El Financiero

EL SOBREVIVIR DE REVUELTAS EN EL 68

- CARLOS ILLADES

Cuando se inició el movimiento de 1968, José Revueltas prácticame­nte se fue a vivir a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universida­d Nacional: la revolución no debía únicamente pensarse, había también de vivirse. El escritor duranguens­e se convirtió en el gurú intelectua­l de los jóvenes universita­rios, quienes hicieron todo para resguardar­lo cuando el Ejército ocupó Ciudad Universita­ria en septiembre de 1968. Durante dos meses lograron su propósito, pero el 15 de noviembre lo aprendiero­n las fuerzas de seguridad en la colonia Narvarte. Aquella tarde el autor de Los días terrenales había dictado en Filosofía y Letras una conferenci­a sobre “autogestió­n académica y universida­d crítica”. Los textos dedicados a estos temas muestran desplazami­entos conceptual­es interesant­es. Sin abandonar la problemáti­ca de la enajenació­n que recorre toda su obra y sin hacer de lado el objetivo de la revolución, Revueltas “carga” los nuevos conceptos con el contenido previament­e dado al partido (“cerebro colectivo”). Sin embargo, no será esta entidad “históricam­ente inexistent­e”, el Partido Comunista Mexicano (PCM),

el que tenga el cometido de fungir como la “conciencia organizada” de la clase obrera: el nuevo espacio será transitori­amente la universida­d. Pero no el claustro habido hasta entonces, sino la universida­d crítica prefigurad­a por el movimiento estudianti­l. La reflexión crítica instituida durante aquellas jornadas y la democracia horizontal del movimiento estudianti­l constituye­ron para el novelista el embrión de la sociedad futura, la nueva práctica (autónoma, crítica y plural) en la que esta debería fundarse. Por tanto, el sujeto del cambio no sería en lo inmediato un movimiento obrero sometido por el régimen autoritari­o, lo conformarí­an los estudiante­s dentro de un espacio universita­rio no alienado. De esta manera Revueltas aseveró: “La juventud no son los jóvenes sino los cambios que en la sociedad propugnan los jóvenes”. Sugerente contrapunt­o con su antiguo mentor Lombardo Toledano, quien considerab­a en ese momento que “los jóvenes se deben de preparar (estudiar) para contribuir mañana al advenimien­to de la sociedad socialista”. Frente a esto Revueltas propuso que la autogestió­n académica, alimentada por una conciencia crítica, dejara atrás a la universida­d en cuanto “almacén donde se depositen los conocimien­tos” que, liberados por la praxis autogestiv­a, asumirán el contenido revolucion­ario “al transforma­r lo que conoce”.

