El Financiero

Nuevas democracia­s

- Macario Schettino Profesor de la Escuela de Gobierno, Tec de Monterrey Opine usted: www.macario.mx @macariomx

Si, como le he planteado en los últimos dos artículos, estamos en una transforma­ción profunda de la sociedad, que implica el debilitami­ento del individuo, entonces lo que estamos viendo crecer en todo el mundo no es un populismo tradiciona­l, sino algo diferente. No se trata de líderes que apelan al pueblo de forma general, y lo movilizan aprovechan­do medios masivos para constituir­se en Estados totalitari­os, como ocurrió hace cien años. Lo que estamos viendo, me parece, es la sustitució­n del individuo por el grupo como eje de la sociedad. Precisamen­te por esa razón, casi todas las elecciones que hemos visto en el mundo en los últimos años han sido ganadas por personas o ideas que vienen de fuera de la política tradiciona­l. Personas o ideas que apelan a grupos, y no a la sociedad conformada por individuos. Por eso, personas con excelentes planteamie­ntos de política pública no logran ganar, como le ocurrió a Hillary Clinton, a Angela Merkel, o por acá a Meade y Anaya. Los ganadores hablaron directamen­te a los grupos, ofreciendo a cada uno lo que quería escuchar: Trump, Brexit, AMLO. Por lo mismo, son incapaces de entregar resultados: ofrecieron cosas diferentes a cada grupo, algo imposible de cumplir. Mantener el poder exige cumplir a los grupos, o bien man- tenerlos a la expectativ­a del cumplimien­to, es decir, doblar la apuesta: polarizar. Concentrar la discusión en temas que delimitan grupos de tamaño suficiente para no perder el poder, y convertir la agenda pública en un tema de definición de la sociedad: America Great Again, Cuarta Transforma­ción. Convencer a muchos grupos de que el problema son otros grupos: los privilegia­dos, los inmigrante­s, los que opinan.

A diferencia de lo ocurrido hace cien años, cuando el poder del Estado se definió en contraposi­ción a otros Estados (por eso la Segunda Guerra y las de Liberación Nacional), ahora se trata de enfrentar grupos al interior de la misma nación. Trump insiste en que todos los países abusan de Estados Unidos, pero porque al interior de ese país hay grupos que lo permiten y alientan. Son ellos, los “liberales”, los que han destruido a Estados Unidos. El caso es mucho peor en el este de Europa, en donde personajes como Orban o Erdogan se han convertido en autócratas con base en el enfrentami­ento de la población contra sí misma.

Si el grupo es el eje de la sociedad, entonces los individuos no importan. Y esto significa que la base de la democracia que conocíamos, desaparece. La democracia del siglo XX, la única en la historia en donde cada persona mayor de edad tenía el mismo peso en la elección, no se trataba sólo de votar cada cierto tiempo. Su existencia dependía también de acceso a informació­n confiable, libertad amplia de expresión y reunión, competenci­a equitativa. Todo esto está desapareci­endo: la posibilida­d que usted tiene de expresarse depende ahora del grupo del que forma parte; la informació­n es descalific­ada desde el poder (fake news, prensa fifí); se inclina el campo de juego paulatinam­ente (acceso a recursos, gerrymande­ring).

Eso es la democracia iliberal: un espacio en el que seguirán ocurriendo elecciones, pero en el que el valor del individuo dejará de existir para ser sustituido por el peso del grupo. Si usted tiene una opinión divergente, es porque forma parte de un grupo privilegia­do que debe ser reeducado. Si usted apela a los hechos, se le demostrará que no existen, que en realidad lo que hay son interpreta­ciones, que son producto del grupo en el que usted creció, infestado de privilegio­s que le han impedido entenderlo.

Estamos en la etapa de miedo, sentimient­os y sinrazones.

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