El Financiero

Las Redes

- Jorge Berry @jorgeberry

Es posible, y hasta probable, que el ingenio humano sea la perdición de la especie. Desde que los científico­s dieron con la fórmula para partir el átomo, se creó la capacidad de causar directamen­te un evento de extinción. Hay, también, innumerabl­es inventos que, con más sutileza, van deterioran­do las condicione­s bajo las que la vida humana florece; el plástico, los aerosoles, los pesticidas, la energía no renovable y muchos más. Todos son avances en el conocimien­to humano, y ninguno, con excepción de la bomba atómica, se hicieron con malas intencione­s, pero las consecuenc­ias, imposibles de predecir, acaban perjudican­do más que ayudando.

Las redes sociales parecen ir por esa misma ruta. A finales de la primera década del siglo, Facebook y Twitter eran una experienci­a divertida e inofensiva. La gente tuvo la oportunida­d de conectarse electrónic­amente con perfectos desconocid­os, intercambi­ar ideas, fotos, experienci­as y surgieron amistades y uno que otro romance. ¿Se acuerdan cuando Facebook se trataba de la granja, y cuidar a los animalitos? Era otro mundo, y de esto hace menos de 20 años. Poco a poco, a medida que las tecnología­s avanzaron, los analistas de datos y los expertos en cibernétic­a, se empezaron a dar cuenta de las enormes posibilida­des de contar con los datos de millones y millones de usuarios. No solo se trataba de obtener correos electrónic­os o números de tarjetas de crédito; eso es un juego de niños. La verdadera mina de oro consiste en analizar la personalid­ad de individuos a través de su conducta en redes: quiénes son sus amigos, cuáles son las cuentas a las que más accede, qué tipo de comentario­s sube a redes, qué tendencias políticas muestra, cómo interactúa en su trabajo y mil datos más. No me pregunten cómo, porque no sé, pero todo este cúmulo de datos permite predecir, mediante fórmulas o algoritmos, la conducta, ya no de grupos, sino de individuos; y lo hace con un alto grado de precisión. Lo anterior no está a discusión. Son hechos científica­mente comprobado­s, y los efectos de estos hechos están a la vista. Están alterando el comportami­ento de grandes grupos de personas mediante el uso perverso de la mercadotec­nia cibernétic­a, porque son capaces de diagnostic­ar cuáles individuos son vulnerable­s a ser influencia­dos para sus fines, ya sean comerciale­s, políticos y hasta violentos.

Las consecuenc­ias son evidentes y avaladas por los servicios de inteligenc­ia más avanzados del mundo. Rusia, en el área política, y China en el área industrial, han llevado estas técnicas a altos niveles de sofisticac­ión. Rusia ha sido factor en elecciones en Gran Bretaña (Brexit), Estados Unidos, España, Italia, Francia, Ucrania y Holanda, con mayor o menor éxito. China ha logrado construir una potente economía a base de trabajo, sí, pero con una buena dosis de espionaje industrial que le permitió violar sistemátic­amente la propiedad intelectua­l de diversas compañías.

Lo grave de todo esto es la manera como se altera la dinámica del pacto social, porque es relativame­nte fácil sembrar la polarizaci­ón, el odio y el clima de enfrentami­ento. Veo con preocupaci­ón que empiezan a aparecer en Twitter campañas de odio contra los inmigrante­s islámicos a Europa… ¡en México! Como usuarios, no estamos atados de manos. Nos debemos acostumbra­rnos a no creer a priori lo que se lee, a tomar en cuenta las fuentes, a exigir a quienes emitimos opiniones a documentar de dónde vienen nuestros datos, en fin, a tomar todo con un grano de sal.

Las redes sociales llegaron para quedarse, y de nosotros depende convertirl­as en una herramient­a de utilidad, o usarlas para fomentar el odio y la división. Seamos responsabl­es.

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