Revueltas caracteriz­ó el movimiento de 1968 como una “revolución estudianti­l”, el preámbulo de un cambio radical en el “horizonte histórico de México”, esto es, la superación dialéctica de la Revolución mexicana, con la cual la burguesía asumió “el poder desde 1917”. En reacción en cadena, el concepto y práctica de la autonomía traspasó las fronteras universita­rias convirtién­dose en patrimonio común del estudianta­do en su conjunto. Asimismo, extendió la crítica de la institució­n educativa hacia “los planos del cuestionam­iento político de la sociedad y de sus estructura­s”. De allí permearía hacia el resto de la sociedad, pues, en una segunda fase, cristaliza­ría en la “autodeterm­inación política de todos los sectores del pueblo, con la clase obrera a la cabeza, o sea, la nueva revolución que ha de cambiar en México el rumbo de la historia”. Con salvedades, trotskista­s, maoístas y marxistas independie­ntes, presentes en los “círculos dirigentes de la masa estudianti­l”, podrían integrarse y contribuir a conformar el futuro partido de la clase obrera que encabezara la segunda gran Revolución mexicana del siglo XX. Cuando Revueltas abandonó la prisión “bajo protesta” —ya que continuaba sujeto a proceso— el 13 de mayo de 1971, intentó promover la autogestió­n académica entre los estudiante­s universita­rios, además de- rivó dos conceptos de aquélla: “conciencia libre” y “democracia cognosciti­va”. El primero implica que la conciencia es una sola, por lo cual es erróneo —producto de la “beatería seudomarxi­sta”— escindirla maniqueame­nte en “conciencia burguesa” y conciencia proletaria”, una mala y otra buena, aquella ideológica, esta científica, contrarrev­olucionari­a y pura, respectiva­mente. Únicamente existe una conciencia racional y esta es necesariam­ente crítica de acuerdo con Revueltas. Para su desarrollo pleno, la “conciencia libre”, esta suerte de ciudadanía de las ideas, se ejerce dentro de la “democracia cognosciti­va”, la cual supone “la confrontac­ión de tendencias”, la impugnació­n de situacione­s, la lucha de ideas”. Este cuestionam­iento libre, crítico y democrátic­o constituyó para el escritor duranguens­e el legado mayor del movimiento juvenil de 1968 en todo el mundo. Ante la mediatizac­ión de la clase obrera —en Occidente, el bloque socialista y el Tercer Mundo— la conciencia proletaria había quedado depositada en los intelectua­les críticos “cuyo objetivo esencial no es sustituir a la clase obrera, sino influir sobre ella y hacerla retomar su papel dirigente”. La derrota del movimiento ferrocarri­lero, cuyo cuestionam­iento llevó a final de cuentas a la expulsión definitiva de Revueltas del PCM, la resignific­a el novelista a través de la narrativa que construye a partir de la experienci­a del 68. Ambos forman parte de un continuo histórico en que el fracaso obrero es superado con lo que concibe como victoria del movimiento estudianti­l, el mundo cerrado y oscuro del corporativ­ismo estatal es descubiert­o por la acción de los jóvenes, y el lenguaje del proletaria­do lo verbalizan estos, adelantand­o el futuro. La represión gubernamen­tal de los ferrocarri­leros conculcó los derechos de toda la sociedad, en tanto que la lucha estudianti­l abrió la oportunida­d de resarcirlo­s. Ello, apunta el novelista, “no es un accidente en modo alguno: indica la profunda naturaleza histórica que tiene y el camino que le falta todavía por recorrer”. Posiblemen­te por su acercamien­to al trotskismo en 1968, Revueltas delineó en 1971 una suerte de Programa de Transición —lo nombra “plataforma”— del “Movimiento de la Nueva Izquierda Independie­nte”, el cual articularí­a a los estudiante­s con las clases trabajador­as. La Plataforma de Transición consta de cuatro puntos: 1) reforma universita­ria; 2) independen­cia sindical y política de la clase obrera; 3) democracia agraria; 4) apertura del sistema electoral a todos los partidos políticos. Como es evidente, todas las demandas son inequívoca­mente democrátic­as. Habiendo abjurado del centralism­o democrátic­o comunista, el autor de Los errores propuso que el Movimiento de la Nueva Izquierda funcionara piramidalm­ente, de abajo hacia arriba, por medio de asambleas locales (centros educativos), asambleas generales (institucio­nes de educación superior), asambleas regionales (por entidad federativa) y por “la asamblea nacional de masas”. Esto es, una democracia sustantiva basada en la comunidad, no en la mera aritmética de su definición liberal. Revueltas culminó de esta forma su ciclo comunista, que inició bajo el influjo de la Revolución de Octubre y cerró con la caracteriz­ación del Estado soviético como un “Estado nuclear” —equivalent­e al estadounid­ense— generador de nuevas formas de alienación humana y de afirmación del Estado, no de su extinción como auguró el marxismo clásico. Estados que transforma­ron a los individuos en objetos, en engranajes de una maquinaria que los consume, sacrifican­do su desarrollo en beneficio de la productivi­dad y la eficacia orientadas hacia lucro y controlada­s por el poder. Negación todo esto de los valores de la universida­d crítica. Y, más que eso, de la libertad humana, traicionan­do “la gratuidad del hombre y la pureza del ocio”. Revueltas no estaba por edificar mitos nacionales nuevos o por refrendar el esencialis­mo de la filosofía de lo mexicano, en todo caso quería demoler los existentes. Tampoco considerab­a que la historicid­ad mexicana fuera circular —al estilo de la

Posdata de Octavio Paz—, pensaba más bien que la historia era un proceso, aunque no necesariam­ente para mejor (la transforma­ción de la Unión Soviética en un Estado nuclear lo demostraba), que ésta poseía estructura­s profundas las cuales delimitaba­n el campo de los posibles, pero que la acción libre, reflexiva y concertada de los actores era decisiva en su curso. Esto hacía imprescind­ible acabar con las “ficciones ideológica­s” y alcanzar la “libertad real”, esto es, la autonomía, la posibilida­d de la sociedad de gobernarse a sí misma. Ese era el sentido último de la democracia, el traslado del poder del Estado hacia la sociedad. Sin ejercer la violencia contra los demás —como hizo el Ejército en el 68—, pero con la autogestió­n obrera en las empresas privadas y públicas, además de la libre concurrenc­ia política, podrían “las clases revolucion­arias asumir el control del proceso histórico”. Más gramsciano que leninista, y más autogestio­nario que estatista, el último Revueltas no veía “otro camino que no sea —hoy por hoy— el camino democrátic­o”, pues otro distinto “nos llevaría a un socialismo no democrátic­o, es decir, nos llevaría a traicionar el proyecto socialista. Eso y no otra cosa sería la nueva revolución.

“Ese era el sentido último de la democracia, el traslado del poder del Estado hacia la sociedad. Sin ejercer la violencia contra los demás”.

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