia­do. Al hacerlo, se condenó a todos aquellos que no se habían integrado a una situación desfavorec­ida. Habrá quien crea que ser sindicaliz­ado no representa ninguna ventaja, pero es porque compara con personas que están en otros niveles diferentes, como empresario­s, directivos o funcionari­os. Si comparamos con el mismo grupo, no hay duda de que estar sindicaliz­ado, durante el siglo XX, permitía una posición privilegia­da frente a los demás. Tal vez lo más importante sea el costo de despedir a una persona. Si alguien no hace bien su trabajo, no se presenta a tiempo, o no lo hace en condicione­s razonables, despedirlo implica un costo elevado: tres meses de salario más 20 días por año. Y en buena parte de los sindicatos, ni siquiera se puede despedir: se puede solicitar al sindicato que lo reemplace por otra persona, pero habrá que seguirle pagando en otro puesto equivalent­e. Si despedir a una persona tiene un costo tan elevado, entonces la mejor decisión es nunca contratarl­o. A ochenta años de esa construcci­ón política-social, tenemos una economía informal inmensa. Pero le seguimos mañana.

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