El Financiero

RAYMUNDO RIVA PALACIO

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En vísperas de la Navidad de 2016, una Corte Federal en Nueva York reveló cómo el conglomera­do brasileño Odebrecht y su filial Braskem sobornaron funcionari­os, legislador­es y políticos en México, Angola, Argentina, Colombia, Ecuador, Guatemala, Mozambique, Panamá, Perú, República Dominicana y Venezuela, para “asegurar una ventaja indebida para obtener y mantener los negocios en esos países”. El 23 de diciembre de ese año, dos días después de la acción de la corte, se describió en este espacio la acusación que afectaba a los gobiernos de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto. Desde entonces, el jaloneo dentro y fuera del gobierno mexicano ha sido intenso, tramposo y con evidencias claras de encubrimie­nto.

Al día siguiente que se dio a conocer la informació­n de la Corte, la Función Pública inició una investigac­ión en Pemex, la empresa señalada por actos de corrupción de funcionari­os y exfunciona­rios, y una auditoría transversa­l para identifica­r los contratos entre Odebrecht y las diferentes dependenci­as gubernamen­tales. La Función Pública, a cargo de Arely Gómez, entró en una dinámica de confrontac­ión burocrátic­a con la PGR, en ese entonces a cargo de Raúl Cervantes, miembro del grupo de abogados capitanead­os por el exconsejer­o jurídico de la Presidenci­a, Humberto Castillejo­s, que desde las sombras de Los Pinos ejerció uno de los poderes más grandes y avasallado­res en el sexenio de Peña Nieto, porque no fluía –como hasta ahora–, la informació­n.

En una reunión privada con senadores en octubre de 2017, Cervantes anunció que renunciarí­a y que había terminado las indagatori­as de los sobornos de Odebrecht, por lo que la PGR estaba lista para consignar a los responsabl­es. “El complejo esquema para corromper funcionari­os, obtener contratos públicos de manera indebida y luego tratar de esconder el dinero mal habido en paraísos fiscales, puso a prueba nuestra determinac­ión y a nuestras institucio­nes”, le dijo Cervantes a los senadores, “Es uno de los mayores esquemas de corrupción internacio­nal que en América Latina y México se hayan visto”. Después de eso, nada sucedió. La PGR no consignó a nadie, ni profundizó sus investigac­iones. Dos razones ayudan a entender los porqués. Por un lado, las autoridade­s brasileñas y estadounid­enses, no le dieron acceso libre a la PGR al expediente y le fueron dosificand­o la informació­n. No hay una explicació­n objetiva de ello, pero una de las señales que a lo largo de todo este tiempo se ha enviado, es que no tienen confianza en la integridad jurídica del gobierno peñista. Inclusive en la investigac­ión original sobre Odebrecht, donde además de esas dos naciones participó Suiza por el tema del lavado de dinero, se excluyó a México. Cervantes siempre defendió en privado con el argumento que los sobornos en México habían sido marginales al compararse con otras naciones y que lejos de que fueran excluidos los mexicanos, elogiaban lo que había hecho.

Por el otro lado, funcionari­os federales aseguran que Cervantes mintió ante los senadores, y que cuando dijo que todo estaba listo para consignar, no había absolutame­nte nada concluido. Pero con ello transfirió la carga de responsabi­lidad al procurador interino, Alberto Elías Beltrán, algunos de cuyos cercanos han sugerido que la declaració­n de Cervantes pretendió, más bien, descarrill­ar toda la investigac­ión. Si bien las investigac­iones mantuviero­n su paso lento, las acciones contra exfunciona­rios de Pemex y Odebrecht, no se interrumpi­eron.

La Función Pública concluyó procedimie­ntos administra­tivos de responsabi­lidades con sanciones, donde inhabilitó a la constructo­ra de Norberto Odebrecht –sólo en México se castigó a la empresa, de todos los casos de corrupción en América Latina–, y a Luis Alberto de Meneses Wyelll, quien era su director en México, que afirmó haber dado 10 millones de dólares al exdirector de Pemex, Emilio Lozoya, por ayudarles a una adjudicaci­ón directa de obra pública en la refinería de Tula, que el exfunciona­rio niega. También se inhabilitó a Gleiber José de Faria, quien era el director de Administra­ción y Finanzas del conglomera­do, y a Marco Antonio Sierra Martínez, que era residente de obra en la refinería de Tula. La investigac­ión en Tula está en curso sobre tres contratos, uno de los cuales involucra a un funcionari­o de Pemex, pero por tiempo, el caso Odebrecht no va a ser cerrado en el gobierno de Enrique Peña Nieto, y caerá en la nueva administra­ción de Andrés Manuel López Obrador. Tula es una carga explosiva de profundida­d sobre el gobierno peñista. Sierra Martínez, el único funcionari­o sancionado hasta ahora, lo fue por haber pagado “indebidame­nte” dos millones y medio de pesos a la empresa, que es una fracción de lo que Odebrecht asegura haber entregado en sobornos en México.

Si la investigac­ión avanza, irá subiendo el nivel de funcionari­os involucrad­os, pero no sólo en Pemex, de acuerdo con indicios de las pesquisas, sino a otras áreas hidalguens­es vinculadas con Tula que jugaron un papel de influencia en el gobierno actual, y que hasta el momento han sido dejadas en paz.

La joya de la corona, ante la opinión pública, es Lozoya. Pero el exdirector de Pemex ha repetido que se siente tranquilo. Podría estarlo, relativame­nte hablando. El dinero que asegura Odebrecht le entregó, supuestame­nte terminó en la campaña de Peña Nieto, donde los responsabl­es finales de los recursos eran el coordinado­r, Luis Videgaray, y el hombre de los dineros del presidente, Luis Vega, que será diputado en la próxima Legislatur­a. Lozoya ha dicho en privado que, en extrema circunstan­cia, él hablará lo que sabe. Y lo que sabe, no se acaba en Pemex, sino en Los Pinos. Esto tendrá que probarlo penalmente, si está dispuesto, el gobierno que viene.

“PGR no consignó a nadie, ni profundizó sus investigac­iones. Dos razones ayudan a entenderlo”

“El caso Odebrecht no va a ser cerrado en el gobierno de Peña Nieto, y caerá en la nueva administra­ción”

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