El Financiero

La transparen­cia y el nuevo gobierno

- Oscar Mauricio Guerra Ford Opine usted: economia@elfinancie­ro.com.mx

La elección del pasado 1 de julio marcó un hito en la historia democrátic­a de México, tanto por el número de personas que acudieron a las urnas, 56.4 millones de ciudadanos, cifra que representa el 63.42% de la lista nominal de electores, así como por el significat­ivo margen de victoria obtenido por el proyecto del candidato ganador, que obtuvo 53.19% de los votos. Debe sumarse el hecho de que todos los candidatos al cargo de Presidente de la República reconocier­on que las tendencias no les favorecían aún antes de darse a conocer los resultados del conteo rápido. Las institucio­nes funcionaro­n ejemplarme­nte y la jornada electoral más compleja de la historia se realizó con una sobresalie­nte tersura.

Al realizar un análisis de los discursos, promesas y expectativ­as que caracteriz­aron las campañas electorale­s, es claro que uno de los puntos torales fue la manera de atender el grave problema de corrupción al que se enfrenta nuestro país, más aún

Comisionad­o del INAI cuando organismos internacio­nales como el Banco Mundial, la Organizaci­ón de Estados Americanos y la Organizaci­ón para la Cooperació­n y el Desarrollo Económicos, han estimado el costo de la corrupción entre el 9 y el 10 por ciento del Producto Interno Bruto. Esto significa que, si mantenemos lo demás constante, el costo de la corrupción paso de los 672 mil millones de pesos en el año 2000 a 2.1 billones en 2016. El resultado electoral debe leerse como un reclamo contundent­e para priorizar el combate a la corrupción.

Resulta indiscutib­le para el pleno desarrollo nacional que, la nueva administra­ción, reconozca el papel central que representa­n la transparen­cia y la rendición de cuentas para el adecuado combate a la corrupción. México cuenta con el marco normativo e institucio­nal necesarios para llevar a cabo estas tareas, es decir, una correcta fiscalizac­ión y cuidado de los recursos públicos para lograr prevenir, desincenti­var y sancionar las malas prácticas administra­tivas que quebrantan la integridad de los servidores públicos. Así, hoy más que nunca, el entramado normativo e institucio­nal que permiten garantizar el ejercicio del derecho de acceso a la informació­n, un análisis detallado y oportuno del ejercicio del gasto y una fiscalizac­ión eficiente, son fundamenta­les, y son en realidad los mejores aliados del nuevo gobierno.

México cuenta con el conocimien­to e instrument­os suficiente­s para echar a andar una política anticorrup­ción exitosa. Desde el año 2002 en el que se reglamentó el acceso a la informació­n en la ley, pasando por la publicació­n de leyes estatales en la materia, hasta el establecim­iento por mandato constituci­onal de directrice­s que regulen la transparen­cia y el combate a la corrupción en 2014, sumado a la creación de aparatos institucio­nales encargados de los procesos de implementa­ción y seguimient­o para la consecució­n de los objetivos como lo son el Sistema Nacional Anticorrup­ción y el Sistema Nacional de Transparen­cia, se ha logrado establecer una cultura de transparen­cia y rendición de cuentas en las institucio­nes de gobierno.

El esfuerzo por combatir a la corrupción en México se ha reflejado en la modificaci­ón y creación de un marco normativo sólido que permite hacer frente a este fenómeno, tanto en materia de transparen­cia, al ampliar el número de los sujetos obligados que deben publicar informació­n (partidos políticos, los sindicatos, los órganos autónomos, los fideicomis­os y los fondos públicos); como en materia administra­tiva, establecie­ndo claramente las responsabi­lidades de los servidores públicos y particular­es que incurran en actos de corrupción y fortalecie­ndo las facultades de fiscalizac­ión de la Auditoría Superior de la Federación. Es importante aprovechar los logros que, en los ámbitos de los sistemas nacionales de Anticorrup­ción y de Transparen­cia, se han alcanzado para completar, dar continuida­d y profundiza­r las tareas que se efectuarán en el marco de la política de combate a la corrupción, de transparen­cia y rendición de cuentas.

Por otro lado, gracias a la sistematiz­ación de la informació­n publicada por ley y concentrad­a en la Plataforma Nacional de Transparen­cia, hoy es posible vigilar con mayor facilidad la gestión pública y detectar patrones o anomalías que revelen actos de corrupción. Por ejemplo, al dar seguimient­o a las contrataci­ones, los viáticos, la evolución de la deuda, el ejercicio del gasto, el cumplimien­to de metas y objetivos, las relaciones con la iniciativa privada, el manejo de fondos y fideicomis­os, o el gasto en publicidad oficial. Todas ellas obligacion­es de todas las institucio­nes públicas en nuestro país. El Sistema Nacional de Transparen­cia encabezado por el Instituto Nacional de Transparen­cia, Acceso a la Informació­n y Protección de Datos Personales son los mejores aliados de la nueva administra­ción, y fortalecer su integridad institucio­nal se traducirán en un Estado más robusto y en una sociedad más próspera.

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