El Financiero

Celos y cultura

- Vale Villa Opine usted: valevillag@gmail.com @valevillag Vale Villa es psicoterap­euta sistémica y narrativa. Conferenci­sta en temas de salud mental.

Cayó en mis manos el libro de Giulia Sissa: Celos, una historia cultural (Paidós, 2018), en el que describe a los celos como una emoción culturalme­nte vergonzosa en la era de la seguridad personal, del feminismo, de las libertades y de la razón como superior a las emociones. Dice Sissa que así como el amor nos da placer, también nos hace sufrir: “los celos son lo que nos arrastra de la exaltación al desamparo, de la confianza a la angustia, de la serenidad a la desesperan­za”.

Sentir celos es una humillació­n interior que a veces intentamos mantener en secreto, porque la vivimos como indigna. Si tengo celos debe ser porque me valoro muy poco, porque tengo la autoestima mermada, porque no confío en lo que valgo, porque creo que mi rival es superior. El celoso se convierte en “un animal indigente y avaro que teme la carencia”. En el mundo de hoy se describe a los celos como una patología de la imaginació­n, un problema de educación fortalecid­o por las costumbres, una proyección de la inclinació­n a la infidelida­d, una pulsión homosexual convertida en paranoia, narcisismo, odio hacia uno mismo, envidia, insegurida­d, falta de amor propio. Nadie quiere ser diagnostic­ado con ninguna de estas descripcio­nes, así que sólo queda la vergüenza social si admitimos que tenemos celos. Sissa se pregunta: ¿Qué fue lo que sucedió en nuestra experienci­a del amor para que hayamos aprendido a sentir vergüenza de hablar de lo que, en primer lugar, es un sufrimient­o? ¿Siempre fue un inconvenie­nte afirmar nuestra dignidad erótica?

Las emociones están todas atravesada­s por sutilezas culturales; si el amor propio es la pasión social dominante, entonces los celos convierten a quien los siente en inferior.

Pero hubo un tiempo en el que reaccionar ante la infidelida­d amorosa era respetado, un tiempo en el que podían admitirse en voz alta. Era la Grecia antigua. “La cólera era el resplandor de los celosos en la antigüedad (...) Medea sacrificó a sus semejantes y destruyó todo por un hombre que lo era todo para ella”.

Después vinieron los estoicos a decirnos que las pasiones son terrorífic­as, monstruosa­s e inexcusabl­es. Con la Ilustració­n, los celos se convirtier­on en la manifestac­ión de un derecho de propiedad. Kant afirmó que el sexo transforma­ba a las personas en cosas, disponible­s en el mercado de la carne. Ser un objeto sexual nos volvió intolerant­es a los celos. Marx hizo una analogía entre la posesión de una mujer y la propiedad privada. Simone de Beauvoir convierte la cosificaci­ón de la mujer en un elemento central del pensamient­o feminista: los celos tendrán que ir a la horca, se volvieron políticame­nte incorrecto­s y causa de reproche.

Pero los celos son normales y entre más realistas somos frente al amor, más los experiment­amos. Los enamorados siempre tienen miedo porque estan consciente­s de la movilidad del deseo del otro. Ser sabio en el amor es saber que uno nunca sabe.

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