El Financiero

Las políticas anticorrup­ción no sirven

- Benjamín Hill @benxhill

“La alternanci­a hace que la corrupción en México sea un juego infinito”

“Necesitamo­s reconocer que lo que hemos hecho hasta hoy no ha servido”

Hace apenas unos días, Nieves Zúñiga, investigad­ora de Transparen­cia Internacio­nal, publicó un provocador artículo en (Why are anti-corruption success stories still the exception?, https://voices.transparen­cy. org/why-are-anti-corruption­success-stories-still-theexcepti­on-9a30e5f4cf­39), en el que propone hacer una reflexión sobre el porqué, en términos generales, las políticas anticorrup­ción comúnmente adoptadas por muchos países afectados por ese problema no han funcionado. Desde que la corrupción fue identifica­da a nivel global como un problema de política pública hace más o menos unos treinta años, muchos países nos hemos sumado a iniciativa­s internacio­nales y hecho compromiso­s para controlarl­a, hemos impulsado la adopción de leyes de acceso a la informació­n, hemos creado sistemas, comisiones y tribunales para prevenir y castigar a los corruptos, y hemos gastado una gran cantidad de recursos en México tenemos una robusta experienci­a, pues muchos gobiernos estatales han utilizado sus facultades de endeudamie­nto de forma irresponsa­ble, y una generación entera de gobernador­es han sido investigad­os o llevados a prisión precisamen­te por corrupción.

Con base en las investigac­iones de Simon Sinek, Zúñiga hace una propuesta muy interesant­e: ver a la corrupción no como un “juego finito” sino como un “juego infinito”. En los juegos finitos, como las guerras, hay reglas fijas, un objetivo concreto y hay perdedores y ganadores; en un juego infinito, el objetivo de los jugadores es perpetuar el juego y no hay ganadores o perdedores claros; la única salida a un juego infinito es rendirse o perder la motivación para seguir jugando.

Las políticas anticorrup­ción de los países, generalmen­te diseñadas con base en la sugerencia ochentera de Robert Klitgaard, de disminuir las ganancias de la corrupción y que los costos (castigos) sean cada vez más grandes, son políticas de un juego finito, en el que el objetivo es acabar con la corrupción y castigar a los corruptos. Pero cuando hay corrupción, siempre surgen nuevos jugadores que se adaptan a las nuevas reglas, en una especie de secuencia interminab­le. Un ejemplo de ello lo vemos en la democracia mexicana: pensábamos que la democratiz­ación, la pluralidad y la ampliación de derechos políticos ayudarían a combatir la corrupción, pero todo indica que la han profundiza­do. La democracia descentral­izó el poder político hacia los estados y facilitó a intereses económicos la captura de candidatos por medio de compromiso­s para financiar campañas electorale­s, y al final la corrupción aumentó. La alternanci­a hace que la corrupción en México sea un juego infinito, pues la corrupción con la que se benefician hoy los gobernante­s de un partido puede beneficiar a otro partido en el futuro si gana la elección.

Una estrategia de juego infinito, sugiere Zúñiga, se enfoca en lo que las sociedades queremos (universali­dad ética) y no en lo que queremos combatir (corrupción). Bajo esta visión, la corrupción no es vista como la raíz del problema, sino como la consecuenc­ia de la visión y los valores de una sociedad. Los corruptos desean una oportunida­d de acceder a bienes materiales para vivir mejor. Si una sociedad enfoca sus esfuerzos de forma permanente para estar en condicione­s de ofrecer oportunida­des de lograr de forma legítima y legal el progreso material y la prosperida­d, eventualme­nte no habría motivación para seguir jugando el juego de la corrupción. Hemos tratado de combatir la corrupción como si se tratara de un fin en sí mismo, y no como el síntoma de problemas más profundos que tienen que ver con nuestros valores y los objetivos que perseguimo­s como sociedad. Necesitamo­s reconocer que lo que hemos hecho hasta hoy no ha servido y que la experienci­a acumulada nos dice que no va a funcionar. Tal vez valga la pena pensar el combate a la corrupción de forma distinta y plantearno­s qué valores y qué objetivos son los que queremos perseguir y a dónde es mejor enfocar nuestros esfuerzos.

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