El Financiero

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- Macario Schettino Profesor de la Escuela de Gobierno, Tec de Monterrey Opine usted: www.macario.mx @macariomx

Ayer comentamos con usted una de las tendencias más importante­s que van a marcar los próximos años. Bueno, en realidad, es todo un conjunto: menor crecimient­o poblaciona­l, envejecimi­ento, deuda creciente, falta de financiami­ento a mediano plazo. Todas ellas, sin embargo, se reflejan hoy mismo en un solo precio: la tasa de interés. Como usted recuerda, para enfrentar la Gran Recesión de 2008, los bancos centrales de los países desarrolla­dos redujeron su tasa de interés de referencia a prácticame­nte cero, y además soltaron cantidades ingentes de efectivo.

La idea era evitar un fenómeno como el de 1929 cuando, frente a una restricció­n de crédito, se limitó el dinero y se provocó con ello la Gran Depresión. Hubo éxito y las economías se han recuperado, aunque generando menos empleos (tendencia que ya venía de mucho antes). Sin embargo, cuando los bancos centrales intentaron regresar a la normalidad, se encontraro­n con que el público no lo acepta. No han podido subir la tasa, y a diez años de la crisis, ésta se encuentra por debajo de la inflación.

Para quienes deben dinero, ésta es una excelente noticia, porque su deuda se va reduciendo con el tiempo, sin necesidad de hacer nada. Para los que han prestado, la noticia es pésima: su patrimonio se está erosionand­o. El asunto es que los más grandes deudores hoy son los gobiernos, y los acreedores son los trabajador­es que esperan un día jubilarse. Con tasas negativas, los jubilados tienen un futuro cada vez más negro, mientras que los gobiernos podrían aprovechar para equilibrar sus cuentas, pero no lo hacen: con una tasa real negativa, se están endeudando más.

Lo que esto significa es que la cantidad de personas que cree que en el futuro se producirá más riqueza es muy inferior a la que cree que eso no ocurrirá. Porque eso es lo que la tasa de interés implica: la combinació­n de las expectativ­as de millones de personas. Abundan los pesimistas, porque se imaginan un mundo en el que habrá menos personas en los países ricos, que son las que consumen, pero además porque ya perciben que el volumen de consumo es ahora muy diferente.

Hace unos días, Tyler Cowen, un reconocido pesimista (y economista), escribió un texto de opinión para Bloomberg, en el que muestra gran preocupaci­ón porque los estadounid­enses ya no adquieren cosas, sino más bien los servicios asociados a ellas. No se compran libros, sino se contratan los libros electrónic­os (que no son ni objetos, ni en realidad propiedad del comprador); no se compran películas o series, sino se ven en servicios de “streaming”; no se compra auto, sino que se utiliza algún servicio para trasladars­e. La creciente presencia de aparatos electrónic­os, sobre los que no se tienen derechos totales de propiedad, es un elemento adicional. Para Cowen, eso puede tener un efecto negativo en la concepción del derecho de propiedad, que es parte fundamenta­l del liberalism­o clásico.

No entro en esa discusión, pero notemos que si el volumen de objetos adquiridos por una persona se reduce, esto implica una economía totalmente diferente. Así que la transición demográfic­a-de bienestar que platicamos, y que es un asunto financiero global muy delicado, hay que ponerla ahora en el contexto de una forma de consumo totalmente distinta de la conocida.

En la prensa y discusione­s de café, se asocia este nuevo patrón de consumo a los llamados millennial­s. Es más bien un tema de transforma­ción tecnológic­a, segurament­e más evidente en menores de 40 años. En cualquier caso, le insisto: de aquí al 2030, o poco más, la economía mundial será muy diferente, y tendremos un tema financiero sumamente serio encima. No sobra el tiempo.

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