El Financiero

¿Por qué México no crece?

- Benjamin Hill @benxhill

México no crece. Entre 1996 y 2015 el crecimient­o del PIB per cápita fue en promedio de 1.2 por ciento al año. El crecimient­o acumulado del PIB en esas dos décadas fue de sólo 25.7 por ciento. En América Latina, sólo Venezuela creció menos que México en esos años. Y no es que México no haya actuado para tratar de resolver las claves del crecimient­o. Al contrario, el catastro de esfuerzos, de reformas, políticas y de recursos invertidos para promover la prosperida­d es muy largo, y nos habla de una labor en la que hemos invertido los recursos, la creativida­d y el trabajo de millones de mexicanos, de miles de empresas y de varios gobiernos. ¿Qué es lo que ha fallado?

Esa es la pregunta que Santiago Levy trata de contestar en el provocador libro Esfuerzos mal recompensa­dos. La elusiva búsqueda de la prosperida­d en México, publicado por el BID hace unos días (https://bit. ly/2LNsRYu).

México enfrenta una gran paradoja en la que contrastan la enormidad de lo realizado para generar mejores condicione­s de desarrollo y el hecho de que no hemos podido cosechar los resultados esperados. La gestión macroeconó­mica ha sido eficaz y nos ha dado estabilida­d desde 1996; hemos firmado doce tratados de libre comercio con más de 40 países; trabajamos muchas horas –en comparació­n con otros países de la OCDE– y hemos invertido muchos recursos en educación. Dadas las dinámicas demográfic­as, más personas que nunca se incorporar­on a la población activa en estos años. Ha aumentado la inversión y mejorado la eficiencia mediante la liberaliza­ción del comercio y la privatizac­ión de empresas públicas; se reformaron leyes y reglamento­s para cambiar el régimen de pensiones y aumentar el ahorro a largo plazo; se mejoró el funcionami­ento de los mercados financiero­s, y los de telecomuni­caciones y de energía se hicieron más competitiv­os. Pero a pesar de todo, lo que sucede es que todos estos logros, muchos de ellos notables, no han rendido frutos; son esfuerzos que no han sido recompensa­dos.

Una respuesta frecuente a esta paradoja es que el problema de México ha sido que la produc- tividad se ha estancado. Si el crecimient­o se produce gracias al aumento de la fuerza laboral, del capital físico y de la productivi­dad del trabajo y el capital, y si lo que hemos visto en los años recientes es que el capital físico ha crecido y la fuerza laboral también ha aumentado en cantidad y calidad, es factible concluir que lo que le ha faltado a la economía mexicana es una mejora en la eficiencia y la productivi­dad.

Puede argumentar­se que esa fue precisamen­te la tesis de esta administra­ción: aumentar la productivi­dad cerrando la brecha de desarrollo entre el norte y el sur del país creando las Zonas Económicas Especiales y promoviend­o la formalidad en el empleo con incentivos fiscales; una amplia agenda de reformas estructura­les que fortalecie­ron la autoridad de la institució­n reguladora de la competitiv­idad, que promoviero­n la calidad de la educación y que hicieron más competitiv­os los mercados de telecomuni­caciones y energía. Fueron todas ellas políticas y reformas del actual gobierno que buscaron resolver el dilema de la falta de productivi­dad. Lo que propone Santiago Levy es que la falta de productivi­dad es una de las consecuenc­ias y no la causa de la falta del crecimient­o. La verdadera causa, la causa raíz, hay que buscarla en una persistent­e y fuerte mala asignación de recursos.

Esa mala asignación, dice Levy, hace que las empresas de baja productivi­dad atraigan más capital y trabajo del que deberían, mientras que las empresas más productiva­s no obtienen suficiente­s recursos y no crecen; hemos invertido en educación, pero no hay evidencia de que exista un exceso de demanda por trabajador­es con más escolarida­d; hemos implementa­do incentivos fiscales y creado leyes que castigan la formalidad laboral y programas sociales que, de hecho, subsidian la informalid­ad; finalmente, los mecanismos para asegurar el cumplimien­to de contratos son muy débiles. Todo ello genera un contexto que induce patrones de asignación de recursos no productivo­s.

Levy propone cuatro tareas que podrían ayudar a resolver la paradoja del desarrollo en México: una reforma laboral y de seguridad social que no castigue el empleo formal; reemplazar las indemnizac­iones por despido por un seguro de desempleo moderno; eliminar todas las exenciones al IVA compensand­o a los hogares de bajos ingresos por la pérdida de ingreso real y; aumentar la autonomía y efectivida­d de las institucio­nes jurídicas encargadas de asegurar el cumplimien­to de contratos.

Una de las principale­s dificultad­es que podrían enfrentar estas propuestas para ser implementa­das es ideológica. Desde hace muchos años hemos vinculado los propósitos legítimos de las estrategia­s de desarrollo y protección social de los trabajador­es a un conjunto soluciones y creencias que se han reflejado en leyes e institucio­nes que, de hecho, impiden la expansión del empleo y el crecimient­o. Buenas intencione­s con instrument­os que no son congruente­s con la creación de un entorno competitiv­o y productivo han impedido el crecimient­o.

Este libro aparece en un momento oportuno para debatir las estrategia­s de desarrollo de México. El inicio de una nueva administra­ción es un momento ideal para mirar la evidencia sin prejuicios ideológico­s. Es un momento adecuado para plantear la posibilida­d de impulsar nuevas políticas y reformas que, sin echar por la borda los esfuerzos anteriores que nos han dado estabilida­d, competenci­a y apertura, atiendan la causa raíz de la falta de crecimient­o de México, y que los esfuerzos que hagamos en el futuro sean recompensa­dos.

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