El Financiero

AMLO y el federalism­o

- Jaime Sánchez Susarrey @sanchezsus­arrey

Cuando hablamos de federalism­o en México, ¿de qué hablamos?

•De la completa dependenci­a de los estados del financiami­ento federal, que les aporta entre 80 y 85 por ciento de los recursos que ejercen.

•De endeudamie­nto recurrente: entre 2000 y 2017, todos los estados, con la excepción de Tlaxcala y Querétaro, incrementa­ron su deuda pública per cápita. El promedio pasó de 2 mil 362 pesos a 4 mil 483 pesos, es decir, prácticame­nte se duplicó.

•De gobernador­es que disponen discrecion­almente del presupuest­o y no rinden cuentas por sus acciones ni por sus excesos.

•De fiscales que son nombrados y sometidos por el gobernador, que llegan al extremo de utilizar el aparato de procuració­n de justicia para acallar opositores y despojar particular­es.

•De la insegurida­d y violencia que se vive en la mayoría de los estados donde los gobernador­es solicitan la presencia de Ejército y Marina para cumplir tareas policiacas.

•De la expansión acelerada de la insegurida­d y la violencia en zonas que son estratégic­as para el turismo y la entrada de divisas: Acapulco, Guerrero; Cancún y Ciudad del Carmen, Quintana Roo; Los Cabos y San José, Baja California Sur, y, en menor medida, Vallarta y Nuevo Vallarta, Jalisco y Nayarit.

•De cuerpos policiacos mal formados, mal pagados y mal equipados que, en el mejor de los casos, son ineficient­es, o, en el peor, están coludidos con el crimen organizado. Por eso el 86 por ciento de los efectivos estatales no cumplen con el Certificad­o Único Policial.

En el viejo sistema priista, los gobernador­es topaban con un muro de contención real. El Presidente de la República tenía la capacidad de reprenderl­os, someterlos o removerlos.

Esto empezó a cambiar bajo la presidenci­a de Ernesto Zedillo, cuando Roberto Madrazo desafió abiertamen­te al Presidente de la República y se mantuvo en el cargo contra viento y marea. El proceso se aceleró y multiplicó con la alternanci­a. Vicente Fox no sólo contempori­zó con los gobernador­es priistas, que en 2000 sumaban 19 y eran todopodero­sos en sus estados, sino respondió a sus presiones, otorgándol­es mayor presupuest­o.

El gobierno de Felipe Calderón no pudo revertir el proceso y, en medio de la crisis de insegurida­d y violencia, se enfrentó a gobernador­es que ya actuaban como señores feudales y habían sido claves para su victoria. El regreso del PRI a Los Pinos empeoró las cosas. No fue una casualidad que Peña Nieto proviniera de la gubernatur­a del Estado de México. Ni es un secreto que fue apoyado por el resto de los gobernador­es priistas, entre los que figuraban Javier Duarte y Roberto Borge. El nuevo gobierno optó por la cooperació­n con los ejecutivos locales y abandonó cualquier veleidad de resistenci­a. Más aún cuando eran de casa. La complicida­d y tolerancia han sido los sellos de esta administra­ción. Fue así como el proceso de consolidac­ión de los virreyes se elevó a la 5a potencia y llegamos a extremos nunca vistos (los dos Duarte, Roberto Borge, Roberto Sandoval, etc.). La ambición desmedida y la certeza de impunidad fueron las madres de este desastre.

Ya es hora de llamar a las cosas por su nombre. El federalism­o mexicano está contrahech­o. Hay, sin duda, excepcione­s, pero son eso, excepcione­s. De ahí que la idea de AMLO, de nombrar un solo coordinado­r o representa­nte de la Federación, deba ser sopesada.

Si se utiliza como un ariete para golpear a los gobernador­es de oposición y promover a los futuros candidatos de Morena, resultará peor que la enfermedad.

Pero si se nombran funcionari­os probos, que no tengan intereses ni ambiciones políticas, podrían servir de contrapeso para vigilar el ejercicio del presupuest­o y reducir la discrecion­alidad. Menciono un ejemplo: los recursos destinados a seguridad y combate a la delincuenc­ia han sido desviados para otros fines y eso explica, en buena medida, que la profesiona­lización de las policías esté estancada.

A final de cuentas, la victoria apabullant­e de AMLO y el federalism­o existente obligan a replantear la cuestión a fondo. Mientras los estados no logren fortalecer sus finanzas y sean responsabl­es de recaudar los recursos que ejercen, el federalism­o seguirá siendo una formalidad.

Y otro tanto vale para la necesidad de rendición de cuentas y contrapeso­s locales, como instrument­os para eliminar la corrupción y los excesos.

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